Los niños que nacen en otras civilizaciones, que pasan las 24 horas del día pegados a las madres, terminan regulando el sueño al igual que los niños de occidente. ¿Y cuál es la diferencia entre unos y otros? Que en los segundos la intervención de los padres es permanente. Desde que nace nuestro hijo vigilamos, controlamos e, incluso sin saberlo, alteramos el sueño de nuestros hijos. Cuando nacemos se produce una modificación importante de nuestra manera de vivir, si se puede decir así. Venimos de un estado de sueño permanente en donde nadie nos controla, un lugar con una temperatura constante y sin luz. De pronto nos encontramos en un lugar hostil, con luz, con cambios de temperatura, sonidos... Y es ahí cuando la función de los padres es marcar una rutina para enseñar a los niños a dormir. Pero esa enseñanza no consiste en un control permanente del sueño de nuestros hijos. Si en los primeros meses de vida, el niño se despierta a media noche es normal, no pasa nada. Pero no por ello hay que cogerlo, acunarlo, darle agua o ponerle al pecho (aunque acabe de comer). El niño puede que se haya despertado sin más y es más que probable que se vuelva a dormir. Pero si desde los primeros días, vamos al rescate del niño cada vez que oímos que se mueve, es más que probable que en ese momento le espabilemos y poco a poco se convierta en rutina. Así que el día que se mueva y mamá y/o papá no estén allí llorará.
Aunque Yolanda de la Llave es partidaria de los métodos conductistas como el método Estivill o el Tracy Hogg (también conductista, pero que provoca, al menos, menos lágrimas) el doctor aclaró que ambos, junto a la crianza natural son igualmente correctos siempre y cuando se aplique siempre una máxima: la constancia. No podemos volver locos a nuestros hijos dejándolos llorar un día hasta la extenuación, al día colechando y al tercer día un híbrido entre los dos. Porque lo que conseguiremos es estresar al bebé quien al despertar se preguntará ¿qué tocará hoy?
Otras de las máximas a tener en cuenta es la de la alimentación y la higiene para conseguir esas rutinas de sueño tan necesarias. Si un niño, ya de 2/3 años, se despierta sistemáticamente a medianoche y se toma un biberón entero de 250, es más que probable que la alimentación por el día sea insuficiente y el niño tenga hambre.
En definitiva y para resumir, fue desconcertante porque llegué a la conclusión de que en esto del sueño de los bebés, todo es válido porque hay muchos tipos de padres y muchos tipos de niños. Así que siempre que uno sea constante, vigile la higiene y la alimentación del bebé y se use el sentido común el niño tarde o temprano terminará durmiendo porque es un proceso fisiológicamente natural.
Ahora bien, si un niño que duerme mal, también come mal, está irritable y tiene un mal rendimiento escolar, entonces habrá que consultarlo con un especialista. Y en cuanto a los terrores nocturnos, esa es otra historia.
Así que después de lo escuchado allí, solo me queda dar gracias a Dios por tener una hija marmota que solo nos dio un par de malas noches.
¡¡¡FELIZ LUNES!!