Los alumnos siguen haciendo una cantidad excesiva de deberes (incluso cuando expertos de la educación y de la psicología recomiendan eliminarlos por la salud y el ocio de los niños y jóvenes), siguen existiendo los exámenes (incluso cuando muchos expertos de la educación y de la psicología han expresado que no es un sistema de evaluación eficaz y que lo único que hacen es generar estrés y un aprendizaje fingido a los estudiantes). Y todavía en muchos centros educativos, los alumnos se quedan sentados en las sillas sin poder moverse escuchando al profesor.
Algunos me diréis que poco a poco están cambiando las cosas. Que poco a poco la educación se está transformando. Y yo pregunto: ¿de verdad lo está haciendo? ¿de verdad se está produciendo ese cambio tan deseado? Lo que yo veo es que algunos docentes y algunas familias se han dado cuenta de que el camino no era el correcto y decidieron en su momento intentar actuar y enseñar de forma diferente. Son maestros que tienen en cuenta la educación emocional, la creatividad, la imaginación, los valores y los sentimientos de los estudiantes. Y son familias que no creen que sus hijos sean unos simples números.
Aunque el trabajo que están haciendo esos maestros y esos padres es increíble y valioso, para mí no es suficiente. Estamos hablando de pocos profesores innovadores y de pocas familias que son capaces de mirar más allá de las calificaciones. Sí, hay escuelas y centros educativos alternativos que pueden respetar más el ritmo de los niños y de los jóvenes. Pero, ¿cuánto cuestan esas escuelas? ¿Qué gastos supondría para unos padres de clase media pagar una matrícula en un centro de esas condiciones? Obviamente, una barbaridad.
Tenemos delante de nuestras narices una educación pública gratuita y para todos que está siendo ofendida por los políticos. Pero los políticos no tienen la culpa de todo. Para que se produzca un cambio educativo, la transformación debe comenzar por las aulas y por las familias. Y seamos sinceros: no todos los centros educativos y no todos los padres están dispuestos si quiera a escuchar hablar de que otra educación de verdad es posible. ¿Sabéis que hay colegios que han despedido a maestros por ser demasiado innovadores y querer plantear nuevas metodologías? ¿Sabéis que hay padres que han exigido a los docentes que manden más deberes para casa y que elabore más exámenes?
Eso es lo que hay que cambiar. El cambio educativo no puede ser realizado por unos pocos. Tampoco por media parte de la sociedad. Esas personas que están en contra de la nueva educación, que se resisten a escuchar, a ampliar los horizontes y a investigar, tienen que darse cuenta por ellos mismos que el cambio educativo es totalmente necesario. Llevamos con la misma metodología y con el mismo sistema demasiados años. En educación primaria yo tuve que aguantar horas sentada en una silla sin levantarme escuchando al profesor. Yo tuve que aguantar irme a la cama a las once de la noche por terminar los deberes (eso cuando no me los terminaban mis padres). Y tuve que aguantar el estrés innecesario de los exámenes.
Hoy, leo en grupos de redes sociales los comentarios de las familias y veo que no hemos avanzado casi nada. De hecho, muchas de sus afirmaciones me recuerdan a la educación tradicional que tuve yo en la época que os comentaba antes. Y ahí es dónde está el error. Ellos hablan de pocos maestros que se ilusionan, que se emocional y que inspiran. Hablan de un exceso de deberes, de exámenes y de sumisión. Hablan con poca esperanza, desilusionados, desmotivados. Y si están así las familias, os podéis imaginar cómo deben estar los estudiantes que están “presos” en un sistema que se niega a avanzar y que sigue siendo el mismo desde hace muchísimo tiempo.
“Es que la culpa es del gobierno y de la burocracia”. Sí, puede que ellos tengan una gran parte de la culpa. Pero sé de casos (noticias que han salido en periódicos) de centros educativos (públicos) y profesores que han cambiado por completo su forma de enseñar y sus metodologías: han eliminado los exámenes, las calificaciones, las notas y los deberes. Solo tenéis que hacer una búsqueda rápida en Google y encontraréis muchísimos. Y el resultado que han tenido ha sido increíble y maravilloso: los alumnos están encantados, motivados, ilusionados, emocionados y tienen un montón de interés en aprender. Así que sí se quiere sí se puede. El problema que tenemos es que no todos quieren. No todos quieren esforzarse, no todos quieren renovarse y no todos piensan en los que realmente son los importantes de todo el proceso: los estudiantes.
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