Aprendiendo de la experiencia: cuando el pequeño enferma



La experiencia es un grado para todo, y en la maternidad no podía ser menos, pero también es cierto que no hay dos hijos iguales. La experiencia nos ayuda a enfrentar las diferentes situaciones que se nos presentan con mayor templanza, seguridad y recursos.
Recién vengo llegando de la consulta del pediatra con mi pequeño. Está bien, afortunadamente, y he ido más por prevención o por no pecar de confianza, porque aún es muy chiquitito y un resfriado en un bebé se puede complicar más rápido que pronto y casi sin darte cuenta.
Teniendo hermanos mayores en edad escolar en casa, lo de librarse de los mocos, toses y virus varios es casi imposible. Mi pequeñín lleva varios días con mocos, tos pesada, de esa que se nota que arrastra mocos, con la velilla asomando por su naricita y hasta un poco ronco. Como no ha tenido fiebre he estado tranquila pero viendo que llevaba varios días así hoy he preferido no confiar y quedarme tranquila sabiendo que está todo en orden.
Hoy nos ha tocado un pediatra sustituto, de los que no medican si no es necesario. Esto para mi es fundamental, pues he cambiado de pediatra -bueno, más bien de médico de familia porque en mi centro de salud solo hay un pediatra con el cupo cerrado y no somos afortunados de estar entre sus pacientes- por medicar sin necesidad a mi hijo mayor. Me ha dejado tranquila, me ha dado unos consejos básicos de tratamiento de mocos -que viene a ser que mientras estén en la nariz y no molesten mejor ahí que quitarlos, y como mucho lavados con suero para desatascar si molestan- y me ha deseado no volver a verme, señal de que mi bebé está sano.
De camino a casa venía pensando que esto de no medicar porque sí tiene mayor importancia de la que parece, o al menos según mi experiencia, Puede que esté equivocada, pero me ha bastado recordar cómo ha sido la salud de mis hijos según la información que tenía en cada momento y cómo he actuado. Me ha bastado unos segundos de estos pensamientos para llegar a la conclusión que el que más ha padecido los primeros meses es el que fue sometido a más "cuidados" y medicamentos, o sea, el mayor.
Con él, como mamá primeriza y novata, hice todo lo que hacen todas (o casi todas) las madres primerizas y novatas: correr con el niño al pediatra a la mínima y seguir todas las pautas típicas y tópicas en cada momento. Hablando de mocos y resfriados, me refiero a los lavados con suero, usar el aspirador nasal -"sacamocos"- y si el pediatra recetaba dar puntualmente jarabes, gotas, paracetamoles y demás.
Siendo más concreta. Usar aspirador nasal y suero fisiológico o agua de mar a presión por prevención y casi por rutina, dar antitérmico a los primeros grados de fiebre -y seguramente de febrícula, aunque ahora no lo recuerde exactamente-, dando antibiótico y los típicos medicamentos... ¿Quién no conoce Neo Hubber o Fluidasa?. Antibióticos probamos una gran variedad, para la bronquitis, para la amigdalitis, para la otitis, si el universo antibiótico es variado no exagero si digo que para tratar una otitis llegaron a recetarnos cuatro tipos de antibiótico diferente, uno por pediatra -sanidad de pago, todavía no se qué antibiótico era el realmente adecuado-. Antihistamínicos unos pocos, no nos libramos tampoco de los aerosoles con su correspondiente cámara, incluso alguna vez puestos directamente en urgencias pediátricas, ni por supuesto de los corticoides -ay, Estilsona de mi vida-. Lo típico, vaya.
Sí, definitivamente el mayor pagó el pato de mi inexperiencia, pero ¿como no lo iba a medicar si estaba enfermo?. Ese era mi pensamiento, y es que en realidad entiendo que como madre, cuando ves mal a tu hijo necesitas saber y sentir que estás haciendo algo por él, y normalmente no medicando sientes que no lo estás cuidando.
Mi hijo mayor dejó de enfermar cuando dejé de darle medicamentos cada vez que estaba malo. Recuerdo además exactamente cuándo decidí no darle ni un jarabe más, amén de que no exagero si digo que me costaba menos trabajo darle un medicamento a mi gato que a mi hijo. Ese día volvíamos del pediatra -de pago- por una revisión donde, después de ver que era un niño sano y dentro de la normalidad, me dijo más o menos que ya empezaba el tiempo de la bronquitis y que me iba a dar un tratamiento preventivo. Salí de allí con una hoja en la mano y varios medicamentos en ellos.
Camino a la farmacia me vino el flash del momento de darle una medicina a mi hijo, que debía tener 3 años porque creo que ya iba con mi niña en brazos, y al ver la lista de unos 4-5 medicamentos de repente pensé: ¿qué necesidad tengo de darle un medicamento, pasar un mal momento, cuando todavía no está enfermo?, ¿por prevención?, ¿y si estoy previniendo algo que no va a suceder?.
No fui a la farmacia. No hubo más bronquitis. De hecho, no hubo más -itis. Sí mocos, sí resfriados leves, sí fiebre que a los 2-3 días remitía sin más consecuencias, pero nada grave. A lo mejor se trataba de que a esa edad los niños ya enferman menos pero también coincidió con su entrada al colegio, por lo que las posibilidades de contagio de bacterias y virus varios era mayor.
Con mi niña ya en el mundo todo fue diferente. Con ella jamás usé el aspirador nasal, el suero fisiológico solo se lo daba cuando estaba muy atascada y en el formato de monodosis, nada de spray, no me daba a mi buen rollo ese chorrazo a presión por desagradable que debía ser. Íbamos al pediatra lo justo y preciso, poco más que los controles del niño sano y las vacunas.
El caso es que con ella todo fue diferente. Hasta los 2 años no enfermó, al menos no de ninguna -itis, o puede que sí tuviera alguna pero desde luego no dio la cara con mayor gravedad que pasar unos días algo más penosilla. La primera vez que tomó un medicamento fue recién cumplidos los dos años, por una amigdalitis leve que evolucionó favorablemente en 2-3 días, sin necesidad de antibiótico. A los pocos meses, yendo ya a la guardería, cogió una neumonía asintomática, quizás porque la detectamos a tiempo -ventajas de la experiencia previa- que evolucionó favorablemente en unos días, sin necesidad de oxígeno ni aerosoles.
Hasta hoy, salvo casos puntuales, es una niña muy sana que pisa la consulta del pediatra una vez al año y ha tomado medicamentos una o dos veces en toda su vida. Teniendo en cuenta que nació cuando su hermano empezaba la etapa escolar y que ha estado teóricamente más expuesta a los virus que su hermano -que hasta los 2 años de edad estuvo en casa-, tenía más papeletas para ser sensible a enfermar con mayor facilidad.
El pequeño aún es muy pequeño, pero el hecho de tener dos hermanos mayores en casa que además de ser portadores de virus y bacterias varios lo quieren con locura, lo tocan, lo besan indiscriminadamente, no le ha librado de tener mocos desde su primera semana de vida. Sí, a mi pequeño se le caen las velas, estornuda -muy gracioso él, eso sí- y tose. El aspirador nasal sigue guardado en su caja sin ánimo de ser usado y solo le hago lavados con suero fisiológico en monodosis si lo veo muy atascado. Si no molestan, de momento los mocos son amigos. En una ocasión tuvo algo de febrícula que no traté con antitérmico, eso sí, sin dejar de vigilar.
Hoy el pediatra me ha dicho que le haga lavados nasales solo si está muy atascado y molesto, y que evite los spray porque por leve que sea su fuerza facilita que los mocos se vayan al oído y un simple resfriado o congestión nasal derive en otitis sin necesidad. Del aspirador nasal me ha dicho que me olvide, y solo si está muy congestionado y los lavados con suero no ayudan, las gotitas de Neo Hubber.
Esas mismas gotitas me las recetó su médico -que no pediatra aunque me gusta porque no receta por recetar- cuando lo llevé a la semana de nacer al verlo con mocos y tos -en otra circunstancia no me hubiera preocupado, pero siendo tan pequeño no quise confiarme-, el botecito sigue en su caja y en el envoltorio de la farmacia, sin abrir, y esos mocos, aunque siguen ahí, no han progresado a más.
Mi conclusión, sin ánimo de convertirla en verdad universal, es que mi hijo mayor enfermó más por darle mayor importancia a procesos normales como son los mocos, las toses, un proceso catarral e incluso la fiebre. Intentar atajarlo todo a la primera de cambio con los métodos típicos en mi ánimo de prevenir y cuidar su salud, por supuesto, pero sin dar la oportunidad a comprobar si era algo pasajero, de evolución natural y que remite por sí solo, olvidando que el cuerpo humano dispone de sus mecanismos de defensa. Mecanismos que tengo la sensación anulé con tantos cuidados y tratamientos.
A lo mejor ha sido fruto de la casualidad, de que no hay dos hijos iguales, que mi hija fue más sana, pero lo cierto es que yo tengo la sensación de que a mi mayor le perjudiqué más que le ayudé con tantos cuidados. Con mi hija actué totalmente diferente, nos fue bien, y con el pequeño de momento mi filosofía es la misma: no obsesionarme con los mocos, la tos y la fiebre, no tratar por defecto y por supuesto siempre observar y vigilar su evolución o posibles síntomas de alarma.
Tengo que añadir que no es algo que haya hecho porque se me haya ocurrido a mi sola, sino que en mi ánimo de aprender e informarme he seguido y sigo blogs, grupos y foros de pediatría donde he podido ir leyendo las recomendaciones de profesionales, quedándome con lo que me parece útil o razonable, sobre todo aquello en lo que hay consenso generalizado, y mantenerme informada de las recomendaciones y actualizaciones de las sociedades pediátricas, como la Asociación Española de Pediatría, que aprovecho para decir que tiene una web muy accesible y pedagógica con información muy útil para las familias.
Con esto no quiero decir que yo lo haga bien y quien lo haga diferente lo haga mal. Cada un@ hacemos lo mejor para nuestros hijos, eso por supuesto, lo que funciona con un niño no tiene por qué ser efectivo en otro, pero quiero compartir mi experiencia como madre de tres que ha intentado corregir los posibles errores cometidos con el primer hijo en los otros dos, por si al alguien le puede ser útil tener otro punto de vista sobre este tema.
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