Que yo no quería ser educadora infantil para evaluar de una forma tan poco flexible y excesiva a niños de uno a tres años. Cuando empecé a estudiar Pedagogía y ahora que me paso todo el día investigando sobre hechos educativos, fui (y soy) totalmente consciente de que la educación, tal y como la tenemos en España, habría que cambiarla. Habría que innovar, crear otro punto de vista, otra perspectiva, u otro ángulo de visión.
No penséis que soy una ilusa, una soñadora o una chica que está con los pies en la luna y no en la tierra. Sé que eso, hoy por hoy no es posible. No es posible porque ni el sistema educativo ni una gran parte de los padres (por fortuna no todos), no estarían de acuerdo y no soportarían un proceso de innovación. Parto desde la idea de que nuestro sistema educativo es anticuado, inflexible, obsoleto, poco motivador y sobre todo absolutamente ineficiente.
Está estructurado de tal forma que no da pie a proponer nuevas metodologías (y mucho menos aplicarlas), ni a utilizar nuevos recursos. Está hecho de tal forma que lo único que importa son los aspectos académicos, cuando psicólogos, investigadores y demás especialistas, están cansados de decirnos que el aprendizaje “se mueve” por las emociones. Y está hecho de tal forma que en los centros educativos, el grado de libertad e independencia que tienen es absolutamente nulo.
Cada vez más personas están de acuerdo que una nueva educación sería el progreso de todos. Que sería la solución. Adaptar metodologías, recursos, espacios y actividades para los alumnos de hoy. Dar la oportunidad a esos maestros, profesores y profesionales de la educación que se la merecen de verdad, que sienten verdadera pasión por su trabajo, que se implican en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Una nueva educación, que enseñe a los alumnos a pensar, a ser críticos, a tener una opinión propia de las cosas.
Una Educación que abarque a todos los estudiantes, que se les de importancia, que se les escuche, que se les valore, que se les entienda. Una nueva educación, que le de el papel protagonista a las emociones, a los valores, a los sentimientos, y no que éstos se queden como secundarios. Una nueva educación donde no se obligue en infantil como “principal objetivo de la etapa” a enseñar algo que los niños no están preparados a aprender. Sí, que se aprendan cosas, pero siempre a través del juego y de actividades lúdicas, no por medio de las fichas.
Un sistema educativo que reconozca lo importante que es la educación musical, la educación artística y la educación física para los alumnos, y por supuesto, en el que no se diga que esas asignaturas son una pérdida de tiempo. Un sistema educativo que de libertad y autonomía para que los centros apliquen las metodologías que ellos vean adecuadas para sus alumnos. Un sistema educativo que no se rija totalmente por los “objetivos a alcanzar”, que sea capaz de dar la oportunidad a sus alumnos de desarrollar sus competencias y habilidades, sean cuales sean. Y que se les valore por ello.
Un sistema educativo alejado de los exámenes, de las evaluaciones, del aprendizaje por memorización si entender lo que se está leyendo. Alejado del concepto “tomar apuntes del profesor y ya está”. Estaríamos pidiendo una educación donde los estudiantes pudieran hablar, debatir, opinar y hacer críticas con respeto. Una educación donde se fomente el trabajo en equipo, la colaboración entre compañeros. Una educación que no ponga números a los alumnos. Y que no defienda únicamente la idea de… “este chico es brillante porque ha sacado todo sobresalientes”.
Está claro, que nuestro sistema educativo actual no está preparado para eso. Pero como decía antes, la mayoría de los padres, desgraciadamente tampoco. Y digo esto, porque los padres son casi los primeros en querer una educación tradicional (ojo, como he explicado no todos), son los primeros en dar importancia a las exámenes, a las evaluaciones, a las notas y a las fichas en la etapa de Infantil. Son los primerísimos en quejarse a los maestros que intentan despegarse un poco de esas inflexibles y autoritarias ideas.
Y son los primeros en dar importancia a los suspensos y a los aprobados en vez de a los sentimientos y emociones de sus hijos. Hay progenitores que se enfadan si no ven en la agenda de sus niños más pequeños que hayan aprendido algún concepto académico en el día. Y cuando se reúnen con la educadora o el educador y éstos les dicen: “no, no ha aprendido nada académico hoy, pero ha dado un abrazo a un compañero que estaba triste, o ha hecho un mural con pinturas de dedo, o ha recogido hojas del parque…” les miran mal y exigen (sí, sí: exigen), hablar con el jefe de estudios o director.
Poco a poco hay más padres y profesionales de la educación que luchan con todas sus fuerzas por cambiar las cosas, y la verdad, no se pueden imaginar lo que les admiro. Esos padres que emiten un folio al maestro de sus hijos diciendo que el niño no ha hecho los deberes en Navidad porque las vacaciones son para descansar. Esos padres que se implican con la escuela, que aportan ideas, opiniones, que se dejan aconsejar por los educadores. Esos padres que llega el boletín de notas y que anima a su hijo a ser mejor persona.
Y por supuesto, esos maestros y profesores que van contra viento y marea, que enseñan valores, que dan importancia a las emociones, que motivan a sus estudiantes a descubrir, a experimentar, a pensar, a buscar y a defender sus propias ideas. Que ayudan a tener una identidad propia. Personalmente creo que, para cambiar la educación, para tener esa Educación para todos que muchos ansían, hace falta que gran parte de las personas cambien primero, que miren, que investiguen y que piensen si la Educación que tenemos ahora, es la que de verdad quieren para su familia.
.