El motivo que nos hizo llegar a este acuerdo es que en casa pensamos que decir que “No” a un bebé pierde todo su sentido si lo repites de forma permanente. Los bebés no entienden el significado de “no” y en todo caso lo ven como una frustración en un momento de sus vidas en el que empiezan a descubrir el mundo por sí solos. Y algun@s diréis, “los bebés entienden más de lo que pensamos”. Y puede ser, porque si alguna vez se me escapa un “No”, Maramoto se para, me mira con cara de pilla y tras unos segundos, al ver que no sucede nada, sigue a lo suyo. Es decir, puede que pare porque escucha una palabra muy rotunda tras de sí, pero creo que desconoce por completo las implicaciones que conlleva ese adverbio.
En nuestro caso, para no frustrarla en su descubrimiento del mundo, hemos optado por cambiar ese “No” que nos sale de forma casi automática por la acción. ¿Y en qué consiste la acción? En darle a Mara otros alicientes o estímulos. Es decir, si intenta comprobar cuántos metros tiene el rollo de papel higiénico y nosotros no queremos ver el baño convertido en un escenario para un anuncio de Scottex, en vez de gritar un “¡Noooooo! (que es lo que nos pide el cuerpo), lo que hacemos es darle otro aliciente que sabemos que le va a atraer lo suficiente como para olvidarse del rollo de papel. Y lo mismo con cualquier otra cosa con la que se emperre y que consideramos que no corresponde o puede ser peligrosa para ella.
Tras leer los dos primeros párrafos seguro que más de un@ habrá pensado que vivimos en una casa sin ley. Y es verdad, hay mucha libertad y no tenemos leyes. Pero sí límites, sólo que esos límites no están delimitados por un “no”. O al menos eso es lo que intentamos, porque no siempre lo conseguimos. Y es que, es tan fácil decir “¡No!”…
Y a vosotr@s, ¿os es más fácil no decir “no”?