Estamos en verano, hace un calor para morirse y lo que más apetece es ponerse a remojo en la playa, en la piscina o en cualquier charco que tengamos cerca. Todo lo que sea para combartir el calor.
La gran mayoría de niños disfrutan bañándose y tirándose a lo "bomba va" -como dicen los míos- más que cochinos en un charco, y nosotros mirándolos. Pero cuidado, que tener mil ojos sobre ellos puede no ser suficiente, y nada nos libra de un susto, mucho menos la confianza.
Da igual que nuestros hijos lleven manguitos, burbuja o cinturón de corcho, sean hábiles nadadores, no debemos relajar la vigilancia y dejarnos llevar por la confianza. Porque basta un segundo para que suceda lo que no queremos.
Voy a contar algo que nos sucedió el año pasado, que por suerte se quedó en un susto pero que no hemos podido olvidar. Ni yo, ni la protagonista, que a pesar de ser "pequeña" lo tiene bien presente en sus recuerdos. Es un claro ejemplo de que en el tiempo de girarte porque te han llamado puedes llevarte el susto de tu vida.
Estábamos en la piscina de la urbaniación del abuelo, a última hora de la tarde, con ya muy poca gente y a punto de irnos. Los niños estaban ya fuera de la piscina, sin sus correspondientes equipos de seguridad para flotar, a esperas de que se secaran para irnos mientras correteaban y jugaban por el césped.
Estábamos con una mamá amiga y sus dos hijos, de la misma edad de los míos. En ese momento papá estaba más pendiente del mayor y yo de la pequeña, cuando estamos los dos nos los "repartimos" para estar ambos más tranquilos.
Yo estaba sentada en mi toalla en el césped, cerca de la piscina, y mi niña jugaba con su amiguita y los juguetes a mi alrededor, todo tranquilo y controlado, en teoría. Yo hablaba con la otra mamá pero sin quitar ojo a mi niña, una de las cosas que más me inquieta en la piscina no es ya que se puedan ahogar en el agua sino que se puedan caer y golpear la cabeza en un resbalón al correr por el borde de la piscina.
La otra mamá, que estaba detrás mía recogiendo sus cosas me llamó, giré la cabeza para responderle y en ese momento escuché a mi marido preguntar "¿Dónde está la niña?". "Pues aquí" dije señalando cerca de mis pies, donde estaba jugando hace escasos segundos. Pero la niña no estaba. Ni ahí, ni cerca.
Una mirada rápida a todo el recinto de la piscina. La niña no estaba. Y de repente vi que mi marido se tiraba de cabeza a la piscina y sacaba a la niña. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, no me podía creer que mi hija, que estaba a mi lado, en tan solo el momento de girar la cabeza para responder a la otra mamá, se hubiera caído a la piscina sin hacer el mínimo ruido, sin darme cuenta. Ni siquiera el socorrista e percató.
Menos mal que siempre estamos alerta, menos mal que mi marido la echó de menos en cuanto no la vio a mi lado, menos mal que actuó antes de pensar, porque si no no se qué estaríamos contando hoy en día. Quizás una mera anécdota, o quizás no podría ni hablar de ello. Afortunadamente fue lo primero, una anécdota.
Mi niña salió bien del agua, consciente, espabilada, algo asustada. Ni siquiera recuerdo que hubiera tragado agua, aunque tampoc tengo recuerdos muy lúcidos de aquel momento, estaba bloqueada y solo me importaba saber que estaba bien. Me tranquilicé al ver que la niña me abrazaba, lloriqueaba un poco por el susto pero hablaba con total normalidad, eso era buena señal.
Mi marido nos contó lo que vio, a la niña en el fondo de la piscina, boca arriba, con los ojos abiertos y las manos y piernas totalmente estirados, intentando dejarse flotar para volver a la superficie. Es una imagen que le impactó mucho, tanto que pasó varias noches sin dormir, solo con esa imagen en su cabeza.
La niña también nos contó lo que había pasado. Se le había caído un juguete a la piscina, se agachó en cuclillas a cogerlo y al asomarse su cabeza hizo contrapeso y se cayó. Obviamente no nos lo contó así, nos dijo que quería coger el juguete y se cayó, pero entiendo que fue así como sucedió.
No llevaba puestos los manguitos porque nos íbamos ya en breve, si los hubiera llevado el susto hubiera sido menos. Consecuencia: SI MI HIJ@ NO SABE NADAR, LOS MANGUITOS SIEMPRE SIEMPRE SIEMPRE PUESTOS, DESDE QUE PONGA UN PIE EN EL RECINTO HASTA QUE NOS VAYAMOS. Me lo he grabado a fuego.
El socorrista no hacía más que pedirnos disculpas por no darse cuenta de que la niña se había caído, imaginad el poco tiempo que duró aquello, creo no no fue ni medio minuto, que se hicieron eternos. No lo culpo, no lo responsabilizo, yo que estaba al lado de mi hija no la vi, él estaba algo más retirado, y realmente nadie la vio caer. Nadie.
La verdad es que todo se quedó en ese susto pero una nunca se queda tranquila. Precisamente pocos minutos antes había hablado con la otra mamá del artículo que hablaba sobre el ahogamiento secundario, maldita casualidad. Así que, madre agonías, teniendo el consultorio de salud cerca y aunque no apreciaba síntomas, preferí acercarme allí con ella y que la viera el médico. Le conté que el tiempo de inmersión habían sido escasos segundos pero, aunque no había dado síntomas de haber tragado agua, no estaba segura de ello. La revisó bien, me dijo que no debía preocuparme, me dio unas pautas de vigilancia por si acaso y nos despidió muy amablemente.
No me considero una madre relajada y dejada. Puedo estar hablando, comiendo, lo que sea, pero siempre tengo un ojo en mis hijos. Pero a veces no basta con eso, porque algo tan sencillo como girarse para coger algo en el bolso, que solo nos lleva unos segundos, en esos breves segundos de no atención puede suceder lo peor.
CONCLUSIÓN: no bajar nunca la guardia, ya sepan o no sepan nadar. Si saben nadar, asegurarnos que lo hacen de manera segura, y si no saben nadar, no quitarle nunca sus protectores, ni dentro ni fuera de la piscina, porque nunca se sabe en qué momento puede llegar el susto.
Los niños aprenden, vaya si aprenden. Mi hija no se olvida, hace un par de tardes me contaba cómo el año pasado se había caído en la piscina por no llevar manguitos. Ahora no se acerca a la piscina sin ellos, los pide nada más entrar. En la playa solo se mete en la orilla, nunca más arriba de las rodillas, ni siquiera con nosotros. Le da mucho respeto el agua. Ha aprendido de la experiencia, sin duda.
Mi hijo mayor es más valiente y menos prudente, me tiene mala del hígado. Él era de los que se tiraba a la piscina de bomba va y una vez dentro recordaba que no sabía nadar y que se había tirado con manguitos, pero sabía mantenerse a flote. Lo hio una vez, claro, casi lo mato en ese momento porque lo mismo, tan pronto está a tu lado como ha cogido carrerilla y se ha tirado. En la playa se mete a saltar olas y cuando nos damos cuenta la ola le pasa por encima. Yo soy mala nadadora y le tengo pánico al mar, solo llego hasta donde puedo pisar bien y tener la cabeza y parte de los hombros fuera. Así que con él siempre tenemos que estar uno de los dos -yo este verano menos, que con la barriga estoy menos ágil- y cuando se baña solo en la orillita yo soy la pesada de "vete con tu hijo que no me fío" porque se que en un segundo puede venir una ola traicionera y llevarnos el sustazo.
Así que lo dicho, cuando hay agua de por medio toda precaución es poca. No podemos confiarnos ni cuando nuestros hijos son expertos nadadores, ni siquera habiendo socorristas cerca, nada como nuestra total vigilancia y tomar todas las medidas posibles en caso de que no sepan nadar.
Nosotros hemos aprendido muy bien la lección y podemos alegrarnos de que solo haya sido un susto. Para mi es un cargo de conciencia que no me quitaré jamás en la vida porque en el fondo me culpo de haber perdido la atención solo unos segundos.
Así que lo dicho, en la piscina, en la playa, en el río, en el lago, donde sea,precaución, cuidado y vigilancia siempre.