Ha pasado un año ya de aquello y hoy me gustaría hacer balance de estos últimos 365 días. Me recuerdo asustada y con el botón de alerta en modo ON. Si estas lineas pueden ayudar a alguna madre que esté a punto de adentrarse en la bimaternidad me daré por satisfecha.
Si como yo vivisteis una primera maternidad complicada, difícil y nada de manual seguro que entenderéis el «miedo» que se puede llegar a sentir de volver a vivirlo. De hecho, no han sido ni uno ni dos ni tres, los mensajes de algunas de vosotras preguntándome cuál había sido el momento para decidirse ir a por otr@.
Nosotros siempre supimos que no queríamos una sola hija, y que si la vida nos brindaba de nuevo la oportunidad, queríamos más hij@s. LA crianza de Valentina no fue fácil: primerizos, si apenas ayuda, sin tribu, sin amigos con hijos… el consuelo y el apoyo brilló por su ausencia. Pero aún así teníamos claro que no queríamos que V fuera hija única. Los dos anhelábamos esos «momentos de hermanos» que ninguno de los dos había vivido y desea vivir a través de los ojos de nuestras hijas. Y llego un punto en el que nos dijimos: » si lo tenemos tan claro, no lo alarguemos más!» En tono de humor, si no vamos a dormir, que sean los mínimos años posibles
Lo más curioso de todo es que la vida, como siempre, nos tenía sorpresas guardadas. La vida nos regaló una bebé llena de luz, sana y con una «calma» que permitió a nuestra familia recomponer las piezas que siempre saltan por los aires cuando llega un nuevo miembro. No fue fácil, pero paso rápido. Muy rápido. Si tengo que dar un mensaje breve alas futuras bimadres es que lo duro, ya lo conoces, aunque es mucho más intenso y rápido.
Me habéis escrito muchas preguntando por los posibles «celos» de Valentina. Celos es una palabra que no me gusta porque lleva algo negativo en ella, y es tan lícito que se sientan a disgusto… Era (¡y es!) tan pequeñita. Ha sido una etapa dura y tan íntima que se la hemos reservado a ella. Hemos aprendido mucho, los 3, de la llegada de Julieta. Una vez leí que el segundo hijo llega a una familia completa, y que el primero sufre «un pequeño duelo». Y así lo hemos vivido, con mucho amor, con mucha comprensión y con mucha paciencia. Como os he dicho, todo pasa tan rápido, y el saber que pasará hace que lo lleves todo con muchísima más calma.
Ser madre de dos me ha hecho llorar muchísimo, no os voy a engañar. Lidiar con el sentimiento de culpa constante es duro. Saber que ya no le ofrecerás nunca más la plena dedicación al primero duele, pero no poder ofrecerle ni la mitad de lo que habrías hecho al segundo también. Y entre estos sentimientos de culpa y el amor tan grande que sientes ¡de golpe! por ese segundo y por ver a tus dos hijas juntas te van volando las semanas.
Y te das cuenta que no sabes las semanas que tiene tu hija, ni qué horóscopo es, ni cuándo le toca la siguiente vacuna, ni el tiempo que lleva durmiendo y por supuesto las veces que te has levantado por la noche. Por que te da igual.
Porque ahora eso solo son números, y sabes que no tienen importancia, en absoluto. Que lo que cuenta es el ahora y aunque a veces es muy jodido (y hasta que no se van las hormonas de la cuarentena más) sabes que pasarán. Que un día estarás preparando su primer cumpleaños pensando que es surrealista. Que en qué momento has cambiado a talla 5 de pañal, y que por favor, por favor que esto no vaya tan deprisa. Que tu quieres aprovechar más la etapa de bebé y que aunque sigas sin dormir como con la primera, te da igual. Porque ya lo sabes, sabes que pasará igual que todo lo bonito de esa época que de golpe se esfuma y te da un chorro de realidad cuando miras vídeos y fotos y te das cuenta de que te habías olvidado.
Hace unos días me sorprendí mirando vídeos con Valentina la de cosas que mi mente había borrado. Y sentí tanta pena… Odié ese ritmo frenético que nos impulsa a correr, a pensar en lo que haremos después, a no dejarnos disfrutar del ahora.
Y todo esto te lo enseña un segundo hijo. Con Valentina, sentí muchas veces que quería que pasaran las semanas. Como si con el paso de las semanas «aquella mala racha» pasaría y volveríamos al estado del control total. Y aprendes que el estado del control total nunca vuelve, que eso y la maternidad son como el agua y el aceite. Pero, ¡sorpresa! de golpe descubres con la bimaternidad que este estado te encanta, te apasiona, te hace sentir viva. Y que como un día le leí a Victoria Peñafiel ENGANCHA.
Si, engancha. De golpe te invade una pena, de llantos a borbotones cada vez que guardas o das ropa de bebé. Que la sola idea de no volver a estar embarazada, de parir, de dar el pecho o de tener un bebé en brazos hace que se te inunden los ojos. Te vuelves una auténtica yonqui del olor que desprenden esos 3 quilos de amor.
Y entonces te da igual todo, no dormir, ducharte por partes, que tu moño tenga vida propia y todas esas cosas que ahora te parecen tan banales. Porque sabes que lo que estás viviendo es tan puro, tan mágico y tan efímero que decides exprimirlo al máximo sin importarte nada de lo que antes ocupaba los primeros puestos de tu lista.
Así que futura bimadre (¡o madre!) que me estás leyendo. CONFÍA, todo saldrá bien. No volveréis a ser los de antes, te lo aseguro, pero de todas esas piezas que salgan a mil por hora el día que llegue vuestro pequeño se formará algo enorme que te dejará sin aliento.