Para los más afanados en educar en base al crecimiento económico (es decir, la mayoría de las escuelas actuales), algunos de los más recientes estudios sugieren que el éxito futuro no estará basado en la maestría de la memorización, sino en la capacidad de resolución creativa de problemas y pensamiento independiente.
Para mostrar la problemática de una actividad académica precoz, utilizaré un ejemplo muy común: enseñar a leer y escribir a las niñas y niños de preprimaria (kinder). Hoy en día son muchos los padres y madres que hinchan su pecho de orgullo cuando sus hijos de no más de 4 años muestran saber leer. ¿Pero saben realmente leer? Analicemos esto.
Existen lectores precoces. Lectores precoces de verdad. Dicen los expertos que suponen alrededor del 3%. Cuando se refieren a este grupo los definen como niños de entre 3 y 4 años capaces de entender la fonología y el contexto. ¿Qué sucede entonces con el resto de infantes de la misma edad para no ser considerados lectores precoces? Sencillamente, no están leyendo. Solamente prueban que han memorizado palabras. Puede que les saquen amplias sonrisas a sus padres, pero no leen en el sentido estricto de la palabra.
Entonces, dirán algunos, forzar a los pequeños a iniciar actividades académicas prematuras es solamente una pérdida de tiempo y nada más. De hecho, no. Kathy Hirsh-Pasek, psicóloga de Temple University, comparó multitud de preprimarias orientadas a lo académico con otras orientadas a la adquisición de habilidades sociales. Su conclusión: a la edad de 5 años, los niños del primer grupo sabían más números y letras, pero estos logros se diluyeron en primaria. Además, mostraron ser menos creativos y entusiastas por el aprendizaje que los niños del segundo grupo.
La verdadera lectura requiere la integración de complicadas funciones que envuelven diferentes áreas del cerebro (visual, auditiva, lingüística, conceptual). La mielinización es el proceso que permite la integración de estas funciones. Para simplificar, digamos que una neurona necesita hablarle a otra y así sucesivamente en un proceso, por supuesto, de velocidad vertiginosa. Para poder hacer esto apropiadamente necesitamos mucha mielina, y las regiones implicadas en la lectura no tienen la cantidad de mielina necesaria hasta aproximadamente los 7 años.
El primer septenio de vida, tal y como Rudolf Steiner adelantó tras su exhaustiva observación científica del cuerpo humano, no debe ser empleado en tareas que exigen procesos cerebrales complejos, pues no es hasta el fin de este septenio que culmina el proceso de madurez fisiológica en el que todos los órganos funcionan correctamente. La lectoescritura es uno de estas tareas complejas, por eso las escuelas Waldorf-Steiner no inician actividades académicas que requieren del razonamiento abstracto hasta el segundo septenio. El fin de la dentición es el momento que marca esta disposición del cuerpo a iniciar actividades intelectuales. Jean Piaget apuntó posteriormente en la misma dirección al observar que los niños no empiezan con el razonamiento abstracto hasta los 7 u 8 años.
El peligro de enseñar lectoescritura prematuramente (o cualquier otra actividad académica prematura) es, en definitiva, que le estamos pidiendo a los cerebros de esos pequeños estudiantes que realicen operaciones para las que no están preparados. Obligar a nuestros hijos a participar en experiencias educativas no adecuadas a su nivel de desarrollo puede causarles daños tan graves como sentimientos de inferioridad, ansiedad y confusión.
El aprendizaje no es una carrera de fondo. Lo esencial llega en el momento adecuado, y si llegara antes pasaría inadvertido para nosotros, pues no lo consideraríamos esencial. Esto no significa que no debamos exponer a los niños al aprendizaje desde edades tempranas. No estamos diciendo eso. Deben aprender, pero a un ritmo que respeta sus procesos internos. Pedirles que hagan lo que no están preparados para hacer tiene graves consecuencias en el desarrollo de su motivación, su interés por el aprendizaje, su creatividad, su iniciativa, su resolución de problemas y su voluntad. Antes de ocuparse de un desarrollo intelectual, social y personal, el niño necesita años de movimiento y juego (mejor en la naturaleza) para cimentar una inteligencia sensomotriz. Solo entonces, y no antes, estará listo para emprender la maravillosa tarea del razonamiento abstracto.
“La educación no es llenar un cubo, sino encender un fuego” – Rudolf Steiner
Autor: Jorge Benito