A pesar que nos cueste aceptarlo, la vida está llena de decepciones y desilusiones. Y éstas no son exclusivas de los adultos, todo lo contrario, en la infancia y adolescencia son de lo más habituales. Gestionar el dolor que producen no es sencillo para los niños, como tampoco lo es para nosotros mismos, pero debemos afrontarlas, aceptarlas y aprender de ellas. Y es que evitar a nuestros hijos cualquier tipo de contratiempo o frustración no les provocará otra cosa que mayor dolor en la etapa adulta debido a la falta de entrenamiento con el que adquirir las habilidades suficientes para aceptar y superar los fracasos, desengaños o chascos que la vida les deparará. Hoy hablamos de decepciones y desilusiones, esos sentimientos en los que confluyen la sorpresa y la tristeza y que emergen cuando no se cumplen nuestras expectativas.
Las decepciones y desilusiones forman parte de la vida
¿Quién no ha soñado con ganar ese concurso, ese premio o ese partido tan importante? ¿Quién no ha esperado con ilusión un detalle, un regalo o una mirada de alguien al que ama o admira? ¿Quién no se ha llevado una desilusión con algún familiar, amigo o trabajo deseado?
Probablemente nadie puede decir que jamás se ha desilusionado o decepcionado. Lo más normal es que en algún momento u otro de nuestras vidas todos hayamos probado el amargo sabor de la decepción. Un sabor que nos deja momentáneamente tocados y hundidos pero del que debemos aprender a sobreponernos.
La infancia es una época de aprendizaje, una etapa para entrenarnos para la vida, en la que las decepciones, desilusiones, frustraciones y desengaños deben aprender a verse como oportunidades para seguir mejorando. Si bien es más fácil decirlo, en este caso escribirlo, que hacerlo, los padres tenemos en nuestras manos la oportunidad de enseñar a nuestros hijos a sobreponerse de estos duros momentos. Y la mejor manera de hacerlo es, como siempre, con nuestro ejemplo.
Superar las decepciones y desilusiones es una habilidad personal que todos podemos aprender
Altas expectativas, deseos, esperanzas e ilusiones poco realistas conducen a grandes decepciones, desengaños o frustraciones con las que más pronto que tarde tendremos que lidiar. Esto no significa que no debamos tener anhelos o esperanzas, puesto que ellas son los motores que impulsan nuestros proyectos y nos motivan para conseguir nuestros objetivos. Sin embargo debemos aprender a mantener nuestras expectativas en unos límites realistas.
A los padres nos ocurre bastante a menudo. Solemos tener altas expectativas con nuestros hijos y nos decepcionamos cuando éstas no se cumplen. Pongamos por ejemplo el esperar que nuestros hijos nos obedezcan siempre. Lo normal es que nos sintamos frustrados y nos enfademos con ellos cuando nos desobedezcan, sin embargo, deberíamos reflexionar y analizar si esto es justo para nuestros pequeños. Las esperanzas son nuestras y los deseos irreales, puesto que los niños son niños y parte de su normal desarrollo es buscar hasta dónde pueden llegar y esto significa (en muchos casos) desobedecer. Aprender a ver qué es lo que podemos esperar en cada momento de nuestros hijos nos ayudará a sentirnos menos decepcionados con ellos y con nosotros mismos, puesto que entenderemos que ni ellos ni nosotros estamos haciendo las cosas tan mal como creemos.
El ejemplo anterior solo es un ejemplo de las muchas cosas que en la vida nos pueden decepcionar o desilusionar y, quizás la que, como padres nos angustia más. Sin embargo, las decepciones vendrán de muchos flancos: una amistad que nos traiciona, un premio que no ganamos, un examen no superado, un amor no correspondido … Y con todas ellas tendremos la oportunidad de aprender, no a no esperar nada de los demás si no de ver nuevas oportunidades de éxito y de superación.
Cómo enseñar a los niños a superar las decepciones y desilusiones
Entender las frustraciones, las desilusiones o los desengaños como oportunidades para mejorar es un modo constructivo de enfrentarse a las adversidades. Y como tal, este debería ser uno de los objetivos de la educación principalmente en el seno de la familia.
Uno de los errores en el que caemos muchos padres de hoy en día es el de evitar que nuestros hijos sufran. Para ello intentamos librarles de frustraciones, decepciones y desilusiones dándoles todo cuanto piden y dejando que hagan todo cuanto desean. Error educacional gravísimo donde los haya. Y es que la vida está llena de puertas que se cierran y de negativas que nos impedirán obtener cuanto queramos.
Aprender a tolerar la frustración forma parte del proceso de maduración que necesita ser entrenado a lo largo de la infancia. Con esto no digo que neguemos todo a nuestros hijos sistemáticamente. Lo que pretendo trasladar es que la frustración, decepción, desilusión o desengaño es parte de la vida, ya que las cosas no siempre nos saldrán tal y como esperamos.
Así las cosas, si deseamos que nuestros hijos se conviertan en adultos emocionalmente equilibrados debemos enseñarles a aprender a tolerar el malestar que conlleva el hecho de no conseguir siempre lo que quiere, anhela o espera y convertir la rabia y la tristeza en nuevas oportunidades para lograr sus objetivos.
Evitar sobreproteger, dejar que el niño exprese sus sentimientos, que hable de ellos con naturalidad, que llore si así lo necesita, estar a su lado sin sermonear y ayudarles a analizar la situación con objetividad son algunas de las pautas a seguir para ayudar a nuestros hijos a superar las desilusiones. A veces éstas son sólo fruto de un mal cálculo de sus posibilidades, ayudarles a ver objetivamente cuáles son sus puntos fuertes y cuáles deben mejorar les permitirá aprender de sus posibles errores y seguir adelante con sus proyectos truncados. Esto es especialmente importante durante la preadolescencia y adolescencia.
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