Mi pequeñín, mi bebote, mi Polvoroncillo, mi bollicao, y mil nombres más que le digo a diario, mi tercer sol de mi vida, hoy cumple un mes. Un mes desde ese parto intenso y salvaje que de nuevo me hizo sentirme poderosa. Un mes desde el día que nos conocimos, nos vimos por primera vez y nos enamoramos a primera vista.
Si dejamos a un lado el tema puerperio -y sus consecuencias, maldigo a quien lo haya inventado- y las circunstancias adyacentes -que tengo dos hijos más, básicamente-, si pienso solo y exclusivamente en mi bebé, debo ser justa y decir que no puedo ser más afortunada, porque me ha tocado un bebote de manual.
Y es que criarlo está siendo todo un gusto. Igual que sus hermanos, que hay que ser justa y este blog es fiel testigo de que han sido bebés muy fáciles de criar y llevar. No se por qué durante el embarazo pensé que no podía tener tanta suerte, y que si mis niños me habían salido tan buenos de bebés con este iba a enterarme de lo que es un bebé de verdad. Pero de momento parece que quiere llevarme la contraria, y es que a mi niño se le escucha tan poco que casi parece uno de los muñecos de mi princesa.
¡UN MES! Pero ¿Quién le ha dicho que crezca tan rápido?. Si hace nada aún estaba en mi barriga, que parece que fue ayer pero parece que haya pasado una eternidad, qué sensación tan contradictoria. Pues sí, ese bebé que hace poco más de un mes escaso nadaba en mi barriga ahora dormita plácidamente en mi regazo.
Mi niño es precioso, ¡¿qué voy a decir yo, que soy su madre?!. Tranquilo, dormilón, demanda lo justo y necesario. Adora estar en mis brazos y no parece asustarse cuando lo achucho sin cesar, le canto mis tonterías o le hablo en balleno, ese idioma del que muchos adultos y en especial los padres enchochaítos se empeñan en hablar a sus bebés. No me importa pararlo todo o casi todo por él. Me lo he propuesto así, salvo sus hermanos, que se merecen igualmente mi atención, esta vez nada va a impedir que me dedique por entero a él.
Las mañanas son nuestras, muientras sus hermanos están en el cole tenemos ese tiempo para disfrutarnos en exclusividad. Me da igual qula gente me tenga que esperar, que las pelusas invadan mi casa o que medio abandone tareas hasta ahora muy gratificantes para mi; si me tengo que pasar toda las mañanas recostada en el sofá con mi bebé en brazos, con la teta más fuera que dentro, o paseando con él al solito, esa es mi prioridad. Soy feliz así, sin más prisas ni compromiso que él mismo.
Y cuando sus hermanos salen del cole la locura vuelve e intento estar para los tres, repartir mimos a partes iguales y perder la paciencia lo menos posible. Tarea difícil sobre todo ahora que estamos aprendiendo a convivir con un nuevo miembro, no lo voy a negar.
Lo que es innegable es que estoy disfrutando muchísimo esta nueva etapa, en contra de lo que me creía. Un tercero, ¿qué puede suceder que yo no sepa?. Pues probablemente nada, o eso espero, solo que la novedad es él, esta nueva personita en mi vida a la que voy conociendo poco a poco. Que nos vamos conociendo sería más acertado decir, pues para él también soy nueva, aunque seguro que me conoce más que yo a él.
Y como la experiencia es un grado, me permite tomar cierta perspectiva y tener bien claros ciertos aspectos de esta nueva crianza; es por eso que porteamos desde el primer día por gusto, comodidad y practicidad, que no he sabido lo que es que duerma en su cuna -y esta vez en modo colecho, sin barreras- hasta hace unos días y que de nuevo me siento poderosa de poder alimentarlo con mi pecho, salvando las dificultades sobrevenidas gracias a saber a lo que me enfrento.
Si bien en lo que a crianza se refiere ya estoy bastante curtida, he de decir que estoy disfrutando como una primeriza. Incluso puede que más, ya que la experiencia me trae buenas dosis de calma, paciencia y la capacidad de relativizar, y además ahora tengo conciencia de lo rápido que crecen y lo rápido que puedo olvidarme de lo que es tener un bebé entre mis brazos. Por eso no quiero perderme ni un segundo de tiempo que pueda estar con él.
No puedo sentirme más feliz, de verdad. Es más, dentro de la locura de la trimaternidad, me está resultando muy fácil criar a mi bebé, tanto que a veces hasta me siento mal porque no me supone ningún esfuerzo. Y a pesar de lo jodido que está siendo este puerperio en muchos aspectos, y que no me siento en el mejor momento de mi vida, estoy disfrutando a mi bebé como no imaginaba.
La experiencia de haber criado a dos hijos antes me hace tener cierta perspectiva de lo que me espera. Quiero arrepentirme de lo menos posible. Se que mi niño no es la ilusión del primero ni la de la niña -para los demás, claro-, no ha sido buscado pero sí deseado -al menos por mi-, parece que no merece tanta atención porque, total, es el tercero. Pero desde el momento que me enteré de que estaba embarazada supe que mi niño era especial.
Y no me equivocaba. Ha venido a llenar de luz el momento quizás más sombrío de mi vida. Ha completado esa familia que de alguna manera siempre tuve en mente formar, aunque fuera como pura utopía. Ha hecho que vuelva a sentirme fuerte y poderosa. Ha conseguido que no me importe nada más que él y sus hermanos. En el fondo, son lo verdaderamente importante de la vida, de mi vida.