El próximo domingo la mamá jefa celebrará su primer Día de la Madre tras festejar el año pasado el Día de la Casi Madre. Y como la celebración nos pillará en un AVE Sevilla-Madrid, me adelanto a hoy miércoles para publicar este post dedicado a ella. Y en cierto modo también a mi madre. Y a mi abuela (que mañana conocerá por fin a su bisnieta). De la mano de ellas dos conocí de primera mano lo que es el amor por un hijo. De mi abuela, que me crió junto a mi abuelo hasta los cinco años, cuando tuvieron que volverse al sur por los problemas con la humedad valenciana de mi querido abuelo (Que sepas que me acuerdo mucho de ti, estés donde estés, aunque ya haga casi 14 años que nos dejaste). Y de mi madre, que junto a mi padre siempre ha formado un equipo perfecto en nuestra crianza. Siempre cerca de nosotros, apoyándonos y dejándonos hacer. Sin perdernos nunca de vista. Acompañándonos en el camino. Mostrándose cuando la ocasión lo demandaba y haciéndose invisible cuando la situación lo requería. Gracias.
Mi abuela tuvo 11 hijos. Y tendríais que ver cómo la quieren los diez que todavía siguen en este mundo… Nunca deja de impresionarme verlo. Sentirlo. Mi madre se plantó en dos. Y tanto yo como mi hermana la adoramos. Quizás porque superados los cincuenta sigue haciendo gala de una bondad y una inocencia que la hacen única. La mamá jefa de momento va por una, pero la pequeña saltamontes, con apenas seis meses de vida, le dedica ya miradas cargadas de cariño. Miradas ensimismadas, con sus ojos (de momento azules) brillando de amor por su madre. Por la mujer a la que se pasa 24 horas colgada. Día, tarde y noche.
De la mamá jefa he descubierto muchas cosas con la maternidad. A veces me da la sensación de que nació para ser madre. Nunca la he visto tan feliz, tan completa, tan radiante y tan segura de sí misma como desde que el pasado 8 de octubre Maramoto llegó a nuestras vidas. Tiene sus días, como todos y todas, pero la paz interior parece haberse apoderado de ella. Y con esa paz ha llegado la paciencia. La resistencia infinita. El amor incondicional. Aunque muchas veces nuestra pequeña saltamontes ponga a prueba todo este tinglado con su hiperactividad…
Recuerdo que nuestra querida mamá jefa era muy infeliz con su trabajo. Con la situación del país. Con la escasez de expectativas. Ahora no tiene trabajo, el país está igual de mal o peor y las expectativas siguen siendo nefastas. Pero ahora es feliz. Con su familia. Con su pequeña saltamontes. Planificando cosas para hacer juntos, informándose para intentar ofrecer lo mejor a su bebé, disfrutando con el porteo, la lactancia y el colecho. Aunque a veces sean duros. Aunque a veces se duerma poco. Aunque a veces a una le queden pocas fuerzas para nada más. Alessandro Baricco definió a la perfección lo que estoy explicando en su maravillosa Esta Historia:
?La gente vive años y años, pero en realidad es sólo en una pequeña parte de esos años cuando vive de verdad, y esto es en los años en que consigue hacer aquello para lo que nació. Entonces, en ese momento, es feliz, el resto del tiempo es tiempo que se pasa recordando o esperando. Cuando esperas o recuerdas, me dijo, no estás ni triste ni feliz. Pareces triste, pero se trata únicamente de que estás esperando o recordando. No está triste la gente que espera, ni tampoco la que recuerda. Simplemente, está lejos?.
Creo que la mamá jefa está viviendo ahora de verdad. Está experimentando el verbo VIVIR en toda su extensión. En mayúsculas. Y eso me hace enormemente feliz porque su vida no deja de ser también la mía. Y la de nuestra renacuaja. Feliz día de la madre, mamá jefa. Mara no puede decirlo con palabras todavía, pero sé que está orgullosa de ti. Tanto como yo.
¡Y feliz día a todas las madres del mundo! Es una obviedad que la vida no sería posible sin vosotras. Pero es que además no tendría sentido. Ni sería tan bonita.
PD: Aprovechando el puente de mayo nos vamos a Sevilla a que Mara conozca a su bisabuela y a toda la familia que tiene desperdigada por el sur. El lunes volveremos a estar por aquí dando guerra ;)