¿Y el marido?

Debo confesar que desde que me volví mamá mi esposo pasó a un segundo plano. No fue por falta de amor, para nada. Siempre lo he amado muchísimo. Fue porque simplemente no tenía ojos, ni tiempo ni ganas para nadie ni nada que no fuera mi hijo. Los sentimientos que estaba experimentando como madre primeriza y el encanto hacia mi recién nacido eran tan fuertes que, absolutamente todo pasó a un segundo plano, incluso yo. 


Naturalmente, con el tiempo me acostumbré a estos sentimiento tan poderosos, perdí el miedo a salir y dejar a mi bebé y me acostumbré al trabajo duro que es criar a un niño (sobre todo un recién nacido). Regresé al primer plano del que nunca debí salir, me acordé que tenía un esposo que me gustaba mucho y salí embarazada de mi segunda hija. El impacto de la llegada de la segunda no fue tan fuerte, aunque el amor y las ganas de estar el 100% de mi tiempo con ella sí. Me debatía entre querer darle a la segunda la misma calidad y nivel de atención que le había dado al primero, y poder mantener la misma cantidad y calidad de tiempo con mi hijo mayor. En este debate, ni si quiera existía una opción para mi marido.

La llegada de nuestra tercera hija nos agarró de sorpresa. Cuando recién empezábamos a disfrutar ser una familia de cuatro, recién empezábamos a salir solos de nuevo. ¡Pum! Venía la tercera. Yo no había recobrado ni mi peso, ni mi figura. Todavía, no me sentía muy cómoda repartiendo mi tiempo entre dos y mucho menos sabía cómo sería mi vida con tres. Nuevamente, mi marido pasó a un segundo plano, aunque creo que nunca salió del todo.

Con la llegada del primer hijo ni mi esposo ni yo nos dimos cuenta del cambio de prioridades. Fue algo natural. Con la llegada de la segunda, él sintió un poco la pegada y empezó a reclamar. Pero, fue con la llegada de la tercera que ya se empezó a quejar abiertamente. Yo andaba totalmente desquiciada tratando de atender a tres pequeñitos,  medio depre porque mi cuerpo había sufrido daños irreparables y con cero ganas de atender a "un hijo más". Así que, él se mantuvo en el segundo plano al que lo había relegado. Se quejaba constantemente de que "ya no tenía esposa", y creo que hasta cierto punto era cierto, pues yo sólo tenía fuerza y ganas para ser la madre de sus hijos.

Después de un tiempo me nivelé, me acostumbré a lidiar con 3 pequeñitos, recuperé (algo) de mi figura y me acordé de mi esposo. Felizmente, él estaba ahí con ganas de ser recuperado por su mujer. No fue fácil. Nos costó retomar nuestro ritmo de pareja (y nunca será como antes de los hijos), pero me sorprendí recordando lo bien que la pasamos juntos. Y, creo que eso es a veces lo que pasa con las parejas, sobre todo con las que tienen hijos: nos olvidamos de lo bien que lo pasamos juntos, de las aficiones comunes que nos unen. Nosotras andamos tan metidas en mil cosas de la crianza, estamos tan cansadas que nos olvidamos cómo empezó todo: con una historia de amor, ¿no?

Y bueno, yo no me quiero olvidar de la mía. Quizá a muchas les sonaré anticuada y totalmente anti-feminista (por no decir machista) pero ?  estoy siguiendo el consejo de mis abuelitas ? y estoy "atendiendo" a mi marido. Estoy invirtiendo en mi matrimonio. Estoy durmiendo menos y saliendo más (en horas de adultos), organizo más "dates" y menos "play dates". Estoy recordando, que fue con él con quien decidí empezar esta historia de amor, esta familia y que es con él con quien quiero ser una familia hasta que la muerte nos separe, y amén.  

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