Las hijas en su infancia idolatran tanto a su progenitor que llegan a llamarlo "novio", producto de una etapa normal en su desarrollo que instaura las bases de su identidad psicosexual. Pero hay que tener cuidado, porque pueden dejar excluida a mamá, y generar conflictos en sus roles de padres.
Isidora tiene cuatro años y observa con gran atención a su padre mientras almuerzan en familia, lo escucha atentamente, y no pierde oportunidad para lanzarle un beso o exclamarle lo mucho que lo ama. Cuando salen de paseo se apropia del asiento del copiloto en el auto, y le pide a su mamá que se siente atrás, porque ella es la consentida y nadie le pondrá impedimento. De hecho, su papá la llama "mi novia chiquitita", exclamando ella que cuando sea grande se casarán.
Esta escena de la vida real resulta común en muchas familias, porque el enamoramiento que surge en las niñas menores de diez años por su padre, obedece a un proceso natural dentro de su desarrollo, según nos explica la psicóloga, Thamar Álvarez Vega: "La hija tiende a sentir un mayor apego hacia su papá, porque lo vislumbra como el héroe de la casa, lo considera un amigo poderoso protector, dejándole a la mamá la imagen de la educadora y reglamentadora", explica.
Por eso, la mayoría de las niñas recurren a su padre cuando quieren cumplir algún capricho, porque saben de antemano que tienen el éxito asegurado. Además, es tan grande la devoción que sienten por su padre que sienten que es y será su único amor, al punto de anhelar un matrimonio futuro, una actitud absolutamente normal, que las mamás debes estar preparadas para enfrentar.
"Las niñas pequeñas no tienen claramente definido el tema de los roles. Para ellas estar casadas o ser novias de sus papás es, sencillamente, una forma de estar muy cercanas a él y hacer cosas juntos. En su mente infantil, ser la esposa del papá implica salir juntos, ver televisión, jugar, pasear, darse mimos y besos mutuamente. Es decir, es simplemente una forma de expresar amor y devoción hacia su padre".
Claro que en este proceso las madres pueden sentirse dejadas de lado, porque consideran que dejaron de ser importantes para su hija, como es el caso de Beatriz, la madre de Isidora: "Me fascina ver a mi niña con su papá, ella le hace dibujos y regalos, mientras él se desvive por llegar del trabajo a jugar con ella. Pero he quedado al margen, porque soy la que ordena, pone las reglas, los llama a comer, y es un rol más lejano el que tengo ahora".
De algún modo, Beatriz no ha querido interferir en la relación de padre e hija, porque teme convertirse en la "bruja" de la familia: "Si cocinamos un pastel, Isidora le dice a su papá que lo hizo ella sola para él, deciden en conjunto ir a comer helados y me invitan, pero no puedo tener celos de mi hija, los dejo divertirse, ella me dice el papá es mío y yo te lo presto, es como una señora chica", señala.
¿Compitiendo por papá?
La psicóloga nos explica que este periodo, también conocido como el complejo de Electra, debe ser enfrentado por las mamás de manera natural y no como una competencia personal, porque nadie podrá desplazarla de su rol, a menos que ella lo permita, entonces lo mejor es que trabajen en conjunto con su pareja para que ninguno de los dos se sienta marginado.
"La madre puede brindarle a la niña un espacio a solas con su padre una vez al día. Cuando llegue del trabajo pueden destinar varios minutos para jugar y conversar, seguidos por la hora de dormir que se puede acompañar con lectura de cuentos. Los fines de semana es importante trabajar una relación familiar que los incorpore a todos, como los paseos, cenas, excursiones, sin fomentar diferencias ni relaciones intra-familiares".
Por tanto, resulta mucho más favorable para la mamá sumarse a los juegos de su hija, por más que respete el espacio de ella con su padre. Y aunque le moleste a la niña, debe demostrarle afecto a su esposo, para que la pequeña entienda la relación que existe entre sus padres. El papá por su parte, no debe desautorizar a la madre, ni mostrar demasiada complacencia, porque la formación de su hija le corresponde a ambos.
Princesitas consentidas
Esta etapa de enamoramiento infantil coincide además con el desarrollo de la identidad psicosexual, instaurándose en la niña las bases de la femeneidad. Por eso, pueden sentirse interesadas por los collares, los zapatos de taco alto, utilizan a escondidas los maquillajes de mamá, porque comienza a nacer en ellas de manera incipiente una dulce coquetería, que se refleja en su gusto por la ropa, los peinados y todo lo que concierne a su imagen personal.
De igual modo, las hijas pueden volverse un tanto contestadoras o déspotas con su madre, así que es importante que los padres en conjunto establezcan límites claros, y le expliquen de buena manera que ella no es la novia de papá, sino que la hija de ambos, y que la aman infinitamente.
Según nos explica la psicóloga, algunas mujeres debido al buen o mal desarrollo de esta etapa, tienden a buscar en su vida adulta modelos de hombres que sean similares a sus padres, porque surge en ellas la necesidad de protección, afecto, y cariño, lo que las hace desear un prototipo que cumpla o supla esas características.
Por ello, resulta fundamental la figura paterna para las hijas, porque son los encargados de instaurar la base del respeto y el amor que debe existir entre un hombre y una mujer, y si se realiza de buena forma, de seguro el resultado será hijas más felices, cariñosas con sus padres, y sumamente resueltas en el amor.
Verónica Lavado
Fuente: http://www.terra.com.co