Sí, una educación distinta a la tradicional que nos ha seguido durante tantísimos años, es posible. Estoy segura de ello porque hay maestros auténticos, excepcionales y de corazón que hacen realidad ese pensamiento día tras día. Hay docentes que dicen “no, hasta aquí hemos llegado. No voy a hacer eso por mucho que me lo digas”, hay profesores que alejan a sus estudiantes de la sumisión educativo formándoles en el pensamiento crítico. Hay maestros que sin duda alguna, quieren cambiar el sistema educativo.
Otra educación es posible. Claro que sí. Y lo sabemos. En este año, hemos leído artículos de centros educativos que han eliminado por completo los deberes, los exámenes y las calificaciones. Y hemos visto que los resultados han sido todo un éxito: maestros más motivados y estudiantes más felices y con ganas de aprender. Hemos leído noticias sobre la importancia de la educación emocional, de fomentar las inteligencias múltiples y de favorecer la creatividad de los alumnos.
Muchos colegios han llevado a cabo esas pautas. Muchos colegios se han dado cuenta de que la metodología que estaban aplicando en las aulas y con los alumnos no era la correcta y decidieron cambiar. Se dieron cuenta de que no se adaptaba a los estudiantes y mucho menos a la época en la que vivimos. Muchos maestros han leído, han investigado y se han formado para ofrecer la mejor educación a los estudiantes y apoyar a las familias. Muchos maestros han hecho geniales propuestas para mejorar el clima y la convivencia en clase.
Otra educación es posible. Y de eso también se han dado cuenta en casa. Padres que han visto como sus hijos realizaban una carga excesiva de deberes, de tareas y estudiaban al mismo tiempo para no sé cuántos exámenes. Padres que han visto que sus hijos no tenían tiempo para jugar, para divertirse, para hacer lo que quisieran, para disfrutar del ocio. Padres que han asistido a reuniones con profesores y directores de la “vieja escuela” para decirles que ese no es el camino que debe seguir la educación. Padres que no han consentido que sus hijos realizaran ejercicios en días festivos y han asumido miles de notas de los centros.
Nos hemos dado cuenta de que los juegos educativos y llevar la gamificación a las aulas es aprendizaje activo, creativo y cooperativo. Nos hemos dado cuenta de que través de la diversión y del buen humor los estudiantes disfrutan, se emocionan y se ilusionan. Nos hemos dado cuenta de que tener a los alumnos sentados durante una hora copiando apuntes y escuchando al profesor no sirve de nada. Y muchos maestros se han aventurado con el trabajo por proyectos. Nos hemos dado cuenta de que niños y jóvenes son mucho más que un número y por eso los conceptos educación en valores y enseñar a ser personas ya están en muchas aulas.
Por fin, hemos despertado. Y aunque también haya personas que se nieguen a avanzar y a ampliar horizontes educativos, las voces de los que sí queremos que la educación cambie, de los que sí creemos contra viento y marea que otra educación es posible y de los que estamos dispuestos a luchar por una transformación del sistema educativo, será más fuerte. Estoy convencida de ello. Yo, confío plenamente en los docentes de corazón, en los profesionales de la educación que investigan, que descubren y que analizan. Y confío en las familias que no se han quedado calladas, que se han levantado, que han protestado y que han gritado.
Porque sí y ya está. Porque otra educación es posible.
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