Las madres queremos y necesitamos hijos que resuelvan las circunstancias de la vida cotidiana en la medida de sus posibilidades. Que disfruten de autonomía de acuerdo a su edad y a los rasgos propios de su personalidad. Veamos, no se trata de que Camilo se prepare el almuerzo a los cinco años, aunque... no sería mala idea para el hijo de una madre que concibe la cocina como territorio hostil.
El fortalecimiento de la autonomía es una lucha en la educación de mi único hijo. Es obvio que cuando tenés cinco niños de todas las edades en plena convivencia, no tienen otro remedio que desarrollar aptitudes para la independencia de medios. Al menos hasta el momento en el cual se patente una pildorita para la ubicuidad materna. Cuando se tienen más niños que brazos, se complica.
Pero no es mi caso. Mi hijo es único y adolece de todas las mañas propias de su condición. Está cómodamente acostumbrado -mal acostumbrado, aclaremos- a que los adultos resuelvan las acciones más básicas de la vida cotidiana:
1- La abuela por complacencia afectiva. Y porque es abuela, qué más decir.
2- Mamá por pura ansiedad. Porque es desmesurada y tiene un temita no resuelto con la paciencia.
3- Papá porque es "ligeramente" sobreprotector. Desearía que se apreciara la "ligera" ironía.
Bendita autonomía...
En consecuencia, un lustro de vida le alcanzó para comprender qué, cómo y con quién. Todo lo que percibe como plausible de ser resuelto por un adulto de su entorno, no lo registra como un pedido sino como un gesto natural para con su majestad. Ni siquiera digamos que es una máxima de la niñez, es una máxima de la humanidad. Lo más triste del caso sería que dada su corta edad, verbaliza lo que los adultos aprendemos a disimular.
Autonomía de ser y hacer.
1- Hace de cuenta que ordena el caos de juguetes tirados en el dormitorio "despacito", entonces la abuela termina de hacerlo más rápido.
2- O hace de cuenta que busca sus zapatos, porque esta madre, apurada por salir, termina encontrándolos (porque mandarlo a la escuela descalzo no es una posibilidad, todavía).
3- Le explica al padre lo peligroso que es ir a buscar el libro que dejó en el baño (sí: lo sé, es un lugar extraño para un libro) porque el piso "puede estar mojado" y se puede resbalar. Claro, esto termina con un padre que va a buscar el libro por él.
En definitiva, no es que no tenga la posibilidad de realizar determinadas tareas acordes a su desarrollo físico y psicológico, es que está pasado de vivo. Así de simple.
En ocasiones, me veo en la situación inversa. Quiere hacerlo todo por su cuenta (todo lo que no sea ordenar sus juguetes) De hecho, cuando realmente quiere algo, piensa, hace y dice. Enseñarle a hacer y decir es la piedra angular de la autonomía pero tiene sus riesgos, madre desprevenida. Porque cuando aprenden: hacen y dicen sin excepciones. Y no siempre hacen y dicen lo "conveniente". A pesar de esto, defiendo el derecho de aprender a valerse por sí mismo. Lo defiendo como uno de los principios de la felicidad -si es que existen tales principios- porque no concibo un ser humano íntegro que no sea autónomo y capaz de dar respuesta a los desafíos que tenga que afrontar.
Tradiciones familiares para la autonomía.
Dicho lo anterior, apunto un detalle personal. Como somos seres rituales, tenemos ritos de todas las clases y colores incorporados a nuestra vida cotidiana. Marcamos hitos vitales trascendentales con rituales de iniciación, madurez o conclusión. Somos además, seres signados por las tradiciones: por seguirlas o quebrarlas.
Hace cinco años descubrí que los rituales tradicionales de mi infancia, algunos de los cuales fueron objeto de burla durante la adolescencia o quebré en la primera juventud (quiero creer que estoy en la segunda....) volvieron a mi vida cuando fui madre de Camilo. Porque a pesar de mi resistencia, los rituales crean una matriz de pertenencia. A esta altura de su vida, puedo apreciar que Camilo siente seguridad cuando ciertas acciones se repiten periódicamente. Y disfruta de esa certeza.
Celebraciones familiares tradicionales como la Navidad, tengan o no contenido religioso para quien las practica, son este tipo de acciones rituales. Por este motivo, el mimo en la elaboración de una mesa o una comida es una forma de crear recuerdos y fortalecer los cimientos que sostienen la identidad y la autonomía del niño.
Son acciones simples y no tienen por qué implicar un despliegue asombroso: el mismo desayuno de todos los días, se transforma mágicamente con un mantel, algunas flores y el discurso de una madre motivada, Porque sentirse "perteneciente" es un buen principio para ser autónomo. Siempre es más sencillo lanzarse a la autonomía cuando sé que existe una red de vínculos que me sostiene.
Hoy no tengo una conclusión sobre la autonomía de esas que generan pasmo. A partir de este momento, tenés todo el derecho de escribir y opinar. No seas condescendiente y dejame la mirada más crítica que puedas darle a este post.