Imagen: Todd McLellan
Ayer no fue un día como otro cualquiera. Desde que mi barriga se puso a crecer de forma descontrolada, he empezado a conectar mucho más con el embarazo. También es cierto que en los últimos meses he andado algo ocupada y como además me he encontrando muy bien, no he reparado demasiado en lo ahora mismo es lo más importante en mi vida. Supongo que hasta cierto punto es normal que sea en el tercer trimestre cuando verdaderamente empiezas a analizar ciertos aspectos. Y entre ellos, el tema estrella es el momento del parto.
A mis 29 semanas de embarazo, aún no he experimentado esa sensación de pánico previa al gran día, algo que muchas otras madres que conozco me han reconocido que suelen sentir. Y eso que ayer fue la primera vez que escuché y hablé sobre ello con más detenimiento. Sucedió en mi primera clase preparto. Siempre tuve claro que me apetecía muchísimo realizar este tipo de clases, por un lado, para resolver los mil millones de dudas de madre primeriza y también, para empatizar con otras embarazadas e intercambiar experiencias. El curso lo hago en un gimnasio y consiste en una hora de charla y otra de matronatación, o lo que es lo mismo, ejercicios específicos en el agua. Al ser mi primer día, mi pareja decidió acompañarme para participar en la sesión teórica, y allí se vio rodeado de 15 embarazadas más y siendo la única representación masculina. Tengo que decir que me hizo mucha gracia verle apuntar y tomar nota de todo lo que la comadrona iba comentado.
Teniendo en cuenta que en la clase había dos que salían de cuentas la semana que viene, la cuestión que provocó más preguntas y comentarios fue la de dar a luz. Que si epidural sí o epidural no, que si la cesárea causa un trauma al bebé, que si el plan de parto hay que hacerlo y obligarle al ginecólogo a leérselo, que si es posible modificar la postura del bebé antes de que nazca… En fin, muchos asuntos que hasta ahora no me había planteado en profundidad.
Tengo que admitir que lo único que me preocupa a estas alturas de la película es que Gala esté sana y poder notar cada día sus movimientos y sus patadas (a veces las da con ganas, eh?). Esto último sí que es una sensación alucinante.