(Esta entrada comienza el 17 de julio del 2014...)
Llevo todo el día nostálgica. Un 17 de julio hace 4 años estábamos recién llegados a Venecia para comenzar nuestra luna de miel, un viaje precioso e inolvidable del que guardo muchos recueros y arrastro una gran morriña. Un 17 de julio de hace 3 años, justo un año después, curiosamente, mientras pensaba en los preparativos del cumpleaños de Iván, rompía aguas y mi embarazo llegaba a su fin.
Hace 3 años a estas horas estaba en pleno parto, a punto de conocer a mi princesa, a esta niña que me tiene loca desde entonces. Estos tres años han pasado volando, el tiempo es así de puñetero y si bien parece que enlentece cuando deseas que algo ocurra ya, es presto y veloz cuando quieres disfrutar de los mejores momentos y experiencias de la vida.
Antía, sin duda, ha completado nuestra vida. Era la pata que le faltaba a nuestra pequeña familia para estar equilibrada. Con ella no solo estamos a la par sino que hemos cerrado un círculo. Puede que quepan más, pero desde luego sin ella no sería lo mismo.
Antía es esa niña que me tiene enamorada desde el día que nació. Es esa niña que robó el corazón de papá desde el momento que la vio. Es esa niña que se ha convertido en la mejor compañera de su hermano mayor, Iván, ese que nos dice que su hermana es el mejor regalo que le hemos hecho en su vida.
Antía es esa niña que nos alegra la vida con sus ojos, con su sonrisa, con sus ocurrencias, con sus traversuras, es esa niña que jamás pasa inadvertida, esa niña que llama la atención allá donde va y hace que todo el mundo gire la cabeza por mirarla, por guapa y por simpática.
Antía es mi niña, mi preciosa niña que me tiene loca, que me inundó de amor desde el momento que la tuve sobre mi pecho, me ha dado tres años maravillosos y me facina ver cómo ha crecido, y como ese bebé se ha convertido en toda una señorita...
Echo la vista atrás y se me han pasado tan rápido estos tres años que no me lo puedo creer. El bebé que fue ahora es un bello recuerdo, parece que fue ayer pero a la vez parece que fue hace tanto... Añoro muchísimo esa sensación de fragilidad, darle mi protección a ese bebé indefenso, esa total dependencia hacia mi que me hacía sentirme la persona más importante del mundo... Me ha regalado una maternidad maravillosa que me ha permitido disfrutarla intensamente.
Pero a sus tres años, pese a lo resuelta, espabilada, pizpireta y en ocasiones -más de lo que quisiera- desafiante, sigue necesitando mis brazos para refugiarse, mi regazo para consolarse, mis besos para calmarse y curar sus heridas. Tiene mamitis y, aunque a veces me queje de que no se separa de mi, en el fondo me enorgullezco de saber que soy lo más importante en su vida. Es el lado egoísta de la maternidad, lo se y lo reconozco: me gusta sentir que para mis hijos yo soy su referente, su pilar, el centro de sus vidas.
Lo que no me imaginaba es que íbamos a llegar a los tres años con la lactancia materna. Nunca me puse límites pero tampoco tenía claro hasta cuándo iba a durar. Y no será ahora cuando me los ponga. Para mi esos pequeños momentos siguen siendo muy importantes, esos instantes me devuelven al bebé que un día fue y no los cambio por nada.
"Mi niña, tengo que las gracias por dejarme aprender de ti, por haberme regalado una maternidad tan maravillosa, por habérmelo puesto tan fácil pero, sobre todo, gracias por dejarme ser tu madre y hacerme la vida tan feliz."
PD: Hoy, como no, no puedo evitar ver de nuevo el video de mi parto, no puedo evitar emocionarme y recordar todas las sensaciones de un momento tan especial. Lo comparto en este post pero, al igual que el año pasado, en unos días, no se cuándo, lo quitaré....