Una vez de que ya se sabe un poco sobre lo qué consiste la acogida de menores y la forma correcta en que se tomar esta decisión es hora de contarles un poco de mi historia. Esta experiencia con la acogida de menores va directamente ligado a como pasé mi niñez. Tania es una niña que vino de la acogida de menores y llegó concretamente de Bielorrusia. Un país muy afectado por las consecuencias del accidente nuclear de Chernobyl, en Ucrania, que, 27 años después, sigue influyendo en la vida y en la salud de los habitantes de la zona.
El objetivo de la acogida era que los niños disfrutaran de dos meses de sol, comida y ambiente saludable. Tal es así que, según la Organización Mundial de la Salud, un mes en España podría alargar su esperanza de vida en más de un año. Desde mi experiencia personal, puedo asegurar que la mejoría es real, pues nada tiene que ver el aspecto que tenía Tania el primer año que llegó, al de todos los posteriores.
Aquí acudían a revisiones médicas, al dentista, y se les trataba de problemas habituales como falta de hierro. Aunque, sin duda, el mejor tratamiento era la alimentación sana que durante esos meses podían recibir, con una buena base de verdura y, sobre todo, de fruta. Recuerdo la ansiedad con la que Tania comía la fruta los primeros años, y es que era algo a lo que no estaba demasiado acostumbrada.
Volviendo al primer día
El primer día fue algo muy especial. Los niños llegaron a España por la noche tras dos días de camino. La entrega se realizaba en la parroquia, donde los niños se sentaban en los primeros bancos y las familias en los de detrás. Uno a uno iban diciendo el nombre del niño y de la familia. Y allí estábamos la familia al completo esperando oír nuestro nombre y especulando sobre cuál de todas las niñas sería Tania, hasta que nos nombraron y la emoción se hizo patente.
Cuando todo terminó y se realizó el papeleo oportuno, nos fuimos a casa con la única comunicación que nos proporcionaba unas cuantas palabras en ruso que nos había dado la organización. Sin embargo, poco tiempo hicieron falta, pues en cuestión de tres semanas Tania se defendía con el español de una manera asombrosa.
Un verano diferente
Yo pasaba cada día con ella, pues teníamos la misma edad. Jugábamos, nos divertíamos y, sin pensarlo, nos convertimos en auténticas hermanas. Desde la primera semana Tania ya nos llamaba 'papá', 'mamá', 'abuelo', 'tío'.. y es que, como aún decimos, somos su familia española.
El verano pasó muy rápido entre piscinas, excursiones y las vacaciones, en las que conoció por primera vez el mar. Cabe destacar la increíble vitalidad que presentaban los niños los primeros días, algo provocado por la excitación de lo nuevo, que las personas encargadas y los monitores que venían con ellos ya nos habían avisado. Además, era llamativo cómo se les contagiaba el espíritu consumista, y es que en sólo dos días pedían cosas como uno más.
Para mis padres en concreto, y para la familia en general, lo más gratificante era comprobar los resultados, la mejoría que día a día Tania demostraba, y la cara de ilusión que lucía cuando realizaba cosas tan habituales para nosotros y tan insólitas para ellos: visitar un centro comercial, montar en una atracción, ir al cine.. Yo contaba con tan solo nueve años de edad, pero recuerdo toda la experiencia como si fuera el primer día.
El día de la despedida
Desde el primer día eres consciente de que esta experiencia tiene un principio y un final, aunque tu subconsciente trata de no reparar en ello. Cuando pasan los dos meses compruebas que esa pequeña persona se ha convertido en un pilar más de tu familia, pero que tiene que marchar. El primer año siempre es más duro, pues quedan las dudas de cómo será vivir sin ellos a partir de ahora, cómo mantendréis el contacto o si volverán al año siguiente.
Lo cierto es que, en la mayoría de los casos, así es. El tiempo pasa muy deprisa y en diez meses los estás recibiendo de nuevo en España. En mi caso así fue, y durante diez años, cada verano recibíamos a Tania en nuestro hogar, hasta que cumplió la mayoría de edad.