El otro día, hablando con un amigo que es profesor de educación secundaria me contaba que tres de sus estudiantes al arrancar el coche le tiraron unas piedras a los cristales del vehículo. Por suerte, no pasó nada grave. Me confesó que antes de sentir el maltrato físico, había aguantado el acoso verbal y el psicológico por parte de ellos. El profesor, un joven de 30 años, explicaba que no lo entendía, que el único de sus objetivos era ayudar a ser mejores personas a los alumnos.
Desgraciadamente, mi amigo no ha sido, ni es, ni será el primero en sufrir el acoso (tanto físico como verbal) por parte de los estudiantes. Se ha confirmado que más de un 65% de los profesores madrileños han escuchado alguna vez en su experiencia laboral como profesional de la educación malas palabras, humillaciones e insultos. Han sido testigos de malos comportamientos e incluso de lo que llaman los alumnos “bromas pesadas que hacen reír a los compañeros”. Pero que evidentemente, el profesor nunca se ríe y tampoco se lo toma como una broma, sino que piensa que va mucho más allá.
Un porcentaje alto de los profesores sienten miedo al entrar en clase. Y muchos de ellos simplemente no dicen nada. Se callan y se convencen así mismos que el próximo día puede que vaya mejor. Y es más, invierten más fuerzas en intentar ayudar a esos alumnos concretos que les someten a tantas humillaciones al día.
Es totalmente normal que estos hechos provoquen en los docentes un increíble desgaste tanto mental, emocional y físico. ¿Y todavía la gente se sorprende del casi mayoritario descontento del profesorado? Desafortunadamente, hay casos que acaban con profesionales de la educación pidiendo la baja al centro porque ya no pueden aguantar la situación. Y bastantes de ellos pueden llegar a sufrir depresión, ataques de ansiedad y estrés.
¿Pero por qué se da este conflicto en las aulas? ¿Por qué los profesores auténticos tienen que ser víctima de estos acosos? Muchos de ellos piensan que es posible que no sepan gestionar sus emociones ni sentimientos. También puede que el problema venga causado por algún trauma en el hogar: ausencia de los padres, sobreprotección, excesiva autoridad o que simplemente no haya tenido una educación en valores en casa.
Cuando se da el caso de que el docente está siendo acosado por un alumno, lo primero que hace es hablar con el estudiante o estudiantes concretos (y eso después de haber aguantado bastantes días y puestos varios partes por mala conducta).
Se intenta buscar una explicación, una causa que provoque el mal comportamiento de los alumnos. Se intenta comprender de dónde viene tanta agresividad por parte de ellos. Si hay algún problema o trauma profundo. Si esto funciona, si el alumno es capaz de colaborar y de expresar los motivos, se pide ayuda al orientador del centro para que entre las partes afectadas se solucione el conflicto.
Sin embargo, desgraciadamente, muchos casos van mucho más allá. Hay veces, que después de hablar con los alumnos, la conducta sigue igual e incluso empeora y es cada vez más insostenible. Entonces, se habla con la jefatura de estudios y se conciertan reuniones con los padres, pero en bastantes ocasiones éstas no sirven de nada porque bastantes familias se ponen de parte de su hijo.
Aunque también hay padres que de verdad intenta solucionar el problema desde casa. Habiendo intentado hablar con el alumno, reunirse con los padres y con la jefatura de estudios, no es raro que el acoso y el maltrato por parte del estudiante vuelva a agravarse, llegando al maltrato físico. Es en este caso, (cuando el profesor quiera seguir adelante), hay que ponerse en contacto con los inspectores y presentar una jefa formal.
También, me duele leer que los que más sufren el acoso por parte de los estudiantes, sean profesores nuevos, jóvenes sin experiencia y en su mayoría de género femenino (como si pensaran que son más débiles y vulnerables que los del sexo contrario.) No llego a entender el por qué. Más que nada porque son los docentes jóvenes los que tienen más ganas de sacar la educación hacia delante.
Y son los profesores jóvenes los que podrían ser más comprensivos que otros docentes del centro con más edad. Y aun así, siendo todo ventajas, los alumnos se meten con ellos, dándoles la bienvenida con un “Hola, idiota” (evidentemente, no todos los estudiantes, por supuesto. Y gracias de que sea así.)
Si os hablo con sinceridad, se me rompe el corazón escuchar testimonios de amigos profesores con vocación diciendo que no pueden desempeñar su trabajo por culpa del miedo. Que han llegado a estar enfermos por culpa del rechazo, los insultos y la poca valoración de los alumnos. No me entra en la cabeza que el sistema educativo todavía le de más importancia a las asignaturas, a los exámenes y a lo académico habiendo problemas tan serios como el que acabo de plantear.
No es posible que un docente, pida la baja al centro porque ya no pueda aguantar los insultos y las humillaciones. No es posible que los profesores no puedan mirar a sus alumnos por terror a que les hagan algo después de clase. Pero claro, estamos en España, y es más relevante sacar un diez en matemáticas y mantener la reputación del centro, que un docente sea maltratado.
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