Vivimos en una sociedad inquieta, nerviosa… estresante, más bien. Todo gira con horarios, con prisas, con alarmas y aparatos que nos dicen dónde deberíamos estar hace ya un rato. La vida en la ciudad (y en los pueblos periféricos de las grandes ciudades) viven con estrés. Y, por supuesto, nuestros niños también andan alterados con la vida.
Cada vez hay más niños diagnosticados con problemas de conducta tipo Trastorno del Desarrollo, Hiperactividad o problemas de conducta. ¿A qué se deben todos estos problemas? ¿Falta de cariño por parte de los padres? (No creo) ¿Falta de tiempo por parte de los padres? (Quizá un poco) ¿Falta de paciencia por parte de los padres? (Quizá mucho) ¿Falta de cariño, tiempo y paciencia por parte de toda la sociedad? Pues aquí es donde yo inclino más la balanza porque desde hace ya mucho tiempo vengo escuchando frases en las que las personas (en general) tratan con bastante tirantez a los más pequeños, a los niños y a la juventud en general.
¿Qué nos está pasando? Pues no lo sé. No sé si será el estrés o que cada año que pasa la gente, además de ganar experiencia pierde memoria y deja de recordar que una vez fue joven, adolescente e incluso niño.
Este verano hubo una campaña llamada “StopNiñoFobia” (¿os acordáis de la famosa foto que publicó Laura Caballero en Twitter? Os dejo la foto para que podáis comprobarlo) en la que se defendía a los niños de un acoso que sufren, a diario, por parte del mundo adulto y es que ya vale de dejarlos de lado, de no contar con ellos, de someterlos a nuestras normas de mundo adulto y, además, cachondearnos de ellos o mofarnos de su inocencia o su desarrollo personal.
Ya está bien de no tratar a los niños con respeto. Son personas igual que tú y que yo. Que no sepan hablar o no dominen el idioma con la suficiente precisión como para ponernos en su sitio, no significa que podamos decirles de todo (con sonrisa, eso sí). Ya está bien de quitarles sus juguetes para ver si protestan y, cuando lo hacen, decir que “no se llora”, “no te enfades” o “vaya, cómo se pone este niño”. De verdad, ya basta. Piensa en cómo te sentirías tú, como adulto, si alguien (normalmente un desconocido) te cogiera tu preciado teléfono móvil de ultima generación o tu maravilloso portátil de trabajo (y ocio) y te dijera que se lo lleva, que ahora es suyo. ¿Sabes lo que tardarías en hablar con palabrotas y salir a poner una denuncia a la guardia civil?
Pero claro, lo tuyo es un robo, ¿verdad? Lo suyo, a fin de cuentas, es una broma. ¡Pues no, amigo! ¡¡Broma es cuando nos reímos los dos!! Si solo hay una parte que se ríe, la otra parte está en desventaja y no le ve la gracia. Y yo tampoco.
No es fácil ser niños, creedme. Sobre todo en este siglo en los que los colegios andan con programaciones exquisitas llenas de actividades y cuadernillos; padres ocupados (ambos) con tareas laborales en jornadas astronómicas que llegan a casa cansados y con tareas pendientes en el mundo hogareño (ropa, cenas, baños, disfraces, deberes, juegos…).
Por eso me dirijo a los padres. Los niños son solo eso: niños. No son terroristas ni salvajes ni animales. No necesitan están atados o encerrados. Son niños que se mueven, saltan, juega, ríen y gritan. Tienen energía, salud, vitalidad y un mundo entero por descubrir.
No les cortéis las alas, antes o después, querrán volar.