Allá está la que reparte sus miradas, los cuidado con eso y manos 50-50 entre el mayor y el que apenas camina.
Sentada en el único lugar donde da la sombra, la mamá con cara de pocos amigos, no deja de mirar a través de los lentes oscuros a la nena pelirroja que se hamaca.
La mamá de la de trenzas y vestidito con lunares sufre porque esta se tiró en la arena y es un enchastre del cual no es fan. Esta juega con otros tres chicos que son hijos de la mujer que en el barrio conocemos como la mamá de los nenes de rulitos.
Ahí llega Nory la dueña del kiosco de diarios con Nacho que ya perdió su primer diente, el perro – un chiguagua ya viejito – y un bolsón enorme de donde saca galletitas, manta, juguetes, repelente de mosquitos, agua y un gorro para el sol.
Aquella, la que está meta charla y mate con la otra, es la madre de las mellizas que no paran de correr a un nena con una carcajada contagiosa.
La nena con pecas tiene una mamá que no habla castellano, creo que le grita cosas en ruso. La nena habla una mezcla de porteño y lengua materna y se está peleando con mi hija por un lugar en el tobogán.
Yo levanto la cabeza, dejo marcada la página del libro que estoy intentando leer, veo que se ponen de acuerdo y sigo.
Las mamás de la plaza parece que estamos todas en otra, solo parece.
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