La irrupción de la tecnología en nuestras vidas, sin lugar a dudas, nos ha facilitado en gran medida nuestro día a día. Por lo menos a mi, no sé a ti. El banco, las citas médicas, las amigas viviendo a miles de kilómetros, el trabajo... Nos ha ayudado a economizar el espacio, a viajar (o planificar un viaje) sin salir de casa, a hacer la compra, a "ir" de rebajas... Para mi la tecnología me ha dado libertad pero, al mismo tiempo, me ha hecho esclava de la inmediatez. La velocidad que nos proporciona esa tecnología nos ha convertido en seres impacientes. Queremos todo aquí y ahora. No nos vale con saber que la persona con la que queremos hablar no está en casa o en la oficina. Si la llamamos y no está recurrimos a whatsapp (si hay confianza). Si vemos que no lo lee, llamamos al móvil con el ansia de resolver ya, en ese mismo instante, lo que buscamos de esa persona que, lo mismo, puede esperar.
Queremos las operaciones bancarias en el acto, ver como engrosa nuestra cuenta corriente en el mismo momento en el que nos dicen que nos van a hacer un ingreso; nos gusta recibir aquello que hemos comprado en menos de 24 horas; las fotos del acontecimiento de turno casi a la vez en el que se está produciendo... Todo ya.
Pero parte de esa esclavitud nos la creamos nosotros mismos. Debemos, y yo la primera, romper esas cadenas del aquí y ahora que nos oprimen y coartan nuestra libertad. Concienciarnos de que el otro interlocutor no siempre necesita inmediatamente nuestra respuesta; que hay cosas que pueden esperar y que, quizá esa espera, sea mejor para todos. Está en nuestras manos educar a la sociedad en la idea de que no todo es urgente porque a veces, lo urgente no deja sitio para lo importante.
¿Seremos capaces? Espero que si, por la cuenta que nos trae.
¡¡FELIZ SEMANA!!