Los que ya me conocéis y lleváis algún tiempo leyendo comprenderéis mi reacción al leer tal comentario de la vieja escuela. Y no solo de la vieja escuela sino que sus letras estaban cargadas de odio y ofensas a lo que podía venir siendo el concepto de “Otra escuela es posible”. Por muchas veces que lea o escuche este tipo de afirmaciones no puedo evitar sorprenderme como el primer día. No puedo evitar negar con la cabeza y preguntarme qué es lo que hace esa persona trabajando en un centro educativo y cómo las que verdaderamente viven la enseñanza con vocación y pasión están en la calle.
Desgraciadamente, no es la primera que se dan este tipo de comentarios. Seguramente, vosotros también habréis oído alguna vez eso de… “es que mis estudiantes no aprenden” “es que tengo la peor clase porque sacan muy malas notas” “es que los alumnos de hoy en día están muy mal educados y no tienen disciplina” “ese estudiante posiblemente tenga alguna dificultad de aprendizaje porque no se entera”. Aunque me cueste mucho reconocerlo, ese es el camino sencillo que muchos docentes adoptan ante determinadas situaciones. ¿Acogerse a la ley del mínimo esfuerzo? Sí. Y siento que suene crudo, pero hay profesores que miran hacia a otro lado y prefieren culpar a los estudiantes del mal rendimiento del aula.
Hay docentes que ni siquiera saben lo que es la autoevaluación. Ni siquiera piensan en si han dado lo mejor de sí mismos en clase. Ni siquiera reflexionan sobre si han conseguido motivar y fomentar el interés del aprendizaje en los alumnos. Y no lo hacen por el simple hecho de creer que eso no son cosas suyas. De que ellos imparten la asignatura, transmiten los conocimientos y mandan ejercicios a los estudiantes para reforzar lo aprendido. Ellos únicamente se consideran oradores y expertos en una materia y se escudan en “no, yo no voy a adaptarme a los alumnos. Son ellos los que se tienen que adaptar a mí”. Como podréis suponer se trata de un pensamiento anticuado, obsoleto y con dificultades para comprender cómo debería ser la educación actual.
He vivido muy de cerca la experiencia de unos padres de un niño que hace dos cursos estaba en cuarto de primaria. La mayoría de sus profesores habían dicho a la familia que su hijo podía tener alguna dificultad de aprendizaje porque no aprendía en clase y no llegaba a los objetivos. El niño se pasó todo un año de prueba en prueba y entre diagnósticos y evaluaciones psicológicas y educativas. Los especialistas no encontraron nada fuera de lo normal, pero los profesores seguían insistiendo de que la culpa era de él y no del centro. Así, la familia (que fueron unos antiguos vecinos) cambiaron de colegio a su hijo. Empezó quinto de primaria y lo acabó obteniendo buenísimas notas en cada boletín de calificaciones y aprendiendo un montón de cosas nuevas.
Sus padres me mandaban correos diciendo lo encantados que estaban con los nuevos docentes. Expresaban que utilizaban un metodología alternativa y activa en la que los estudiantes eran los protagonistas y los profesores los que acompañaban a los alumnos en su aprendizaje. Me contaban que daban mucha importancia a la creatividad, a la imaginación, al trabajo por proyectos y al cooperativo. A finales de curso, me mandaron el último correo antes de las vacaciones en el que decían que además de haber adquirido nuevos conocimientos y haber aprobado todas las materias, su hijo había aprendido a ser persona. Le encontraban más sensible, más atento a lo pasaba a su alrededor y más solidario. Una de sus frases me llegó al corazón: “Mel, nuestro hijo pasó un año de pruebas inútiles e innecesarias. Nos hicieron creer que el problema era suyo, cuando eran ellos los que tenían que cambiar y esforzarse”.
No, claro que no siempre los estudiantes tienen la culpa de que no se de un adecuado aprendizaje. Los docentes deberían darse cuenta de ello. Deberían darse cuenta de lo que falla. Y si falla algo intentar cambiarlo para que los estudiantes tengan la mejor experiencia en el aula. “Es que los alumnos no deberían aburrirse en clase”. Sí, claro que pueden aburrirse. Y lo pueden hacer si se sigue una educación tradicional, anticuada, obsoleta y que no se adapta a los alumnos. Hay un montón de formas de enseñar, hay un montón de formas de motivar a los estudiantes y hacer que sientan entusiasmo por aprender. Hay cientos de formas de hacerlos protagonistas de cada día y fomentar su ilusión y creatividad. Y eso, en mi humilde opinión y tratándose del aula, es tarea y desempeño de los docentes. Pero quizás, eso sea mucho esfuerzo para algunos.
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