Ya venía reflexionando sobre esto, pero así como a collejadas muy casuales… De uvas a peras… Muy de ciento en viento, vamos. Puede sonar a perogrullada, pero mi visión personal sobre los bebés HA CAMBIADO RADICALMENTE desde que nació nuestra Lechoncilla.
Creo que alguna vez ya he insinuado por aquí, -y si no, ya lo avanzo…- que antes de nacer esta niña… a mí me gustaban mucho los críos, pero los ya… lustrosos… los que ya te permiten cierta interacción con ellos, por así decirlo, vaya; y por contra era CERO fan de los bebés: no hacen nada (aparte de las obvias biológicas de supervivencia: dormir, comer, cagar…) Menudo coñazo, ¿no…? Y encima son frágiles, y blandos… y si los dejas diez minutos sin vigilar en plena sabana africana, son como un Bollycao para las hienas, que a esas alturas ya se habrán dado un festín con sus canillas y sus mofletes, porque ni corren ni se defienden ni tienen garras venenosas molonas (cacas malolientes, como mucho, y ni eso, porque las cacas de los bebés por lo normal, no huelen…), ni ná de ná.
Y desde que nació la nena… ¡¡pluff!! El lógico cambiazo mental.
¿¿¿Cómo no me podían gustar los bebés, POR-FA-VORRRR…!!! Obviamente, la mía, es LA MÍA. Pero la cosa ya va mucho más allá… De alguna manera, ya se ha producido el cambio de chip mental.
Ahora, los bebés son OTRA COSA… ¡¡Ahora MOLAN!! Y también descubres que en realidad, hacen muuuchas más cosas. Cuando la niña cumplió dos, tres, cuatro meses… (cada cumplemés lo pienso, vaya…), pensaba: -“¡Pero qué bonita es…! ¡Yo la quiero asíííííííííí… parasiemprejamás forevaaneva! ¡Que no crezca máááááásss…!”- Pero bueno… (Luego pasas de mí, ¿verdad, cariño? Y sigues creciendo ahí, a tu rollo moreno… ¡Hale! ¡Venga a tirar centímetros! ¡Venga a tragar tallas! Y sigues cada día más bonita…)
Y el caso es ese… que te cambia la cabeza… la chola… el boniato… la pinza. Ya no ves las cosas igual.
La semana pasada, iba yo leyendo tan pichi en la RENFE, camino al curro: pillo mi siiiiitio… saco la revistilla de la mochiiiiiila… me pongo ahí pim pam, tó concentrao en lo mío… y de repente… ¡¡un llanto de bebé en la otra punta del vagón!!
En lo que antaño hubiera sido como un molesto zumbido de mosquito cojonero en la oreja, fugaz y transitoriamente intrascendente, esta vez ¡¡¡CHÁÁÁÁNNN!!! …se transformó de inmediato en una alarma atronadora de “Instinto de P-A-D-R-E preocupado”, que martilleó mi colodrillo de manera visceral y sin piedad: “¡¡AUUUHHGAAA… AUUUHHGAAA…!!”
¡¡Ostias, tú…!! ¡Y que además no era un llanto cualquiera…! ¡¡¡Era el mismo llanto que tenía mi niña hace unos meses!!! Así que ahí me tenéis, aparcando mi placentero y banal pasatiempo distractor, ¡¡para atender el llanto de microbio de un miniser totalmente ajeno a mí!! -“¡¡Ay pobre… qué pasará…!!”- Y yo allí, con cara de tonto compungido, hasta que no paró, un buen rato después…
Y es que no solamente el cambio radica ahí… en lo que antes no hubiera hecho y en ese momento estaba haciendo; es más: ¡¡por el llanto, fui capaz de distinguir que se trataba de una niña!! ¡¡¡Qué fuerte!!! No lo verifiqué, vale… ¡¡¡pero estoy seguro!!! Apostaría mi pulmón derecho, medio páncreas y mi colección del “Príncipe Valiente” a que llevo razón.
Y es que he notado muchos más cambios: me paso el día mirando a los carritos de bebés con los que me cruzo por la calle… Si veo un bebé…, ¡LE HAGO CARANTOÑAS!… Comparo unos con otros (y ya de paso, con la mía, claro)… Me encuentro pensando en cosas para ellos… ¡Me paro y me paseo de motu propio por la sección de bebés del súper! o_O
No sé, muchas cosas…
Ayyyyyyysss… ¿Cómo he podido llegar a esta situación…? Me temo que estoy irremediablemente emponzoñado por el bendito virus de la PATERNIDAD PRIMERIZA.
Y es que ya nada volverá a ser lo mismo…
(Y ahora me vais a venir diciendo que no os ha pasado a ninguno, ¿¿¿verdad…???)