En la eterna batalla de los sexos, lidiada desde que el mundo es mundo, muchas veces hemos llegado a perder el norte queriendo emular a los hombres para conseguir una mal entendida igualdad o puede que siguiendo aquello que dice "si no puedes con el enemigo, únete a él".
Las mujeres deberíamos exigir igualdad de derechos civiles pero defendiendo siempre nuestras diferencias como género. Porque las mujeres tenemos algo que los hombres no tienen y que no debemos olvidar, anular ni negar.
Las mujeres podemos engendrar hijos en nuestro ser. Sentir como una nueva vida crece en nuestro interior. Ver que nuestro vientre crece con una persona a la que amamos sin tan siquiera saber quién es, sin verle la cara, sin abrazarla aun. Alimentar a un ser vivo desde nuestro interior, dándole calor, acogiéndolo en un mundo extraño pero único, en del vientre de la madre. Notar dos latidos en un mismo cuerpo. Experimentar una revolución de hormonas que nos lleva a mil sentimientos fantásticos.
Las mujeres, gracias a esa faceta maternal, somos capaces de sentir la vida con intensidad, llorar por cualquier tontería, explotar por cualquier nimiedad, experimentar la vida exprimiéndola hasta la última gota. Y por eso las mujeres no somos ñoñas, absurdas ni estúpidas. Somos mujeres que vivimos la vida en mayúscula.
Y esta naturaleza nuestra no es incompatible con la inteligencia, la profesionalidad, la seriedad y la responsabilidad.
Somos únicas, y deberíamos defender nuestra naturaleza con intensidad.
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