Ser un bebé con un hermano mayor no es fácil. Un bebé con un hermano mayor aprende a sonreír y a hacer pedorretas un poco antes, como mecanismo de supervivencia para luchar por unos minutos de atención exclusiva de sus padres. Sabe captar mejor que nadie las miradas ajenas y es un embaucador y enamorador nato. Grita para recordar que sigue ahí, dentro del carrito o de la cuna y siempre tiene una sonrisa a punto para recibir más caratoñas.
Lo primero que aprende a agarrar con sus manitas no es un suave peluche, sino un horrible velociraptor de su hermano. Duerme a pesar de los gritos del mayor y por su cabeza han cruzado varias veces pequeños coches de juguete o muñecos de juguete sin que se inmutara.
Sabe cómo quejarse cuando los achuchones de su hermano son un poco más fuertes que de normal y aguanta estoicamente a que investigue cómo son sus manos o sus pies. Sus gritos y canciones mientra juega se han convertido en la banda sonora de su tiernisima infancia.
El bebé con hermano mayor ha terminado con su cabecita manchada de gusanitos y de bocadillo de chorizo de la merienda. Se ha convertido en un muñeco y en un espectáculo en el patio del colegio. Pasa menos tiempo entre juguetes nuevos y actividades de estimulación, pero lo pilla todo al vuelo desde su hamaca.
Y a pesar de todo, ve llegar a su hermano de lejos y se le escapa una sonrisa, escucha su voz y se gira sin pensarlo. Si le escucha llorar, se suma a la queja con empatía. El bebé con un hermano mayor ha escuchado también cientos de cuentos a pesar de su corta edad y se siente como pez en el agua entre niños y el gentío.
Disfruta como nadie de la atención de sus padres a solas, pero sabe que a veces toca esperar turno. Es un bebé que, a pesar de los temores previos de sus padres, encaja como una pieza de puzzle en la familia. Ser bebé con un hermano mayor no es fácil, pero tener un hermano es el mejor regalo que ese bebé puede tener.
Qué placer ver juntos a los hermanos
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