Han pasado cuatro años y parece que fue ayer. Parece que fue ayer cuando lo que no sabía que sería una niña adorable pero con carácter y determinación decidió venir al mundo antes de lo previsto.
Realmente ese día nos dejó claro lo que sería, una niña que consigue todo lo que se propone. Porque consiguió retrasar dos celebraciones de cumpleaños adelantadas a propósito para evitar la coincidencia con su nacimiento y decidirse a nacer justo el día que su hermano y su abuelo debían compartir protagonismo. No, no es ella persona de perderse jolgorios, todavía no había nacido ya me estaba demostrando que no le iba a faltar carácter y que haría lo imposible por salirse con la suya.
Tras parto natural, más rápido de lo que esperaba, muy doloroso e intenso pero maravilloso, a mi ritmo y sintiendo cómo cada centímetro de mi cuerpo abría paso a la vida, por fin nacía mi niña, con tres vueltas de cordón y pequeñita como un gorrión, pero preciosa.
Fue amor a primera vista, nunca olvidaré la sensación de tenerla sobre mi recién nacida, piel con piel total sientiendo su cuerpecito húmedo y calentito.
Su primer año de vida creí que era la peor madre del mundo por no prestarle toda la atención merecida. Mi niña tan buena, tan tranquila, permitió que siguiera dedicándome al que hasta entonces había sido el único amor de mis carnes creciendo de una manera discreta, creciendo casi sin hacer ruido. "Qué buena que es mi niña", pensaba yo, y es que ni se la escuchaba. Maravilloso tener un bebé así, no voy a quejarme por ello, pero mi Yo Madre se de debatía entre mi principe mayor y mi pequeño bebé. La horrible dicotomía de la bimaternidad.
Siempre quise ser mamá de tres. Pero el hecho de no haber disfrutado de mi bebé como se merecía, igual que lo hice con su hermano mayor, me dejó claro que no podía mantener esa espina clavada. Mi príncipe crecía, era más independiente, se había adaptado a su hermana y ya no me demandaba tanto, así que era el momento de disfrutar de mi pequeña.
Y vaya si lo hice, a partir del año y de esos momentos en los que va adquiriendo nuevas habilidades y me volvía loca con cada nuevo descubrimiento, comencé a sentir que por fin me dedicaba a ella como se merecía, por fin la estaba disfrutando como mi corazón de madre me pedía. Y era solo el comienzo.
Mi niña hoy cumple cuatro años y siento que la estoy disfrutando plenamente, no puedo estar más feliz. De hecho, creo que este último año ha sido sin duda el mejor. Mi hija ha sacado todo lo que llevaba dentro, la niña que es, su pasión por aprender, por demostrar lo que es, por vivir. Y lo que más loca me vuelve, su debilidad y su tremendo amor hacia mi.
Sí, mi hija es una niña para su mamá, de su mamá. Donde esté mamá que se quite lo demás. Soy lo más importante de su vida. Es egoísta, lo se, pero qué quieres que te diga, para mi es un orgullo, una sensación indescriptible. Y es que saber que yo soy su mejor refugio, su máximo consuelo, su preferencia, su debilidad, hace que me sienta plena.
A sus cuatro años me confieso tremendamente enamorada de ella. De su cara preciosa, sus hechuras perfectas, pero sobre todo de su cara de felicidad, su sonrisa contagiosa, sus ingeniosas ocurrencias, sus gracias, hasta de su ceño fruncido, su rictus de enfando y sus llantos dramáticos, hasta sus travesuras me vuelven loca. Y es que todo en ella me parece maravilloso, no puedo sentirme más afortunada que siendo su madre.
Se ha convertido en una niña que encandila con su mirada, cautiva con su sonrisa y te lleva al huerto con su simpatía y desparpajo. Y lo peor es que lo sabe, me maneja a su antojo y yo me dejo porque no puedo negarle nada a esos ojitos.
No sabía lo que era ser mamá de una niña y ella me lo ha enseñado. Yo, que era una confesa enamorada de los niños, me he rendido al rosa, a la purpurina, a sus encantos de lady, a su mundo de princesa.
Ahora mismo está durmiendo con esa cara de placidez y felicidad que solo los niños tienen. La acaricio, le toco y beso sus piececitos que tanto me gustan, no me canso de mirarla. Hace cuatro años por fin tenía a mi pequeña sobre mi pecho, piel con piel, con el cordón umbilical aún latiendo y mirándome con sus ojitos abiertos. Si fui feliz en ese momento no imaginaba lo feliz que sería cuatro años después y todo lo que me daría ese bebé pequeñito que se acurrucaba sobre mi.
Mi niña, hoy es un día especial para ti. LLevas tanto tiempo esperando que llegue este momento... Estás nerviosa, ilusionada, deseosa de decir que por fin tienes ¡4 años!. Porque para ti eso ya es ser mayor, y te enorgulleces de ello. Estás deseando ser la protagonista por un día, soplar las velas, compartir tu momento con tod@s tus amiguit@s y, que te canten cumpleaños feliz y, como no, de abrir tus regalos y encontrarte "mushas pinipones".
Mi niña, no te imaginas lo feliz que me haces y lo tremendamente orgullosa que estoy de ti. Me basta mirarte para darme cuenta de que algo bueno debo haber hecho en la vida para merecerte, para tenerte, que ser tu madre es la mayor fortuna que me ha podido tocar.
Mi niña, no te imaginas lo feliz que soy con cada uno de tus besos, lo especial que me siento cuando sin motivo ni necesidad, tan espontánea como eres, me das un abrazo, me besas y me dices "te quiero mucho mamiiiiiiiiii", sin esperar nada a cambio, o simplemente te apretujas contra mi como si en ese momento no existiera nada más en el mundo.
Mi niña...
Gracias por dejarme ser tu mamá, por dejarme disfrutarte, por darme tanto sin pedirme nada.
Gracias por hacerme sentir la mejor madre del mundo, la más guapa, la más importante.
Gracias por alegrarme cada uno de mis días, por darme motivos para ver siempre el lado bueno de las cosas.
Gracias por dejarme ver la vida a través de tus ojos y enseñarme a ver la felicidad en lo más simple.
Gracias por quererme aún cuando siento que no lo merezco.
Gracias por quererme incondicionalmente.
Mi niña preciosa, ¡¡¡FELICIDADES!!!