La gastroenteritis en niños y familias: ¿Cómo la tratamos?

La gastroenteritis es la irritación en inflamación de la mucosa del estómago e intestino que procesa normalmente con diarrea, vómitos, dolor abdominal, debilidad y, en caso de ser vírica, con cuadro febril, entre otros síntomas. Puede durar aproximadamente entre 24 horas y una semana, según puñetera sea ella misma o el vicho que la produzca si fuera vírica.

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De un tiempo a esta parte parece que la gastroenteritis nos ha cogido cariño. Básicamente, porque en el último año mis niños han pasado cuatro nada menos, alguna así de puntillas, otras en plan "arraso con tu cuerpo y te dejo hecho cisco". Los papás no hemos sido menos, supongo que porque estamos demasiado acostumbrados a compartir vaso, botellitas, a no lavarnos las manos sistemáticamente, y estos viruses se propagan como la pólvora. Esto ha propiciado que me esté volviendo una "experta" en su tratamiento y que haya aprendido a tratarla, derribando como siempre algún que otro mito e idea preconcebida.

Mi pequeña lleva desde el viernes malita. No ha sido agresiva, ha vomitado poco teniendo en cuenta que las primeras vomitonas sí fueron fuertes pero luego ya le cogió sin nada en el estómago. Lo peor es que mi niña cuando está así no quiere comer nada que no sea teta, se niega a tomar suelo hiposódico y eso hace que se debilite rápidamente.

Así que esta mañana, tras 3 días solo a base de teta y agua, con un par de vomitonas leves de por medio, nos fuimos a su pediatra. No la llevamos a urgencias durante el fin de semana porque , dado que no llevaba ni dos días y además no cursaba fiebre ni otros síntomas preocupantes, sabíamos que volveríamos igual que nos habíamos ido, por experiencia.

Tras valorarla la pediatra decidió ponerle suero por vía intravenosa en vías de que la niña se negaba a comer y viendo que, aunque no presentaba signos de deshidratación, empezaba a tener la lengua pastosa. Mi niña se dejó pinchar como una valiente mientras tomaba un poco de su milagrosa teta que la mantuvo hidratada estos días, aguantó estoicamente el tiempo que tuvo la vía puesta, y al llegar a casa accedió a tomarse un plátano. Parece que el suero hizo su efecto sobre todo porque, aunque no era un cascabel, al menos ya tenía algo más de alegría en la cara y actividad.

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Así que aprovecho para recordaros las recomendaciones de la Asociación Española de Pediatría en casos de GEA -gastorenteritis aguda-, que difieren bastante de lo que tenemos por costumbre:

- Rehidratación oral rápida haciendo uso de una solución hipotónica: esto es, suero hiposódico, el de la farmacia, nada de bebidas isotónicas ni preparados caseros ya que no reponen todas lo perdido en los vómitos o diarrea. Está comprobado que es lo que mejor repone las pérdidas de líquido y electrolitos además de que es un método seguro, rápido, económico, no agresivo y que pueden aplicar los propios familiares.
- Alimentación precoz reiniciando dieta adecuada a al edad sin restricciones tan pronto como se corrija la deshidratación: es decir, nada de dieta blanda, dieta astringente, arroz blanco y pollo cocido.
- Mantenimiento de la lactancia materna: a veces es lo único que admiten los lactantes y le mantendrá alimentado y nutrido, doy fe.
- En caso de diarrea, suplementación con solución de rehidratación oral, para reponer las pérdidas. Lo dicho, suero de farmacia, en sobres o los batidos de sabores, al gusto de cada cual.
- No realizar pruebas de laboratorio ni aplicar medicamentos innecesariamente. Esto significa que por mucho que nos preocupe nuestro peque, una analítica no va a servir de nada más que pincharle innecesariamente; y dejar cursar los vómitos y diarrea en lugar de intentar cortarlos.

Si no tolera, es decir, si vomita tras la ingesta de líquido o sólido, se prueba a dar el suero en dosis de tolerancia, es decir, pequeñas cantidades -5ml- cada 5 minutos, para que el cuerpo vaya aceptando poco a poco de nuevo el líquido sin rechazarlo. Y, una vez tolere perfectamente los líquidos, pasar a la realimentación normal y la suplementación con suero.

Esto es contado con mis palabras, pero podéis consultar el documento completo en este enlace, os recomiendo su lectura porque es de gran utilidad.

De momento -y cruzo los dedos- no hemos caído ninguno además de ella, pero a finales de septiembre vivimos un cuadro digno de contar, que de hecho iba a ser contado pero la entrada se quedó en borrador, así que aprovecho para rescatarla.

De como la gastroenteritis viene, te da una paliza y se va

O cómo resumir en una sola frase nuestro pasado domingo-lunes, sobran las palabras. Es así, tal cual, de repente te encuentras mal, de repente te viene una vomitona, de repente estás echa un trapo.

Todo empezó una lluviosa tarde de viernes. Teníamos un doble cumpleaños de unos amiguitos que son hermanos y celebraban una fiesta de disfraces. Así que, con mucha ilusión, cargados de mudas, bolsas de regalos y el paraguas más grande del mundo, nos fuimos a pasar la tarde de fiesta, que nos gusta más un sarao que a un gato el jamón de York.

Papá no podía venir así que me tocaba ir sola y cargada con Peter Pan y Campanilla, ambos guapísimos aunque poco convencidos de la caracterización. Era lo que había y estaban para comérselos, digan lo que digan. Llegamos, aparcamos bajo una capa de fina lluvia, saco del coche a los enanos, cojo la bolsa de los regalos, mi bolso, la mochila con las mudas  post-disfraz y, como no, el paraguas.

Al poco llegar y ubicarnos, cuando ya los niños estaban sentados y comenzando a merendar, cuando ya Campanilla había consentido en soltar mis brazos y volar sola, cuando se hallaba dispuesta a hincarle el diente a una medianoche rellena de nocilla y yo a un pincho de tortilla, liberada por fin de la carga de todos los trastos, empezó a vomitar. Oh my god. No es normal en ella, ni vomitar ni ponerse mala, pero vaya que no podía elegir mejor momento.

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Ahí corriendo que voy con el paquete de toallitas en ristre a limpiarla corriendo, sobre la marcha le quito el tutó, las medias, las alas de hada, todo el perifollod el disfraz, con lo guapa que iba mi  Campanilla. En ese momento pensé que menos mal que se me ocurrió llevar una muda post-disfraz, si no me hubiera visto con la niña en pelotas.

Ya cambiada y limpia mi preciosa Campanilla solo quería brazos de mamá -cosa normal- y no dejaba de llorar -cosa normal-. Llorar a grito y desconsoladamente, lo que nos hizo blanco de todas las miradas y no todas comprensivas, blanco de los comentarios y blanco de los acercamientos, las preguntas, los diagnósticos precoces y los tratamientos milagrosos.

"¿Qué le pasa a la niña? ¿Por qué llora? ¿Está mala? ¿Tiene fiebre? Serán los mocos, estará incubando algo, no le ha sentado bien la comida, dale agua, dale suero, dale este medicamento maravilloso que lo cura todo..."

"No se lo que le pasa, soy su madre no su pediatra, sólo ha vomitado, habrá que esperar a ver que le pasa que lo mismo no es nada". Con cara de suplicio. Porque yo soy la primera preocupada pero por una vomitona no voy a poner el grito en el cielo ni llevarla corriendo a urgencias.

Echa un par de veces más poca cosa pero la última vomita de nuevo a lo bestia, esta vez no sobre la silla y el suelo, sino sobre mi. Ya no me queda muda para cambiarla, yo no traigo muda para mi -una no prevé que vaya a aacabar de vómito hasta las pestañas- así que ya en esas condiciones, estrenando modelito -que iba yo monísima- vomitada del escote a los tobillos, no era plan de quedarnos.

Peter Pan estaba ya integrado en el grupo de amigos del cumpleaños, haciendo cola para pintarse la cara cuando le dije que nos teníamos que ir, pensando que me armaría una pataleta de protesta que sería lo lógico. En lugar de eso se dirigió al grupo de niños con un "lo siento, tengo que irme porque mi hermanita ha vomitado y se ha puesto mala, ¿Me puedo llevar un trozo de tarta?", mi niño, qué comprensivo y qué hábil, la tarta es la tarta. Por suerte en el tiempo que recogí y dispuse todo para irnos los padres adelantaron el momento de soplar las velas y mi niño pudo disfrutarlo con sus amiguitos.

Volvimos a casa, la peque vomitó un par de veces más poca cosa y listo. Al día siguiente la que había sido Campanilla lucía lozana cual flor en primavera, como si nada hubiera pasado, todo se había quedado en una anécdota y me alegraba infinitamente por ello.

Dura poco la alegría en la casa del pobre, o eso dicen. Ha sido un fin de semana raro, lluvioso, de estos que no te apetece salir. El domingo hicimos el intento pero la holgazanería hizo que nos apalancáramos en el sofá.

A eso de las 5 de la tarde Papá se va corriendo y le escucho vomitar como si no hubiera un mañana. Exagerao, pienso yo. Se acuesta en la cama porque como varón que es, está muy malo y de esta no pasa.

Al ratito empieza a vomitar Iván en plan niña del Exorcista pobre mío, ahí ya pienso que no es casualidad. Se encuentra tan mal que tras vomitar solo quiere acostarse en el sofá y dormir.

Y yo que no quería mentar al diablo, pensando que me había librado, siento ciento movimiernto intestinal. De repente me noto floja, sudorosa, mareada, como si me estuviera dando una bajada de tensión, intento acostarme con los pies en alto, pero aquello iba por otro lado. Acabé en el bañp vomitando lo más grande, con lo mala que soy yo para vomitar, que ni embarazada. Sí, creí que echaba los higadillos por la boca, estuve vomitando toda la noche como nunca lo había hecho, que recuerde.

Al día siguiente mi casa era una estampa. Papá ya se encontraba bien, llevó a la peque a la guarde que ya estaba recuperada y salió a hacer gestiones. Yo me vi allí convaleciente acompañada de mi niño que era estaba con tan mal cuerpo como yo. Me encontraba sin fuerzas, me dolían todos los huesos y músculos como si me hubieran dado una paliza, y no tenía ganas de probar bocado. No volvimos a vomitar pero yo tenía una diarrea curiosa, así que no pude abandonar el cuarto de baño.

El martes amanecimos todos como si nada hubiera pasado, aquello había sido un virus peleón que nos dio a cada uno su paliza correspondiente, todo en 24 horas. Que mejor un día que cinco, obviamente, pero ay qué mal se pasa.

Y me temo que como esos nos quedan más de uno, porque si algo me queda claro de vivir en familia, es que los virus también se comparten.
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