Papá se fue al cielo... y la tristeza tocó a mi puerta

2019 y 2020 quedarán marcados para siempre en mi vida. No sé que venga en 2020, pero estoy segura que la herida que se ha abierto, tardará años en cicatrizar, si es que un día lo hace.



Creo que en muchas ocasiones les escribí sobre papá. El primer amor de mi vida, y mi ángel protector de siempre. Si con algo privilegió esta vida a mis hijas, fue con mis padres, abuelos excepcionales. Así pues mi papá siempre jugó un papel muy importante y activo en nuestras vidas; ir por Constanza a la escuela, jugar con Isabel, paseos, comidas y obsequios para las niñas. No hubo nada que mi padre no les brindara a sus nietas: tiempo, afecto, recursos, etc. Siempre procuró su bienestar.

Y justo cuando la vida parecía tan perfecta, cuando me sentía tan plena y estaba convencida de que nada nos faltaba, la enfermedad tocó a nuestras puertas. Papá se veía mal, y en el fondo creo que todos sabíamos lo que se venía.

Un frío noviembre dieron el temido diagnóstico, papá tenía cáncer. Desde aquel día nada volvió a ser igual. La noticia desmoralizó a mi padre, y la tristeza tocó a las puertas de mi hogar, venía dispuesta a instalarse, para sabrá Dios cuándo irse. Desde aquel día, la casa de mis padres, el hogar que algún día nos vio crecer, se pintó de miedo, nostalgia y preocupación. Iniciamos la batalla, aunque resultaba difícil pues creíamos que papá se estaba dando por vencido antes de tiempo. Fue increíble el cambio de mi padre, en una semana era otro ser totalmente distinto. No comía, sólo dormía. poco a poco el genio le iba cambiando, ya no era el señor alegre que algún día fue.

La doctora dijo que la enfermedad de mi padre era totalmente controlable: leucemia mieloide crónica. Dijo que con el tratamiento adecuado mi padre podría vivir más años. Pero papá parecía vencido. No quería comer, cada día estaba más delgado, por la noche dormía con el ventilador encendido, aunque afuera estuviera helando. El semblante le iba desmejorando y cada vez se veía más débil.

En casa se respiraba un aire de tristeza. Era mitad de diciembre y ni siquiera habíamos terminado de poner el árbol de navidad. Todo se volvía incertidumbre. Para ese mes papá ya había estado internado en el hospital, tenía una insuficiencia renal. Un doctor nos había dicho que no le daba más de dos años de vida, no sabíamos si hacer caso del optimismo de la doctora o del realismo del doctor. Era fácil decir que papá no estaba poniendo de su parte, no eramos nosotras las que estábamos en su lugar, las que padecían los síntomas, las que se sentían mal.

Llegamos a enero. Pensamos que papá había mejorado, pero por un paso hacia delante, se venían dos hacia atrás.

Una noche me dijeron que papá quería hablar conmigo. Sentí un fuerte dolor de estomago. Al entrar a la recámara, pude notar que mamá y mis hermanas lloraban. Lo primero que dijo fue:

-Tú tienes que echarle muchas ganas por tus hijas. No voy a salir de esto, mi cuerpo está muy deteriorado.

Ya no me lleven más al médico, no sigan gastando en algo que no tiene remedio.

Tienen que ser unidas, una manada.

No reprochen nada, mejor agradezcan los años que tuvimos, fueron algunos muy buenos.

Wendy no publiques en facebook que perdí la batalla.-Todas nos reímos en ese instante-

Nos contempló, y exclamó: "mis niñas".

Las tres estábamos ahí junto a él, al pie de la cama. Yo no podía llorar, no quería, no quería que me viera sufrir, quería darle serenidad, Acaricié su cabecita y le agradecí todo, le dije que lo amaba mucho al igual que mis hijas, y que ellas lo extrañarían mucho.

Esa noche no pude dormir. Un ataque de ansiedad me invadió por la noche. Lloré mucho. Al día siguiente papá respiraba, yo pensaba que su cuerpo seguía dando batalla.

Un 10 de Enero, en pleno cumpleaños de mi hermana menor, papá tuvo una hemorragia en la nariz. Como no había nadie en casa más que yo y mis hijas, pensé que se trataba de un pretexto que mi padre utilizaba para no comer. La única que podía hacerlo comer era mi hermana menor y aún no llegaba.

Llego mi hermana la mediana, le pedí que le insistiera a mi papá para que comiera. NO tuvo éxito, por el contrario comprobó que la hemorragia no le paraba y llevaba poco más de un par de horas así, por lo que de inmediato llamó a la ambulancia.

Llegó el paramédico. Dijo que podía estabilizarlo sin necesidad de ir al hospital, pero esta vez papá pidió ser llevado al hospital. Ese día tampoco lo olvidaré. Cuando Edgar llegó y vio la ambulancia, entró a casa con el semblante palidecido. Estaban preparando a papá para llevarlo al hospital. Acababan de llegar amigos de mi hermana para pasar con ella su cumpleaños.

En la puerta yo cargaba a Isabelita, junto a mi estaban Constanza y mi hermana menor Alma, afuera, junto a mi padre estaban mi hermana Melina y mi madre. Nos quedamos contemplando como se llevaban a papá en una camilla. No lo sabíamos pero esa era la última vez que papá salía de la casa.

Eso fue un viernes por la noche. Un lunes, 14 de enero, acababa de regresar de recoger a Constanza de la escuela. Estábamos comiendo, mi mamá y mi hermana menor estaban el hospital con papá. Yo traía prisa, quería que fuéramos a ver a papá. Iba a servir el arroz, cuando recibí una llamada del hospital, era mi hermana, me dijo que en cuanto pudiera me fuera para el hospital, pues la doctora quería hablar con nosotros. No hacían falta más palabras. Sabía exactamente a lo que tenía que ir al hospital. El hambre se me fue. Espere a Edgar para que nos llevara al hospital.

Cuando salí, mi hermana menor había venido por mí. Estaba llorando. Salimos enseguida al hospital.

Para serles sincera, hubiera preferido más intimidad. Estaba lleno ya de familia. Justo en ese momento, todos querían ir a despedirse de mi padre. Yo sólo quería llegar y acurrucarme junto a él y a mis hermanas. Aguardamos el momento prudente para estar mis tres hermanas solas junto a él. Le dije lo mucho que lo amaba y cuan agradecida estaba por habernos dado una infancia tan feliz. Él sólo asentía con su cabecita y los ojos cerrados. Lo bese mucho. También le dije que aunque lo amábamos no queríamos verlo más sufrir, así que si había llegado su tiempo, podía irse tranquilo.

Constanza no paraba de llorar. Ella y mi hermana menor eran quienes más me partían el corazón. Victoria, la menor, no se movía de su lado, se quedaba recostada junto a la camilla, acariciando el brazo de papá, de sus ojitos jamás cesaron las lagrimas.

Después de estar toda la tarde y ya que era noche, me regresé a la casa con mis hijas y mi hermana Melina. Mamá y Victoria se quedarían con papá. Regrese a casa tan triste, con la esperanza de ver a papá en la mañana.

Nos fuimos a dormir. Apenas conciliaba el sueño cuando fuertemente golpearon la puerta de mi cuarto. Ya sabía lo que me dirían. Sentí un nudo en la garganta. Era mi hermana, para avisarme que papá acababa de fallecer. Se fue al hospital con Edgar, yo aguardaría a mamá para ir más tarde. A las cinco de la mañana me bañe. Ya no pude dormir.

Mi hermana menor vino a dormir un poco, y mamá a bañarse y cambiarse de ropa. Ayude a mamá a seleccionar ropa para papá.

Nos fuimos al hospital. Ahí estaba papá, los ojitos cerrados con cinta adhesiva, envuelto en una sabanita blanca con los brazos cruzados, su cabecita cubierta con otra sábana blanca, como un muñequito dormido. Que dolor ver su cuerpo inerte, que dolor saber que ya no despertaría más. La imagen más triste que ha de acompañarme hasta el fin de mis días. Me acerqué a besarle la frente. Increíble que ese cuerpo fuera el mismo que acababa de besar unas horas antes, toda calidez se había escapado, ahora era un tímpano de hielo. Lloré en su pecho. Mi muñequito bello, repetí. Ahí aguardamos unas horas hasta que estuvo listo el certificado de defunción.

Nos fuimos a la casa, a esperar a que el cuerpo fuera llevado a la funeraria. Cuando entre, y vi a mi papi en una caja, sentí un vértigo, sentí desmayarme, pero siempre conservé la cordura y la fortaleza, aunque por dentro estuviera deshecha.

Edgar y yo fuimos a comprarle flores a papá, pero cuando regresé a la funeraria, el lugar estaba repleto de flores. Me dio alegría, aunque no deje de pensar ¿por qué esperamos hasta ese momento para demostrar el afecto? ¿por qué no le enviaron todas esas flores cuándo papá dio aviso de su enfermedad?, ¿por qué no se reunieron todos a verlo cuando aún era tiempo?, seguro que le habrían inyectado otro ánimo. Sí, hubo mucha gente, muchas flores y muchísimas muestras de afecto.

Sí, a quién más admiro hoy es a mi madre, y le estaré infinitamente agradecida toda la vida pues no escatimo en recursos para tratar la enfermedad de papá, en medicamentos, especialistas, estudios, en nada. Gasto hasta el último centavo con la esperanza de recuperar la salud de mi padre, y aún en sus últimos instantes, siguió sin escatimar, todo con tal de que papá tuviera una muerte tranquila, sin sufrimiento, un buen morir. Es una fregona en todos los sentidos de la palabra, no pidió nada a nadie, y eso le permitió llevar el control de todo, decidir que era lo mejor, el dónde, cuándo y cómo respecto al funeral, respecto a todo.

Aquí estoy intentando pintar mis días nuevamente que se empañaron de gris. Caminando con una nube gris que empaño todo lo que un día vi en colores brillantes, preguntándome si algún día volveré a ver la vida igual.

Aquí estoy suspirando mil veces, añorando el pasado, extrañando a papá. Aquí estoy con el dolor de la ausencia, el silencio infinito y las mil preguntas de Isabelita que aún no alcanza a comprender el significado de la palabra "Morir" o "fallecer".

Aquí estoy, reconstruyendo mi vida, intentando avanzar, aunque hay días en los que me siento como barco a la deriva, perdida, sin saber si voy o vengo, sin saber que de mi será.

Aquí estoy, recordando siempre a papá.

PD. Este texto lo escribí hace algunos meses, cuando incluso no tenía ganas ni de publicar. Hoy, creo que el tiempo ha hecho su trabajo, el dolor jamás se va pero s se diluye el sufrimiento, jamás te acostumbras a la ausencia, pero aprendes a vivir con ella. Poco a poco las cosas recobran el color, no el mismo, pero todo se empieza a acomodar.

Fuente: este post proviene de El mundo de Constanza, donde puedes consultar el contenido original.
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