Estudios e investigaciones en todo el mundo coinciden en la necesidad de que familia y escuela trabajen conjuntamente pero ¿es esto posible cuando hay tantos conflictos entre ambas partes? ¿Qué podemos hacer para encontrarnos?
Estamos de enhorabuena: la Educación está de moda. Conferencias, artículos, grupos en las redes sociales, programas de televisión, encuentros, iniciativas… parece que nos hemos dado cuenta de que abordar cuestiones educativas es necesario y rentable, y quien más y quien menos tiene una opinión formada acerca de temas que van desde la crianza hasta los modelos pedagógicos. Las familias están más informadas que nunca y las escuelas buscan nuevas líneas pedagógicas, pero ¿qué ocurre cuando ambas partes se encuentran? ¿Por qué resulta tan complicado ponerse de acuerdo en cuestiones tan controvertidas como los deberes o las actividades del aula? Pensemos en ello.
Según Beatriz León Sánchez en su artículo La relación familia-escuela y su repercusión en la autonomía y responsabilidad de los niños/as (XII Congreso Internacional de Teoría de la Educación, Universidad de Barcelona, 2011), “lo que no podemos olvidar es que ambos agentes repercuten directamente en la capacidad autónoma y de responsabilidad de los niños y, para que éstas se produzcan, se hace necesario que familia y escuela trabajen conjunta y cooperativamente.”
Esta reflexión será seguro suscrita por todas las familias y profesionales de la Educación, pues hoy sabemos que la cohesión y la coherencia en las pautas que ofrecemos a un/a niño/a son claves para la consecución de las metas que nos marcamos. Sin embargo, rozamos continuamente en nuestra visión de “lo adecuado” en cuanto a formación y educación, y parece que ninguna de las partes está dispuesta a dar su brazo a torcer: la familia, avalada en su experiencia, y el gremio educativo, avalado en su formación. El resultado son mensajes contradictorios, tensiones innecesarias y, sobre todo, la pérdida de una oportunidad valiosísima para hacer un trabajo conjunto, pues si bien es cierto que no existe método infalible ni modelo perfecto, sí está en nuestra mano diseñar prototipos que mejoren nuestro sistema educativo y repercutan positivamente en los y las niñas.
Entonces, ¿qué podemos hacer para limar asperezas y aunar nuestras fuerzas?
En primer lugar, empatizar con la otra parte es clave. Desde la escuela no podemos obviar la realidad de cada familia, cuyo modelo es cambiante y que presenta necesidades muy diferentes dependiendo de su contexto. Es evidente que no podemos amoldarnos a cada una de las personas que integran cada una de las familias, pero sí podemos flexibilizar nuestra práctica para ajustarnos a su día a día y a sus demandas.
Las familias, por su parte, son conscientes de la circunstancia por la que pasa la Educación en nuestros días: aulas con multitud de alumnado que presenta diferentes ritmos, características y necesidades, y recursos muy escasos para el profesorado. La comprensión y la colaboración son mejores armas de transformación que los reproches y los requerimentos, por lo que abordar cualquier cuestión de forma constructiva y relajada siempre dará mejores resultados que hacerlo desde el enfado y la tensión.
En segundo lugar, es necesario buscar espacios y tiempos de calidad y adecuados para encontrarnos. Las familias cuentan con mecanismos formales (Asociaciones de Madres y Padres, Consejo Escolar, etc) a través de los cuales informar y proponer al claustro cuestiones de interés; esta información, a su vez, debe ser correctamente transmitida al profesorado, y es tarea de toda la comunidad escolar buscar vías de participación en las que ambas partes coincidan, se nutran de las ideas y propuestas y las apliquen a sus respectivos campos de acción. Las familias no pueden quedar relegadas a la organización de los festejos y el profesorado no puede estar subordinado a los deseos de madres y padres. Nuestra tarea pendiente es encontrar el equilibrio y actuar como un solo ente que se mueva en la misma dirección y hacia la misma meta.
Por último, debemos utilizar mecanismos de comunicación efectivos. De nada sirve compartir enlaces en las redes sociales o sintonizar un canal de televisión donde una experta habla sobre las tareas escolares si no nos comunicamos en nuestros propios centros escolares. El debate, el intercambio y el diálogo son herramientas poderosas que se ejercen desde la horizontalidad y el respeto, y que nos permiten conocernos y crecer. Para ello es interesante acudir a las Reuniones de Familias, solicitar tutorías, encontrarnos en las AMPAS e intercambiar opiniones con todas las personas que participan de los procesos educativos. Desterremos esas conversaciones “deprisa y corriendo” a la salida de clase o los mails interminables dirigidos “a quien corresponda”: démosle a la comunicación la entidad que merece.
Existe un proverbio africano (a menudo colgado en las paredes de los colegios) que dice que “Para educar a un niño hace falta una tribu entera”, y no le falta razón. Si hemos escogido para nuestros/as hijos/as la enseñanza en la escuela, debemos conquistarla como un espacio abierto, cálido y acogedor en el que, como tribu, defendamos los intereses de lo más valioso de nuestro sistema educativo: los niños y niñas.
Paula Sánchez Gil
Maestra en Ed. Primaria
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