Llega un momento en la vida de todo bebé en el que la independencia se hace presente y deciden tomar decisiones por ellos mismos. Y esa idea que tenías de tener un muñeco (o una muñequita con lacitos) debería desaparecer de tu cabeza porque tu pequeñín se está haciendo grande.
Sí, lo sé, las madres (algunos padres tampoco) nunca estamos preparadas para ese momento; pero llegar, llega. ¿Cuándo? Pues no sé deciros una fecha concreta. No sé si ocurre con la llegada de los nueve, doce o quince meses. Imagino que, como todo en esta vida, cada niño tiene unos ritmos personales y no se puede predecir el momento exacto. ¿O sí?
En alguna ocasión ya os he hablado de que los antropólogosafirmar que el embarazo de la mujer tuvo que reducirse a nueve meses cuando comenzamos la bipedestación ya que el estrechamiento de las caderas no permitía que la cabeza que los niños pasara por el canal del parto si el embarazo llegaba a su término. De esta forma se piensa que hay un periodo, llamado exterogestación o exogestación, en el que el niño y la madre siguen conectados aunque no haya cordón umbilical de por medio. Calculan, más o menos, que ese tiempo dura unos nueve meses (momento que coincide, normalmente, con la adquisición de los primeros movimientos de los niños: reptar, gatear, caminar).
Y a mayor movimiento, mayor independencia y mayor sensación de que nuestros enanos ya están dejando de ser bebés. Toman decisiones sobre dónde moverse, cómo lograr alcanzar ese objeto que les interesa y, por qué no, también comienzan a equivocarse y a aceptar (en mejor o peor grado) el error.
Si todo esto se hace desde el apego segurolos niños tienen la seguridad y la garantía de que los padres estamos a su lado, para apoyarlos y sostenerlos cuando nos necesiten. A veces sentimos que no son capaces de lograr aún su objetivo (ponerse de pie, coger un objeto…) o que no podrán hacerlo porque no están preparados para ello. Los padres, estando a su lado, también debemos confiar en ellos y en sus capacidades. A fin de cuentas, intentarlo lo tienen que intentar y el que no lo intenta no lo consigue.
Como os podéis imaginar estoy escribiendo este post mientras miro como Diego, mi pequeño bebé, se pone de pie y, apoyado en la mesa, intenta dar palmas… Mi pequeño se va haciendo mayor… Habrá golpes que podremos evitar y otros que tengamos que ver (y que nos dolerán, posiblemente, más a nosotros que a él). Lo que nadie más podrá sentir será el orgullode conseguir sus objetivos y propósitos como él mismo.
Y nosotros, sus padres, seguiremos atentos viendo cómo crece y consigue esos objetivos no sólo hoy, sino toda la vida.
Un abrazo y ¡Feliz lunes!