Recientemente leía las páginas de ‘El bebé’, la recomendable novela de la escritora francesa Marie Darrieussecq, publicada en España por Anagrama, y caí en la cuenta de un aspecto que me resultó curioso: en lo que respecta a muchos pensamientos sobre la crianza la autora y un servidor nos parecemos lo mismo que se parecen Sevilla y Santiago de Compostela. Nada. Sin embargo hay otras muchas cosas que nos unen en nuestra condición de padre y madre. Cosas que, por lo que veo en las entrevistas que realizo para Madresfera Magazine junto a la mamá jefa, también nos unen a través de un hilo invisible a otros padres y madres. Una de ellas, sin lugar a dudas, es la pasión por la mañana.
Y cuando digo la mañana me refiero a la primera hora del día, a ese primer instante (que se puede alargar hasta una hora si somos afortunados) que abarca desde el momento mismo en el que ponemos un pie fuera de la cama hasta que nuestro hijo se despierta y reclama nuestra presencia. Ese lapsus diario que hace que merezca la pena madrugar porque parece como si los sentidos estuviesen más despiertos que nunca, más vivos, con más capacidad para percibirlo todo. Y para disfrutar de ello. Supongo que algo tendrá que ver el silencio, esa ausencia de sonido en la que no reparamos hasta que somos padres. Entonces la valoramos en su justa medida.
La mañana es la puerta que se cierra a mi espalda cuando abandono la habitación y dejo en ella a la mamá jefa (las menos de las veces) y a Maramoto, tan preciosas en su sueño;
La mañana es el crujir de la tarima cuando camino sobre ella con los pies descalzos, casi de puntillas, para no hacer ruido;
La mañana es el repiqueteo del agua cuando golpea en su caída sobre el plato de la ducha, y ese mismo agua caliente resbalando por mi espalda mientras me desvela suavemente, sin prisas;
La mañana es el sonido de una vieja cafetera italiana sobre la vitrocerámica, ese silbido característico que pone en marcha al mundo desde hace generaciones, y que junto al rumor de la ebullición nos avisa de que el café está listo;
La mañana es el inigualable y fuerte aroma de ese café recién hecho, que se mezcla en el ambiente con el olor a un pan tostado que ya espera ser bañado con aceite.
La mañana es sentarte a la mesa (solo o con la mamá jefa) y disfrutar del café y de las tostadas mientras conversas con la calma que solo ofrece ese instante único del día o repasas los titulares de la prensa desde la aplicación del móvil.
La mañana, especialmente en verano, es abrir las ventanas y, con la ciudad todavía casi a oscuras y en silencio, sentir sobre tu cara y sobre tu cuerpo la brisa fresca que corre a través de ellas;
La mañana es empaparte de esa brisa mientras recoges la ropa del tendedero o los utensilios del lavavajillas y escuchas el sonido de las persianas de los vecinos, que se abren a un nuevo día;
La mañana es salir de casa cerrando la puerta con el máximo sigilo camino del trabajo y observar como la vida se apodera del día a la vez que las ciudades y las casas se llenan de movimiento;
La mañana es la llamada de mi hija, recién despertada y todavía estirándose sobre la cama; es su encantadora sonrisa de buenos días, su abrazo todavía cansado, el conjunto de gestos y muecas que da inicio a una nueva jornada y pone fin a ese momento de trance. Hasta mañana.
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