Instinto de madre

Estoy plenamente convencida de que, cuando te conviertes en madre, inmediatamente brota tu instinto más puro y salvaje: el de proteger a tu cría. Puede que en ocasiones no te des cuenta, pero el instinto de madre está ahí, latente.


El instinto de madre no es algo consciente, es decir, no sabes que lo tienes. Es como un radar, una alarma que se dispara cuando sientes algún peligro sobre tu bebé o que, simplemente algo no va bien. Y no es que tenga que haber unas señales evidentes para que se despierte, es una sensación que te invade de repente.
También creo firmemente que hoy en día se inhibe nuestro instinto de madre de manera que puedes llegar no a perderlo, pero sí a ignorarlo en contra de tu propia voluntad. Es lo que pasa cuando desde fuera te crean miedos, dudas o falsas expectativas con respecto a la maternidad y te hacen sentir vulnerable y casi incompetente con respecto al cuidado de tu bebé, sobre todo cuando eres una mamá novata llena de inseguridades.

Si de algo estoy segura en el camino de mi maternidad es que mi instinto de madre jamás me ha fallado. Y es que, cuando he sospechado que algo pasaba a alguno de mis hijos y he seguido mi intuición, a pesar de que en su momento me pusieran por exagerada, equivocada o hiperprotectora, he acertado.

Es verdad que yo he sido -soy- muy de ignorar consejos desafortunados o no pedidos, y mucho de hacer lo que me creo que tenga que hacer aunque no sea lo correcto, porque tengo claro que si me tengo que equivocar ha de ser desde mis propias decisiones, no desde las de los demás.

En mi maternidad he seguido lo que la razón, mi corazón y mi instinto me han ido dictando. A veces he acertado, otras veces he errado, de todo he aprendido; los aciertos me han enriquecido, los errores me han hecho parar a reflexionar, y así poco a poco he ido y voy haciendo mi camino.

De los errores se aprende, pero prefiero equivocarme por aquello que hago por decisión propia, creyendo firmemente que es o mejor para mi bebé, que equivocarme tras dejarme llevar y haceralgo que realmente no quería. Porque lo primero genera sentimiento de culpa, pero lo segundo duplica esa puñetera culpa.

Por eso nunca desoigo mi instinto. Cuando me invade esa sensación de que algo le ocurre a alguno de mis hijos, aunque intente pensar que no pasa nada, no acabo de estar tranquila, un run run martillea mi cabeza, doy mil vueltas cual perrillo olfateando un posible hueso enterrado, y ante la duda de pensar que son paranoias mías o actuar para asegurarme que no pasa nada, elijo lo segundo.

Así que estoy convencida de que mi instinto de madre no me falla. Se positivamente cuando mis hijos no están bien, cuando les pasa algo. Quizás esto ha sido más difícil cuando han sido bebés recién nacido, pues hasta que los he ido conociendo poco a poco no he sabido interpretar sus señales al cien por cien, como es lógico. Pero cuando ya conoces a tu bebé, sabes cómo se mueve, cómo llora, cómo ríe, en definitiva, cómo es, cuando le pasa algo, y me refiero a algo de verdad, lo sabes.

Este pasado viernes amanecimos mi Bollicao y yo tras una noche inquieta. Había tenido varios despertares, y no los dos o tres para mamar, sino más bien despertares por no acabar de coger el sueño, así que no se él, pero yo estaba hecha polvo. Lo notaba atascado con los mocos y yo preveía un posible resfriado, cosa normal porque los mayores, aunque no llegan a caer enfermos, siempre andan con toses, mocos, y por más que les insisti y se laven las manos, no dejan de toquetear a su hermano.

El caso es que yo andaba mosca, no acababa de fiarme y cogí cita en el pediatra, por si acaso. Conste que no soy de ir a la mínima, es decir, si llevo a mis hijos al pediatra es porque se positivamente que hay algo que requiero más de los cuidados básicos en casa, en este caso, sospechaba que el resfriado pudiera derivar en bronquitis por la respiración que tenía mi niño y al ser viernes, preferí prevenir a verme en urgencias del hospital el fin de semana.

A media mañana me di cuenta de que mi niño, si bien estaba activo, risueño, feliz como es él, sin fiebre ni otros síntomas -salvo que echó leche un par de veces darle el pecho-, respiraba raro, y es que al insipirar le escuchaba el mismo sonido que siento cuando me cuesta respirar por el asma. Así que eso fue la gota que colmó el vaso para convencerme de que debía llevarlo sí o sí a consulta.

Al llegar allí el pediatra lo auscultó y sobre la marcha me dijo que iba a ponerle aerosoles porque estaba hiperventilando. Así que con las mismas prescribió las indicaciones pertinentes a la enfermera y nos fuimos a una sala donde le pusieron la mascarilla.

A veces los médicos -digo médico porque desgraciadamente en mi centro de salud solo hay un pediatra y como tiene el cupo cerrado a nosotros nos ve un médico de familia, pero he de decir que es muy competente y tiene mucha mano y sensibilidad con los niños- no te dicen las cosas pensando que no vas a entender su jerga, quiero pensar. Mi bebé tenía tiraje intercostal -dificultad respiratoria que se hace evidente cuando al inspirar se marcan y se hunden las costillas hacia adentro-, yo se lo que es porque me gusta leer sobre estas cosas pero el médico no me dijo en ningún momento ese término sino que me lo explicó un poco for dummies, si me lo hubiera dicho lo habría entendido perfectamente.

No me lo dijo a mi, pero se lo dijo a dos estudiantes de enfermería que entraron en la sala para ver el procedimiento de ponerle aerosoles a un bebé. Así que ahí empecé yo con las mil preguntas, momento en el cual el médico se dio cuenta de que yo sabía de qué estaba hablando.

Nos fuimos a casa con pauta de aerosoles y la pertinente cámara, antibiótico por si hubiera fiebre a lo largo del fin de semana, teniendo en cuenta que las bronquitis o neumonías pueden darse rápidamente, y la prescripción de volver bien al centro de salud, bien a irgencias hospitalarias, si persistía la dificultad respiratoria.
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Cuando digo que no me falla el instinto, es por estas cosas. Por ejemplo, mi santo no notó nada sospechoso. Sí se dio cuenta de que tenía mocos y respiraba raro, pero lo achacaba a algo normal, propio de un resfriado. Claro, que él no pasa con mi bebé ni la cuarta parte del tiempo que paso yo, y eso juega a mi favor. Pero yo sabía que había algo, y cuando he sentido algo así con mis hijos, mi instito de madre no me ha faltado.

Pocas veces me ha pasado y me pasa, afortunadamente, y la realidad es que vamos poco al pediatra y menos a urgencias, pero cuando vamos es con motivos fundandos. Así sospeché la neumonía que tuvo mi mayor, y también la neumonía que tuvo mi niña, y ambas fueron diagnosticadas en sus primeros síntomas, cuando aún comenzaba a manifestarse, lo que nos permitió cogerlas muy a tiempo y que se dieran de manera leve, afortunadamente.

Curiosamente, en el caso de mi pequeñín me extrañaba mucho el pitido que le escuchaba, puesto que no me parecía propio de la bronquitis, que alguna hemos pasado con el mayor y en ese caso le escuchaba el pecho de otra manera. Mi sospecha fue el silbidito propio de mis ataques de asma, y el diagnóstico es, efectivamente, una crisis asmática. Sabía que había algo que no era normal.

Hoy lunes hemos vuelto al pediatra porque pasado el fin de semana he creído pertinente valorarlo tras haber recibido dos sesiones de aerosoles en centro de salud y darle los inhaladores prescritos en casa. Mi bebé no tiene fiebre, tose de vez en cuando pero no es nada escandaloso, igual los mocos, que tiene pero vienen siendo lo normal, pero el pitidito sigue ahí. Ahora toca hacernos amigos de los inhaladores por una buena temporada, para ver cómo evoluciona.

Por mi parte, pese a mis múltiples defectos, me alegro de seguir mi instinto de madre cuando se que algo no va bien, porque gracias a él he sabido a detectar a tiempo en mis hijos síntomas que, de haber tardado un poco más en verlos, podrían haberse complicado.

Esto me recuerda a lo que me contaba una mamá del cole hace unos días sobre su hija, amiguita de la mía. Cuando nació su pequeña, ya en el hospital sintió que a su bebé le pasaba algo, que había algo que no la dejaba tranquila, y así se lo hizo saber a los pediatras, que también tenían sospechas pero aún no le habían trasladado a la madre ninguna información sin antes confirmar,. Y efectivamente, su hija nació con fibrosis quística. Todavía no se conocían, pero no le falló su instinto de madre.

Así que mamá, tú que conoces a tu bebé mejor que nadie, cuando sientas que a tu bebé, a tu hijo le pasa algo, no lo dudes: tu instinto de madre no te engañará.
Y tú, ¿sientes tu instinto de madre?

¿Alguna vez has presentido algo en tu hij@ que nadie más veía?

PD: no se me enfadeis los padres, que estoy segura de que también sois capaces de daros cuenta de cuando a vuestr@ peque le pasa algo, pero creo que las madres por pura biología, y porque gestamos y parimos, tenemos ese instinto mucho más fuerte.
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