Casi todo el mundo ha sufrido algún castigo a lo largo de la infancia. Para algunos estos castigos significaban el típico ‘cachete’ dado por los padres y para otros era sufrir el regaño de nuestras madres por llegar tarde a casa o los dos días sin salir por no haber aprobado alguna asignatura en el cole. Hasta hace unos años estos castigos se veían con normalidad en nuestra sociedad, sin embargo, cada vez, se cuestionan más estas conductas.
Sin duda alguna, hay muchos tipos de castigos. Sin embargo, los castigos que recurren a la violencia, física o verbal, generan un impacto en el niño como un modelo de conducta agresiva. Si los niños viven rodeados de este modelo, poco a poco adquirirán también comportamientos agresivos. ¿Cómo deben ser los castigos? ¿Cómo conseguimos que nuestros hijos se comporten adecuadamente? Es por ello, que el día de hoy nos tomamos una espacio para hablarte sobre todo los que debes saber de los niños y los castigos, donde aprenderás las claves para educarlos adecuadamente.
Castigo sí o no
El castigo no es tema de gusto para nadie, ni para padres ni para hijos. Sin duda, es más correcto hablar de límites y normas para el correcto funcionamiento de la familia. Los límites han de ser claros, firmes y sobre todo coherentes con el comportamiento de los padres. La aceptación y comprensión de las normas por parte de los niños les hace seres más sociables, por lo que es fundamental que formen parte del proceso educativo.
Por tanto, ante la pregunta, ¿castigo sí o no? La respuesta es obvia. La violencia genera violencia. Si el niño vive en un ambiente familiar donde todo se resuelve a través de los gritos, insultos, bofetadas, el niño adoptará esta manera de actuar para resolver las situaciones conflictivas que luego encuentre en su vida cotidiana. Sin embargo, esto no significa que a los niños se les pueda pasar todo, el castigo puede ser necesario pero debe ser utilizado de una manera racional.
Consecuencias de sus actos
Como ya hemos dicho el castigo no se debe aplicar con gritos e insultos, ni humillando al niño, porque esto manifiesta un comportamiento negativo que puede ser copiado por el niño. El fin del castigo tiene que ser que el niño reflexione sobre lo que ha hecho mal y así pueda mejorar su conducta. Los padres no pueden aplicar un castigo en función de su estado de ánimo, sino siempre que su hijo haga algo mal.
Otra regla fundamental, a la hora de aplicar el castigo es que nuestros hijos conozcan claramente las consecuencias que tienen sus actos negativos. Por ejemplo, ‘si pegas a tu hermano, no puedes ver la tele al día siguiente’. Si el niño supera el límite que le hemos marcado, el castigo tiene que llegar al momento. Debemos tener en cuenta que los castigos no deben ser eternos. No sirve de nada castigar a nuestro hijo sin ir al parque durante una semana, de la misma manera que no es nada útil amenazar al niño con un castigo que nunca se llega a cumplir.
¿Conseguiré que mi hijo sea obediente?
La obediencia es la actitud por la cual el niño comprende las normas de la casa y colabora cumpliéndolas para tener una convivencia feliz. Esta obediencia no implica que el niño vaya a hacer todo lo que le digan sus padres, punto por punto, sino que comprende las principales reglas que hay en su casa y las va a cumplir, siempre con una lógica, por supuesto.
Como hemos dicho, es una actitud, por lo que para conseguir que nuestro hijo sea obediente debemos regular su conducta mediante el autocontrol y la enseñanza de distintos recursos. Normalmente, el niño aprende a ser obediente porque de esa manera agrada al adulto, porque además le satisface hacerlo y porque le han explicado el por qué de las cosas. Este es un punto fundamental, si quieres que tu hijo tenga un buen comportamiento.
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