Querida Maramoto:
Esta carta tenía que haber llegado para el Día del Padre, pero en casa últimamente siempre llegamos tarde. Cuando leas esto ya no te acordarás, pero fueron días de locos. Que tampoco es excusa vaya, porque papá quería aprovechar el Día del Padre para hablarte sobre el abuelo Rafa. El abuelo “Pata”, que dices tú. El “abuelo molón”, que también repites por influencia de la mamá jefa. Ése con el que siempre quieres hablar en primer lugar cuando llamamos a Valencia por teléfono; ése por el que preguntas con insistencia cuando son la abuela o la tía las que cogen la llamada (“¿No está el abuelo molón?”); ése que te saca una sonrisa tonta con sólo pronunciar tu nombre desde el otro lado de la línea telefónica; ése que pese a ver un fin de semana cada mes o mes y medio quieres con locura, con una devoción que inevitablemente me recuerda a la que yo sentía por mi abuelo, el de la maceta de chupa chups que tanta imaginación está despertando entre los niños desde que su historia se convirtió en un precioso cuento por el que sólo recibo buenas palabras.
No tenía dudas de que ibas a querer con locura a tu abuelo. Ninguna. Desde incluso antes de que nacieses papá ya pensaba que cuando seas mayor, me conformaría con que sintieses por mí una pequeña parte de lo que yo siento por él. Eso significaría que he hecho las cosas medianamente bien, que he estado a tu lado cuando me has necesitado, que siempre has tenido mi apoyo, que siempre has podido contar conmigo. Como yo conté con él, que siempre ha sido para mí un ejemplo, un espejo en el que reflejarme. Incluso en sus cosas malas, que también las tiene, por supuesto. Nadie es perfecto, cariño. Y el abuelo tampoco. Hoy, incluso en esas cosas malas, me veo muchas veces como el abuelo. Hasta ahí parece haber llegado mi obsesión por parecerme a él, por ser para ti un padre como lo fue él.
Siempre digo que los papás de hoy en día a veces estamos un poco perdidos en nuestro papel porque no hemos tenido referentes, figuras paternas presentes. Yo puedo decir que sí que lo tuve. Que el abuelo, en cierto modo, fue de esa generación de padres que hicieron de eslabón entre la figura autoritaria y cero implicada en la crianza y el modelo de padre 100% corresponsable que intentamos alcanzar en la actualidad. Sin ellos, sin gente como el abuelo, es posible que el salto que hoy estamos dando todavía no hubiese llegado, que todo se hubiese ralentizado un poco más. Porque sí, puede que el abuelo jamás me cambiase un pañal, que aún pertenezca a una generación con demasiados tics machistas, pero la tía y papá podemos decirte que siempre lo hemos visto compartir las tareas del hogar y, sobre todo, estar presente en nuestra crianza: bajarnos al parque, enseñarnos a montar en bici (¡con lo desesperante que tuvo que ser enseñar al torpe de tu padre!), tirarse al suelo a jugar con nosotros, hacer el cabra por los toboganes de Gulliver (como ahora hace contigo), hacernos reír, recogernos del cole, acompañarnos al médico…
El día de mañana me encantaría que me recuerdes como yo recuerdo al abuelo. Él, que siempre ha estado disponible para nosotros. Que siempre nos ha dado su confianza. Que nunca nos ha puesto una mano encima porque le bastaba su mirada para decirnos que ya estaba bien, que quizás nos estábamos pasando. Él, que me dejó el coche un día después de sacarme el carné y se lo rallé. Y me lo volvió a dejar al día siguiente. Y sólo teníamos un coche en casa. Él, que siempre nos ha abierto las puertas para dialogar, para contarle nuestros problemas y nuestros miedos. Él, que ha sido padre y amigo, el colega con el que he compartido partidas de frontón o pádel y entrenamientos de gimnasio, el compañero que se emborracha con tus amigos el día de tu boda, el padre que siempre me ha apoyado en mis decisiones, aunque no las compartiese, aunque pensase que quizás me estaba equivocando. Él, con el que he compartido tantas alegrías y decepciones viendo mano a mano los partidos del Barça. Él, con el que he compartido tanto y tan bueno, pese a sus días malos, pese a esos días en que se levanta con ganas de llevar la contraria y discutir hasta por el precio del barril de Brent.
Escribía Pablo Ramos en ‘En cinco minutos levántate María’ que “si un hijo no encuentra los valores en su padre se convierte poco a poco en un hombre vulnerable, en un infeliz, en un paria. Yo tuve la suerte de encontrarlos en él. Espero que tú, algún día, puedas decir lo mismo. Hablar de mí con el mismo orgullo con el que yo hablo del abuelo. Mientras llega o no ese día, me conformaré con ver cómo crece ese amor que sientes por el abuelo; con observar cómo jugáis los dos juntos; con mirar cómo le coges de la mano mientras veis los dibujos; con distinguir esa sonrisa que sólo te saca él; con ver como te duermes apoyada en su hombro cada vez que te vence el cansancio y él te coge en brazos. Unos brazos que hace no tanto, con el mismo cariño y la misma calidez, me dormían a mí.
A veces nos cuesta decir las cosas a la cara, expresar los sentimientos. Acostumbro a decirle al abuelo que le quiero. Creo que hasta hoy nunca le había dicho porqué, aunque intuyo que él ya lo sabía.
Te quiere,
Papá