Todo empezó el día martes (el lunes – increíblemente - todo fluyó maravillosamente). Por la mañana fui a hacer unos trámites que resultaron imposibles de realizar. Necesitaba hacer otro trámite más, antes de poder hacer el trámite en cuestión. Grrrrrr. Por la tarde mi hijo mayor tenía un partido amistoso de fútbol y – a pesar de que leí y firmé la carta dónde colocaban claramente el nombre y la dirección del colegio en el que realizaría el campeonato - me confundí y me fui a otro colegio. En mi defensa era un colegio con el mismo nombre y en el mismo distrito. Pero, igual. El daño estaba hecho. No llegué a tiempo para verlo.
¿Se imaginan mi cara cuando caí en cuenta que yo, yoooo - la neuro-madre más neuro del mundo - había ido a alentar a mi hijo (junto con mi hermana, mi cuñado y mi hija la segunda) al colegio equivocado? O sea, no me puse a llorar sólo porque había otras mamás despistadas junto conmigo y algo de orgullo tengo. Pero, debo decir que salí manejando como una poseída y cuando llegue al otro colegio (al verdadero) la cabeza me quería explotar y las lágrimas se querían salir.
Felizmente, llegué para ver los últimos 15 minutos de juego.
Luego, el miércoles. Ese día había conferencia de padres y maestros en el grado de mi hija la segunda. La tutora de mi hija me había escrito diciendo que no era necesario que mi esposo y yo nos inscribiéramos en esta actividad porque ya nos habíamos reunido con ella unos días antes. Lo que yo NO entendí era que igual tenía que ir al colegio para que mi hija me enseñe los proyectos y actividades que trabajan en clase. Luego, ya me podía ir sin necesidad de conversar con la profesora.
Mi hija volvió a casa tristísima. Yo tenía que haber ido y no fui. Lo peor es que no podía hacer nada para remediarlo. Me sentí pésima. ¿Qué era lo que no había entendido? Releí mis correos y bueno, sí había recibido 2 correos sobre el mismo tema en dos días seguidos y como vivo apurada mi cerebro hizo un “atajo mental” y deseché uno de ellos. Me quedé (obviamente) con el que más me convenía. La gran perjudicada: mi chiquitita. Esa noche no dormí.
Sí, ya sé. No es que los astros se hayan alineado en mi contra ni nada por el estilo, es que simplemente mi nivel de distracción y atolondramiento ha llegado niveles alarmantes. No retengo absolutamente nada de lo que me dicen. Quedo con 3 personas a la misma vez, hago citas que anoto en mis 2 agendas (sí, tengo 2) y luego olvido olímpicamente. Si estuviera en el colegio seguro me diagnosticarían con TDA, o algún desorden de atención similar.
Y esto me hace sentir muy mal. Estoy realmente triste y esto contribuye a que vea estos días más oscuros y tristes de lo que en realidad son. Esta semana no le he cumplido bien a nadie. Bueno, lo que va de la semana. Todavía me quedan 3 días para reivindicarme (con fe, con fe): tengo mis dos agendas alineadas, no estoy asumiendo nada, estoy chequeando todo dos veces y estoy aceptando que yo también me puedo equivocar y puedo fallar incluso con quienes más quiero (mis hijos).
Ahora me voy a dormir pensando que hay días malos y estos dos últimos fueron de esos, pero que también hay días buenos y muy buenos y que me debo perdonar, porque mañana puede ser uno de esos.