La sabiduría común sugiere que si no estamos sangrando físicamente o estamos mutilados, realmente no estamos heridos.
Nada más lejos de la verdad.
¿Por qué como cultura aun hoy estamos tan resistentes a reconocer el impacto de la agresión verbal?
Tomo mucho esfuerzo reconocer el fenómeno del bulling o el matoneo en el patio de la escuela, no es un fenómeno normal del crecimiento.
Aun es complicado que reconozcamos que la rivalidad “normal” entre hermanos puede convertirse en la matoneo en nuestro propio hogar.
Lo mismo ocurre con el abuso doméstico que a menudo requiere de evidencia de trauma físico para que sea considerado como real.
Hace tan solo 14 años la Academia American de Pediatría (AAP por sus siglas en inglés) definió lo que es el maltrato psicológico contra los niños. Su definición puede resultar útil para tener en cuenta:
El maltrato psicológico contra los niños se produce cuando una persona transmite a un niño(a) que él o ella son inútiles, defectuosos, no amados, no deseados, en peligro de extinción o que solo son útiles para satisfacer las necesidades de los otros. Es increíble que muchas víctimas de abusos psicológicos desearían haber sido golpeados para poder mostrar sus cicatrices y la gente les creyera.
Las palabras son poderosas: pueden elevarnos o llevarnos al desánimo, calmarnos o herirnos.
He aquí un breve recuento de lo que la ciencia sabe acerca de la agresión verbal y que usted también debería conocer, en especial si usted es padre o un miembro de la raza humana.
La agresión verbal o abuso puede ser parte no solo de una relación íntima o de amistad, sino también presentarse en otros ámbitos como el trabajo, lugares donde interactuaran adultos o inclusive niños.
1. Los circuitos neuronales para el dolor físico y emocional al parecer son los mismos.
Estudios de neuroimagen en una serie de experimentos llevado a cabo por Naomi I. Eisenbergery colaboradores, mostraron que los mismos circuitos asociados con el componente afectivo del dolor físico se activaban cuando los participantes se sentían excluidos socialmente.
Otro experimento realizado por Ethan Kross, profesor de la Universidad de Michigan, exploró si se podía involucrar partes del cerebro que estaban involucradas tanto con componentes afectivos como sensoriales en el dolor físico.
En un grupo de 40 personas que habían experimentado una ruptura afectiva inesperada y dolorosa, emplearon Imágenes por Resonancia Magnética (MRI), se les solicitó a los participantes observar una foto de su expareja y pensar específicamente sobre cómo se sentían rechazados.
Luego los participantes observaron otra imagen de un amigo del mismo sexo de su expareja y se les solicitó pensar en experiencias positivas que habían experimentado con dicha persona.
Pruebas de dolor también fueron administradas a los participantes, una prueba donde se proporcionaba daño leve y una prueba de calor suficiente para generar una sensación de incomodidad pero sin lastimar.
¿El resultado?, las mismas áreas del cerebro que se iluminaron cuando se observaba al amor perdido y se experimentaba el rechazo que cuando se experimentaba dolor físico en el antebrazo, este es un camino a explorar en la ciencia, pero sugiere que el dolor emocional y físico son similares, la próxima vez que escuchen la frase “con el corazón roto”, piensen que quizás es algo más que una simple metáfora.
2. La agresión verbal, literalmente cambia la estructura cerebral de los niños en desarrollo
Eso es lo que precisamente el trabajo de Martin Teicher y sus colegas descubrieron, y es en verdad muy triste.
Resulta que podemos gracias a la evolución de nuestra capacidad de adaptación (sí, es irónico), el cerebro ante la agresión entra en modo de supervivencia, se reorganiza con el fin de enfrentar un entorno lleno de estrés y privaciones.
Lamentablemente estos efectos pueden ser duraderos.
Otros estudios han identificado las áreas del cerebro más afectadas por este tipo de agresión tales como el cuerpo calloso (responsable de la transferencia de información motora, sensorial y cognitiva entre los dos hemisferios cerebrales), el hipocampo (parte del sistema límbico, el cual regula las emociones), y la corteza frontal (pensamiento y la toma de decisiones).
Otro estudio, realizado por Akemi Tomodo, reveló una correlación entre el abuso verbal y cambios en la materia gris del cerebro, sin embargo, no se probó la causalidad.
No obstante, el efecto directo de la agresión verbal tiene sobre el cerebro infantil parece estar fuera de toda duda.
Como padres deberíamos pensar acerca de los efectos de nuestras palabras, ¿no es así?
3. El efecto de la agresión verbal puede ser superior al de la expresión del amor
Un grupo de investigadores se preguntaron si la presencia de un padre razonablemente atento y afectuoso podría compensar el daño causado por un ser agresivo verbalmente y descubrió que por desgracia, que esto no era muy efectivo.
De hecho, los efectos producidos por la agresión verbal y el afecto verbal parental parecen operar independientemente uno de otro; Además, mientras que el afecto verbal por sí solo, sirve para contribuir al desarrollo sano, no parecía ofrecer ningún amortiguador contra los efectos nocivos de la agresión verbal.
Por lo tanto – y no dude en intercalar las palabras madre o padre – si la madre es cariñosa y el padre es un abusador verbal, las bondades de la madre no van a mitigar el daño causado por un papá endemoniado.
Esto es preocupante, además, si el padre agresor luego demuestra afecto verbal, esto tampoco disminuyó el efecto de la agresión verbal.
Esto parece especialmente relevante para el dilema de aquellos niños cuyas madres demuestran comportamientos poco estables que se mueven de un extremo cálido a uno frío, distante, o verbalmente abusivo, en cualquier momento ella siente que el niño sofoca, para luego sentirse demasiado efusiva e intrusiva.
Ninguno de estos extremos satisface las necesidades del niño de empatía ya que no se trata para nada de sus necesidades; se trata de mamá.
Estos niños crecen con un estilo de apego ambivalente/ansioso porque nunca saben si están frente a la mamá buena o la mala.
Este estudio sugiere, por supuesto, que es la presencia de esta figura parental ambivalente influye en el desarrollo posterior del niño de forma permanente.
4. El dolor emocional y físico deliberadamente infringido duele más
A primera vista, no hay nada más contrario a la intuición acerca de esta declaración.
Por supuesto, nuestra respuesta es diferente si alguien nos hace tropezar accidentalmente y sufrimos una raspadura en las rodillas a cuando alguien deliberadamente nos empuja.
Sin embargo, resulta que nuestra percepción de la motivación de alguien literalmente afecta la cantidad de dolor físico que sentimos.
En una investigación realizada por Kurt Gray y Daniel Wegner descubrieron en un experimento que realizaron en el cual los participantes trabajan en parejas; uno de los miembros (llamado el “cómplice”) sería el “administrador” de las pruebas y el otro el receptor.
Tres de las tareas eran benignas, pero la final implicaba la aplicación de una descarga eléctrica que tendría que ser evaluada en una escala de “no incómoda” a “extremadamente incómoda.”
En un grupo, el cómplice tenía la opción de elegir aplicar la descarga y en el otro se le dijo al cómplice que evitara dar la descarga.
Cuando a los receptores se les informó que el cómplice no tenía conocimiento de que había suministrado una descarga eléctrica, ya que los controles habían sido conmutados y la descarga eléctrica se suministró aun sin la intención del cómplice.
¿El resultado final?, a pesar que las descargas eléctricas eran equivalentes, el dolor infringido intencionalmente era percibido como más doloroso.
Las palabras dichas con malicia, la intención de lastimar o menospreciar, lastiman más que lanzar un golpe o lo que es dicho sin premeditación o verdadera intención de lastimar.
Si pones el abuso verbal en una programación diaria, firme y constante, puede ser lo más doloroso, y sí, lo más perjudicial.
Basta con preguntar a cualquier niño verbalmente menospreciado.
5. La agresión y el abuso verbal se internalizan
Desde la experiencia clínica se ven a diario cientos de historias de hijas e hijos no queridos a lo largo de años que son avergonzados, la voz de una madre o padre indiferente, o hipercrítico es una de las circunstancias más difíciles de superar.
No es sorprende que la ciencia respalde la observación que apunta a la relación entre el abuso verbal parental y la ansiedad y depresión durante el resto de vida, pero con algo que se llama “autocrítica”.
¿Qué es la autocrítica? Es el hábito mental de atribuir todas las cosas malas que suceden a factores internos globales y estables, muchos de los cuales hacen eco de las palabras parentales tales como “fallé porque soy estúpido e incompetente” o “Nada bueno me ha pasado alguna vez porque no soy lo suficientemente bueno” o “merezco cosas malas, porque no hay nada bueno para mí”.
Por lo tanto, si todavía se pregunta si el abuso verbal es “real” o si tiene efectos “reales”, es el momento de dejar de engañarnos y prestar atención no sólo a lo que se dice, sino a quién.
Se ha hecho hincapié en la vulnerabilidad de los niños por una buena razón, sin embargo, los adultos a menudo también tienen sus propias fragilidades.
Las palabras tienen el poder de mutilar. Créanlo.