En la semana especial de mi sobrino fui a contar un cuento y a hacer unos juegos en su salón. Fui de lo más feliz a compartir con mi sobrino y sus compañeritos, que en aquel entonces rondaban los 2 años 8 meses, eran los más chiquititos del pre-school. La pasé genial, y mi sobrino también. Estaba feliz. Fueron 60 minutos de pura diversión. Todo estuvo bien, salvo que, durante todo el tiempo que estuve en el salón de mi sobrino (1 hora aprox.). Noté rápidamente – por lo obvio que era – quien era considerado el niño más movido del salón.
Lo interesante acá, es que no lo noté por el comportamiento específico del niño (que para mí no fue nada extraño) si no, lo noté por el comportamiento de la profesora y las auxiliares del salón. No es que lo maltrataran ni mucho menos, para nada. Si no más bien, había una “sobre mirada” y exceso de atención y nombramiento del niño.
¿Qué? Explícate por favor.
Para empezar, este niño contaba con una auxiliar (casi) exclusivamente para él. La auxiliar estaba pendiente de él el 99.9% del tiempo. Cuando todos nos sentamos en la alfombra para la canción de bienvenida, a este niño lo sentaron encima de una auxiliar, cuando todos nos paramos para bailar la canción del cuento, él se paró con la auxiliar, cuando estornudó, lo hizo encima de la auxiliar. En cuanto se empezaba a mover un poco, la auxiliar lo abrazaba fuertemente y no lo dejaba levantarse y/o moverse libremente. Luego, cuando el niño se cansó de estar sentado (¡hey! No fue el único) la auxiliar salió disparada detrás de él. No le permitió coger otros juguetes (que para él eran más interesantes que mi cuento) (y, no, no me ofendo) y lo cargó por todo el salón y así lo tuvo un buen rato. Y no sólo eso, si no que las otras auxiliares y la misma Miss lo nombraban constantemente: Fulanito, que bien te sientas hoy, Fulanito ven para acá, Fulanito no empujes, Fulanito no hagas esto o haz aquello, Fulanito, Fulanito, Fulanito.
Con este comportamiento por parte de los adultos cuidadores del salón no me sorprendió en absoluto que el niño luego de un rato se rebele y haga un berrinche de aquellos. Este berrinche sólo confirmó para la profesora y auxiliares, que él es un niño “difícil” y probablemente, para él confirmo que el colegio es difícil. Y probablemente, cuando la mamá llegue le contarán el episodio o quizá en la entrega del reporte le hablaran de las dificultades del niño y confirmarán que es “movido” y/o “difícil”.
Pero, quizá si el manejo de estos niños en el salón fuera diferente, quizá si lo dejaran un poco más solo o no le exigieran lo mismo a todos los niños. Quizá si lo miraran menos e “ignorarán” un poco más, quizá él hubiera soportado mejor la mañana en el salón.
Y es a esto a lo que voy. Muchas de nosotras vivimos los primeros años escolares de nuestros hijos angustiadas porque la profesora nos cuenta que se mueve demasiado, que no se sienta tranquilo en la alfombra, que no obedece a la primera (díganme por favor, ¿Quién lo hace?) y un sinfín de comportamientos negativos, pero que - ya está científicamente comprobado – son naturales en niños de menos de 5 años. Y nosotras como neuro-madres, nos angustiamos, nos preocupamos, hablamos con nuestros hijos, los llevamos a evaluar, caemos sin querer queriendo en el juego de las terapias, las sobre evaluaciones y sobre diagnósticos. En vez de preguntarnos por la mirada que le dan a nuestro hij@ en la clase.
Ahora que empieza este año escolar, antes de angustiarnos si nos dicen que nuestro hijo se mueve más que el promedio o no rinde como debería o no obedece tanto como el resto. Debemos de preguntarnos, si acaso la mirada hacia él o ella dentro del salón no es excesiva y le hace más daño que bien.