De que ese no era el camino correcto que debían seguir, que no estaban aplicando un adecuado proceso de enseñanza y que los estudiantes cada vez tenían menos ganas de aprender y de ir a clase. Tras años de investigaciones, tras años de búsqueda de información, y de documentación. Parece ser que hay luz al final del túnel. ¿Será este el año de la renovación pedagógica como muchos afirman? No lo tengo yo tan claro.
Cada año que pasa, mucho alumnos van más cansados y desmotivados a los centros educativos. Cada año que ha pasado, el cambio que se ha producido en lo que a educación se refiere ha sido mínimo. Sí, estoy de acuerdo en que se han hecho avances, pero por lo que se ve no se han valorado lo suficiente. Cada año que pasa, maestros y profesores salen a la calle a protestar por un cambio del sistema educativo, y pese a su gran esfuerzo, las cosas prácticamente no se mueven de su sitio.
Cada año que pasa, pedagogos, psicólogos y expertos en educación, recuerdan que hay que transformar la metodología de la mayoría de escuelas, pero está claro que muchos hacen oídos sordos a esta información tan valiosa. El ejemplo más claro son los temidos y absurdos exámenes: por mucho que se haya luchado por cambiar las evaluación, esas pruebas siguen estando en las primeras listas de los centros educativos.
Lo peor de todo es que muchos de esos centros saben que tales pruebas están increíblemente obsoletas y que no son adecuadas para todos los alumnos. ¿Hablamos de la adolescente con dislexia que ha dejado de estudiar porque sus profesores no son capaces de adaptarle las pruebas? . Y otros muchos alumnos que no salen en los periódicos, están pasando por lo mismo.
Jóvenes que tienen dificultades de aprendizaje y que por culpa de este tipo de pruebas y la falta de empatía de algunos docentes, no pueden obtener un título de estudios. Además, los exámenes únicamente han servido para crear desigualdades y falta de valores en las aulas. Desde hace bastante tiempo, se cree que el mejor alumno es el que consigue sacar mejores calificaciones en las evaluaciones, y muchas escuelas siguen aplicando esta “filosofía” al pie de la letra.
“Fulanito ha sido el mejor de su curso porque ha obtenido no sé cuántos sobresalientes. Es un placer tenerle en nuestro centro”. ¿Cuántas veces no habremos escuchado eso? ¿Cuántas veces se habrá reconocido el trabajo de un alumno únicamente por haber sacado un sobresaliente? En muchísimas ocasiones. ¿Quién no ha sentido en sus propias carnes de estudiante ese momento en el que has aprobado con buenas calificaciones todos los trabajos obligatorios del trimestre y sacas un cuatro en el examen y no se aprueba la asignatura?
Lo cierto es que todos los alumnos, empezando desde Educación Primaria, se lo juegan todo a una carta: su máximo objetivo es aprobar todos los exámenes para que no les quede ninguna asignatura. Y no les culpo, ni mucho menos. No les culpo porque el mayor fin de muchas escuelas sea que los estudiantes aprueben y no conseguir que sus alumnos aprendan de verdad. No les culpo porque las escuelas den máxima importancia a un simple número. Un número que si no es el cinco, los estudiantes pueden estar en serios problemas.
Pero, analicemos la situación: ¿qué es lo que realmente dicen los exámenes? Algunas personas pueden responder que de esa manera, los maestros y profesores saben si los alumnos se han aprendido el tema o la asignatura. ¿En serio? ¿En serio con un simple examen los docentes son capaces de reconocer si un estudiante ha comprendido, ha asimilado y ha entendido una materia?
Lo siento mucho, pero soy incapaz de creerlo. Para empezar, un estudiante puede haberse aprendido los apuntes por total memorización. Y sí, si tiene una gran memoria puede que saque un diez redondo en la prueba. ¿Pero de verdad ese alumno ha aprendido algo? ¿De verdad que de esa manera va a recordar las cosas importantes en su cabeza? Pero claro, ha sacado un diez. Y si ha sacado un diez, es el mejor de la clase.
Sin embargo, los estudiantes que se han esforzado durante el curso, que han hecho todos los trabajos, que han tenido un buen comportamiento en el aula, que han aplicado valores importantes, que han ayudado a sus compañeros, que han sido solidarios, que han aportado cosas valiosas en el día a día de clase, y suspenden un examen, únicamente tienen malas palabras para ellos: “tienes que mejorar más, tienes que hacerlo mejor, tienes que estudiar más, no te has esforzado lo suficiente”, con esa nota no conseguirás aprobar la asignatura, con esa calificación puede que repitas curso”.
Y cómo esos comentarios, desgraciadamente, muchos más. Ni siquiera se dan cuenta de que el alumno haya podido tener un problema en casa, que pueda tener un conflicto en clase, que esté enfermo, que esté preocupado. Lo que de verdad importa es, por supuesto, que ha suspendido. Ser el mejor estudiante no debería depender de una simple calificación numérica.
Ni siquiera se debería fomentar tal competitividad por sacar las mejores notas. Todos los alumnos tienen un talento y una fortaleza. A algunos se les dará bien el inglés, a otros las matemáticas, a otros educación física, pero favorecer la superioridad entre los alumnos, el gritar a los cuatros vientos “este es el mejor alumno”, no creo que sea una actitud adecuada y ni mucho menos algo educativo.
Los exámenes se siguen aplicando en los centros porque de esa manera es todo más sencillo y fácil. Si los alumnos han sacado un cinco aprueban, si no han conseguido llegar, suspenden. Y punto pelota. ¿Para qué se van a preocupar en investigar, en hablar con los estudiantes, en conocerles, en preguntarles, en interesarse por ellos, en intentar cambiar la metodología? Algunos ya lo están haciendo desde hace tiempo, pero para muchos… para muchos es demasiado trabajo.
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