Los jueces, pese a la juventud del aspirante a chef, no fueron benévolos. Los tres miembros del jurado se ensañaron con el concursante haciéndole ver que esta profesión, detrás de la parte lúdica y divertida que enseña, esconde una parte de sacrificio muy dura. Y no tuvieron piedad. Como yo tampoco la tendría con el que me dijera que hacer un programa de radio es tan fácil como ponerse delante de un micrófono y hablar sin parar. 15.000 candidatos se presentaron al casting de esta tercera edición del concurso y me imagino a muchos de ellos en sus casas revolviéndose ante semejante burla. Lo que me sorprende es esa actitud pusilánime del público que se enternece ante un hombre de 18 años que llora desconsoladamente ante unas críticas, bien traídas desde mi punto de vista. De ahí mi visión de una sociedad blanda.
El "león come gamba" ha recibido muchísimas críticas, al igual que alabanzas. Y lo de las criticas me sorprende porque estoy cansada de ver en las redes sociales platos como éstos
¿Quién no ha visto en Facebook alguna vez el osito de arroz tapado con su manta de tortilla? Y con 157.021 likes, retuits y otros tantos favoritos.
Y entiendo que estos platos están sacados de contexto, porque por lo general son platos para niños. Si el concursante hubiera presentado el plato como una versión infantil de un plato de verduras para que los niños se familiarizasen con los vegetales, ¿habría recibido tantas críticas por la sociedad o a más de uno de esos críticos gastronómicos de sofá se les hubiera escapado un ¡oh!, que mono? Pues seguramente. De ahí mi visión hipócrita. Muchas veces, dependiendo de la presentación y de la opinión de los demás, emitimos juicios a tontas y a locas.
Y esa es mi reflexión peleona (que no leona) de hoy martes, con sabor a miércoles.
¡¡¡FELIZ DÍA!!