Este post lo tenía pensado para la semana pasada. Pero es lo que tiene ir como pollo sin cabeza o corriendo sin zapatillas. Que cuando te das cuenta son las 10 de la noche, no has escrito el post ni te quedan ganas para escribirlo. Así que como es un post reivindicativo, pues cualquier momento es bueno para publicarlo.
Lo que te cuento. El Santo, el padre de la Princesa, no me ayuda en casa ni colabora con las tareas del hogar. Así como te lo cuento. Y esto es así desde el minuto 1 que invadí su casa y me fui a vivir con él. Desde ese mismo momento lo vi claro y pensé: este hombre no es de los que ayudan. Y así fue. Y con el nacimiento de la Princesa, más de lo mismo. Ni en su crianza, ni en su educación ayuda. Porque él, desde que le conozco, ha sido de compartir y no de ayudar. Porque él come y ensucia como yo. Y la niña es tan suya como mía. Así que él limpia y cocina como yo. Y en cuanto a su hija, menos darle el pecho (que por razones obvias era yo la responsable) y las coletas, que se le resisten, ha hecho de todo con y por su hija.
En casa tan pronto cocina él, como la hago yo. Y así pasa con la compra, la colada o con ir al pediatra o a por la peque al cole. ¿Y pasa algo? Nada. No pasa nada porque así debe ser. Y pobre del que se acerque a mi Princesa y no sea así. Porque en el siglo XXI los hombres están tan capacitados o más que las mujeres para cocinar, coser, limpiar, ejercer de padre... y ya está bien de los roles absurdos de que la que limpia es la mujer y el que lleva el coche al mecánico es el hombre. De la caña sin alcohol para ella y el botellín para él. La infusión para ella y el café solo para él...
Y de nosotros depende de que esto sea erradicado y de que nuestro hijos aprendan a compartir y no solo ayudar.
Así que orgullosa puedo decir que en casa nadie ayuda, todo se comparte, ¿y en la tuya?
¡¡¡FELIZ LUNES!!!