El caso es que pelándome con mis circunstancias por un lado y desahogándome con unas amigas en el whatsapp por otro, de repente me vino la imagen a la cabeza: me siento como un hámster en la rueda, corriendo, intentando salir adelante, gastando fuerzas y energías pero sin capacidad para salir del mismo punto en el que me encuentro.
Te pongo en situación. Resulta que desde que di a luz tengo un problema con la mano derecha, por lo general tengo ambas manos hinchadas pero la derecha especialmente más, y para acompañar, por la noche se me agarrota, se me duerme, durante el día tengo parestesia con irradiación hacia el hombro, he perdido fuerza y agarre... En fin, que ahí andamos viendo si es el típico síndrome del túnel carpiano o si es otra puñetería.
Llevo dos meses esperando para una radiografía, tenía clarísima la fecha pero a última hora me lié, di por hecho que 25 de abril era martes y cuando me estaba preparando para salir caí en la cuenta que el 25 fue el lunes, por lo que se me había pasado la cita. Aún así dejé a mi bebé con su abuela y me fui al centro de especialidades a ver si al contarles mi caos de vida -precisamente el lunes a la hora de la cita de la radiografía estaba con mis tres hijos en el pediatra- les daba pena y me hacían la radiografía.
Mientras esperaba a que el técnico de RX decidiera si atenderme o no, recibó una llamada del colegio: mi hijo mayor había vomitado. Llevaba varios días con una gastroenteritis leve, el lunes no fue al cole y parecía que ya estaba recuperado, pero por alguna razón se le cortó de nuevo el cuerpo. Y mi situación era tal que: yo esperando a que me hicieran el favor de atenderme en radiología siendo responsable de haber perdido la cita; mi madre con mi pequeñín y el cole que le queda a tomar por saco de lejos; yo que aunque no me atendieran y me fuera de allí en unos minutos, en lugar de en coche me había ido andando desde casa de mi madre, por lo que tampoco podía llegar inmediatamente al colegio.
O sea, ¿que tengo un marrón? pues venga otro más y todo en contra para ponerles solución. Algo que desde hace unos meses, por una cosa u otra, se viene dando más veces de las deseables, incluso de las aguantables. Entre eso y que se me olvidan cosas importantes, me despisto con una facilidad tremenda, empiezo a pensar que tengo un problema grava.
(Inciso: no estoy de coña, esta noche he puesto a calentar un cazo con salsa de tomate casera, mientras me he ido a cambiar el pañal al peque, se me ha ido el santo al cielo, comencé a oler raro y.... sí, se me ha quemado la puñetera salsa. Y así, todos los días algo).
Ese pensamiento y la conversación por whatsapp, que tuve que dejar porque hablar de mis miserias me genera una ansiedad insoportable, me hizo pensar en lo que se ha convertido mi vida: en una continua lucha por solucionar cada contrariedad que surge, que no son pocas, intentando salir hacia adelante pero viendo que al final estoy en el mismo punto, o voy para atrás.
Y es algo que comienza a agotarme hasta el punto de la extenuación. Nadie ni nada te libra en esta vida de una mala racha, pero tengo la sensación de que en lugar de mejorar vamos a peor. Bueno, no es una sensación, es la puñetera realidad. Y no soy persona de quejarme, no soy negativa, siempre levanto la cabeza, pienso en positivo y tiro adelante, pero llega un momento en el que una se harta de tener que pelear día sí, día también, y ver que por más que pones de tu parte las cosas no se solucionan.
¿Que en algún momento pasará?. Sí. ¿Que no hay que venirse abajo?. También. ¿Que está durando demasiado y yo ya comienzo a quebrarme?. Quisiera que no fuera así pero por desgracia para mi no soy de piedra, y ya llevo demasiado encima. Siento que llegará un momento en el que me venga abajo y se vaya todo a la mierda, aunque pongo todo por mi parte por que no sea así.
La tri-maternidad me tiene agotada, es la verdad. No la trimaternidad en sí sino llevarla casi en solitario, porque cuando el padre acompaña y se lleva entre dos es otra cosa, pero el hecho de que esté trabajando fuera y no pase por casa ni para renovar la ropa de la maleta, que todo el trabajo y responsabilidad de los niños caiga exclusivamente sobre mi 24 horas al día 7 días a la semana, sin descanso, me tiene desbordada.
Y no puedo quejarme, porque si me quejo la culpa es mía porque nadie me mandó tener tres hijos. Que no lo digo yo ¿eh?, es lo que tengo que escuchar si alguna vez cometo la debilidad de decir que estoy desbordada.
Lo que nadie comprende es que el problema no es tener tres hijos: el problema es que mi marido se vea obligado a estar fuera tanto tiempo por trabajo, eso que le ha faltado durante cuatro años, al que se agarra cual clavo ardiendo a pesar de estar mal pagado y obligarlo a no ver a sus hijos, incluyendo perderse en nacimiento y casi todo el primer año del pequeño, por el simple motivo que o acepta ese trabajo, o no hay otra cosa. Lamentable.
A eso me refiero con la metáfora el hámster en la rueda: a que por más que intentamos mejorar y salir adelante, algo se ha confabulado en nuestra contra, tanto que si hace 4 años tenía preocupaciones, hoy quisiera yo tener las preocupaciones que tenía por entonces, que no eran pocas. Pero ver que 4 años después no es que estemos igual, es que estamos peor porque nos la dan por todos lados, es muy muy frustrante.
No es el post más bonito, ni más emocionante, ni más ilustrativo... De hecho estoy tan casanda que la cabeza no me da para nada creativo, no coordino. Ahora mismo solo pienso en irme a la cama e intentar dormir porque me caigo de sueño, de cansancio y de todo, aún sabiendo que me quedan mil cosas por hacer y que mañana será otro día, con el doble de cosas por hacer.
No me tengas en cuenta las gilipolleces que acabo de soltar. O lo digo, o reviento, a veces hay que soltar lastre para seguir adelante. Y como no me da la economía para ir al psiquiatra, siempre me quedará este rinconcito para pegar un grito, tirarme de los pelos, desahogarme a gusto... Y volver a empezar.