Nada mejor que ilustrarlo con un ejemplo: Un niño de dos años se ha subido a la mesa del salón (de cristal) cuando te has girado a prepararle la merienda y empieza a bailar y dar saltitos encima. ¿Cómo reaccionas?
Para esta pedagoga, las madres y padres estamos muy influenciadas por lo que sentimos cuando un niño desobedece. No controlamos nuestras emociones y terminamos gritando o diciendo cosas de las que nos arrepentimos. Ella asegura que es nuestra culpa si no sabemos gestionar todo lo que nos mueve por dentro nuestro hijo en estas situaciones. Por eso recuerda que hay que separar la conducta de la persona: un niño no es malo, sólo se ha portado mal en esa situación. No se puede recurrir al chantaje emocional: “no te quiero si te portas mal” es algo que genera inseguridad en un niño, porque jamás debe dudar de si lo queremos.
Hay situaciones de riesgo inminente, como cruzando una carretera, en las que la respuesta es de otro tipo, pero en este caso es importante describirle al niño la situación, para que entienda qué le pasa. “El niño necesita a prender a procesar la información, el niño tiene que aprender dónde se baila y dónde se come, por ejemplo. Esto respeta a mi hijo y me respeta a mí”, explica.
Pero cuidado con dar demasiada información. La parte racional de su cerebro está formándose, así que no consiguen entender nuestros razonamientos lógicos. No vale de nada que expliquemos algo con pelos y señales, porque a según qué edad no lo van a entender. “Cuando un niño pega o llora ante algo es una reacción ante algo que le frustra. Su cerebro no le deja controlarse, así que no podemos hacerle entender que esa agresión está mal”, indica Garcés.
Defiende esta pedagoga que abusamos del ‘no’. Para Leticia Garcés, el ‘no’ debe ir hacia la mitad de nuestro discurso, no al principio. Tenemos que darle información, poner un límite y aceptar que se va a frustrar.
Entonces, ¿cómo habría que actuar en este ejemplo de la mesa? Diciendo al niño algo así: “Veo que te has subido a la mesa y que quieres bailar. Pero en la mesa no se baila porque se puede romper. Ven comingo y vamos a bailar en la cocina”, ofreciéndole la mano.
Sin recrearnos en explicaciones largas de cómo los cristales se rompen por el peso y hacen mucha pupa en el cuerpo. Sin gritos, sin bajarle a la fuerza y sin amenazas. “La obediencia inmediata está condicionada por el miedo”, asegura. Sin descargar en el niño, sino expresarle cómo nos sentimos poniendo nombre a todos los sentimientos.
¿Se baja el niño finalmente de la mesa? Quizá no, porque esto hay que trabajarlo día a día, con calma. ¿Cómo se consigue? Estoy trabajando en ello, así que supongo que sólo se consigue con la práctica. Esto es de mi propia cosecha, pero ayuda pensar qué decir al niño antes de hablar, y sobre todo coger aire primero.
De 0 a 7 años
Se necesitan años para que los niños desarrollen habilidades como la empatía o la asertividad. En concreto, 7 años para desarrollar su personalidad. Hasta esa fecha, lo que hacemos es educarles en esas herramientas, regar unas raíces que, con suerte, darán buenos frutos años después: los de un niño emocionalmente bien educado y con su autoestima equilibrada que tendrá la madurez suficiente para saber manejarse en los conflictos que se le presenten. El sueño de todos los padres, ¿verdad?
Y si nos equivocamos, ella asegura que tenemos que reaccionar como haríamos con nuestra pareja: pidiendo perdón: “Me siento mal porque no te he tratado como mereces, no he sido capaz de gestionar lo que ha pasado y he reaccionado mal”. Una explicación como ésta, en la que queda claro que el problema es de los padres por no saberse controlar y no del niño frustrado, protege de algo como el acoso escolar o el bulling. Además, defiende que esta conversación hay que mantenerla desde bebés.
Según explica Leticia Garcés en estas charlas para padres, -a la que yo asistí llevaba como título ‘Educación emocional y alternativas al castigo’-, el problema está en que niños y adultos no nos entendemos porque nosotros nos comunicamos desde la parte racional del cerebro y ellos desde la emocional.
Para ella, no hay alternativa al castigo en la educación, simplemente porque el castigo no es educar. Pero romper con estas “frases de madre” que nos salen solas es difícil. Estamos repitiendo los comportamientos que adquirimos de generación en generación. Leticia Garcés dice que somos nosotros quienes debemos parar esta rueda y educar de otra manera. Difícil tarea la que nos ha tocado, ¿verdad?
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