Marcos Abal, Una insolencia.
Este post nace a raíz de una noticia de la que se hacían eco los medios de comunicación a principios de la semana pasada. Una de esas noticias que se alejan de la actualidad para volver puntualmente con otras caras y otros nombres a recordarnos, a una sociedad olvidadiza como la nuestra, que el problema sigue ahí. Aunque no cope titulares ni tertulias de bar. Un joven árbitro marroquí de 16 años (aunque la nacionalidad es lo de menos) había sido agredido por el padre de uno de los futbolistas de un partido que arbitraba en León. Un partido en el que viendo la reacción del padre, cualquiera diría que esos chiquillos de categoría prebenjamín (¡¡6 y 7 años!!) se jugaban la vida en vez de intentar aprender, que es lo que corresponde a esas edades.
Y la historia, por repetitiva, me recordó a una que tuve la desgracia de vivir cuando yo era un poco más mayor (10-11) y jugaba en categoría alevín del equipo de mi pueblo. Recuerdo que por aquel entonces esa categoría todavía jugaba en campo de fútbol 11 (hoy en día lo hacen en campos pequeños de Fútbol 7, así que imagínense a 22 niños corriendo por el mismo espacio por el que lo hacen 22 señores en el Santiago Bernabéu o el Camp Nou). Y recuerdo que en nuestro equipo nos habíamos juntado un grupo de niños más altos y rápidos que la media, así que solíamos despachar los partidos con goleadas de escándalo. Semana sí y semana también. No lo recuerdo bien, pero puede que uno de esos partidos “sólo” ganásemos 4 o 5 a cero en vez de los habituales 10 o 16 a cero. Y puede también que el árbitro no estuviese demasiado acertado con nosotros. Hago estas suposiciones porque recuerdo que al finalizar el partido y ante nuestro asombro, el padre de uno de mis compañeros le metió un puñetazo en la cara al chiquillo que había tenido en suerte -o en desgracia- arbitrarnos.
No voy a entrar aquí a valorar el ejemplo que eso supone para un hijo (porque se valora solo y a todos los niveles). Y cuando hablaba de papás hooligans en el titular no me refería a este tipo de hooliganismo cavernario de gente sin dos dedos de frente. Me refería a otro tipo de hooliganismo que quizás pasa más desapercibido pero que es igual de pernicioso. Retomo el caso de mi ex compañero porque me sirve de ejemplo. Él era con diferencia el mejor del equipo y podía meter más de cien goles por temporada. Así que su padre creía tener una estrella entre sus manos y cuidaba a su hijo hasta la exageración. Y hasta la parodia, diría yo. De esos padres que se pasan el partido dando órdenes y chillando desde la banda (provocando un caos mental a sus hijos, que no saben si hacerle caso a él o al entrenador) y que no dudan en saltar al césped (ahora que hay césped) si su hijo se lleva un revolcón. No sea que tenga un arañazo. Mi padre, que afortunadamente es el caso contrario, nunca lo entendió y siempre lo criticó (Quizás porque él sabía que no tenía un Messi en potencia en casa, aunque también llegase a firmar un buen puñado de goles en alguna temporada).
Con los papás hooligans me refiero a ese tipo de padres que, tratándose del deporte o la afición que sea (desde el fútbol al ajedrez pasando por la danza) someten a sus hijos a una presión excesiva (más excesiva aún cuantas más cualidades ven que tienen sus hijos para triunfar). Una obsesión por ellos que les lleva a pegar a árbitros y criticar a entrenadores o profesores si un día su hijo juega menos que otro o si en una exhibición de baile lo ponen en la segunda fila en vez de en la primera. Que claro, se les ve menos. Una obsesión que en muchos casos acaba destruyendo carreras prometedoras. O lo que es peor aún, relaciones familiares. Basta el ejemplo de Arancha Sánchez Vicario (una niña prodigio a la que sus padres explotaron hasta la extenuación). O el de mi ex compañero. Que llegó a militar en las categorías inferiores de varios clubes de prestigio, pero que una vez allí, quizás agobiado por la responsabilidad que su padre le había puesto sobre los hombros, prefirió la compañía de las drogas a la del balón. Aunque sólo fuese por llevarle contraria a su papá hooligan.
¿Habéis vivido algún caso similar con algún papá hooligan en vuestro entorno?