Contra todo pronóstico, fue con mi hija la segunda con quien tuve la lactancia más prolongada: 9 meses de lactancia materna exclusiva y luego 2 meses y un poco más de tomar mi leche congelada. En total, casi un año con mi leche. Con ella, el tema físico de la lactancia fluyó más rápido. A diferencia de la primera vez, esta vez la leche me bajó en abundancia a los pocos días de nacida. Las primeras semanas, me salía mucho más leche que la que ella necesitaba tomar por lo que a los 5 días de parir empecé con un dolor espantoso en el seno izquierdo que terminó siendo – gracias a Dios – una mastitis muy suave. Me asusté mucho pues, si bien la lactancia es un compromiso muy fuerte y salir de eso pronto (con la excelente excusa de una mastitis) se me hacía tentador, se me partía el alma de pensar que sólo le iba a dar leche materna a mi bebé por 5 días. Felizmente, la controlé rápidamente y empecé a sacarme leche después de cada toma y así sin querer queriendo, logré un estupendo stock de leche materna.
Superado este episodio, continuamos con la lactancia exclusiva sin problemas. Bueno, sin problemas físicos, porque sí tuve problemas emocionales: mi hijo mayor la estaba pasando muy mal; lloraba cada vez que le deba de lactar a la hermana y estaba berrinchudo y pegalón. De otro lado, yo andaba con un doble sentimiento de culpa: me partía el alma ver a mi hijo sufrir; y me moría de pena de no poder dedicarle a mi hija la misma cantidad de tiempo que le dediqué a su hermano. Quería darle de lactar tranquila, encontrar nuestro ritmo y (re) conocerla. Pero, todo esto era muy difícil cuando al lado tenía a un niño de dos años llorando, haciendo pataleta o simplemente mirándome y preguntando: ¿Cuándo acabas mami?
Fueron semanas muy duras emocionalmente. Felizmente la leche fluía, mi hija tomaba bien y tuve mucha ayuda de mi esposo y mi familia, además mi hija la segunda fue una bebe maravillosa, sacó horarios súper rápido, tomaba bien y durmió de corrido desde el segundo mes. Esto me permitió organizarme muy bien y (casi) superar todas mis culpas emocionales.
Todo fluía muy bien, hasta que a los 5 meses regresé a trabajar a tiempo completo. Para que la vuelta al trabajo no fuera tan dura, empezó a comer una vez al día. Yo, me organicé lo mejor que pude para poder darle de lactar y/o guardar mi leche. Todo esto con miras a darle por lo menos 8 meses (igual que su hermano). Era complicadísimo. En aquel entonces no existía la ley de los lactarios y ni muerta me iba a sacar leche en mi oficina estilo pecera de paredes de vidrio transparente. Así, que caballero, tenía que hacerlo en el baño. Odiaba tener que sacarme leche ahí, primero porque siempre estaba nerviosa y/o apurada y eso influía negativamente en mi producción de leche; segundo, porque nunca faltaba alguien que me tocara la puerta insistentemente; y 3ero, mi jefa no entendía porque tenía que tomarme 45 minutos del horario de trabajo para hacer algo que no tenía nada que ver con mis funciones.
Con todo eso pensé que a las justas llegaría a los 6 meses. Pero, los pasamos y llegamos a los 7. Cuando tenía 7 meses y una semana de lactancia tuve que viajar por 4 días. Pensé que todo acabaría ahí. Yo no quería destetar a mi hija aún, pues era prácticamente el único vínculo exclusivo que teníamos. Entre el trabajo, mi hijo mayor, la casa y mi esposo casi no tenía tiempo para ella. Además, para mí debía darle de lactar a todos mis hijos la misma cantidad de tiempo así que me fui de viaje sumamente angustiada. Estaba tan triste que le di de lactar hasta el último minuto. Llevé el sacaleches al viaje pero no llevé recipientes para guardar la leche. No quería lidiar con el estrés del almacenamiento, congelado y transporte de la leche. Mejor la botaba y conservaba mi ritmo de producción para – quien sabe – al volver continuáramos. La verdad, no tenía mucha esperanza.
Volví de viaje casi sin leche. Recuerdo que llegué corriendo a mi casa, mi hijo mayor ya estaba dormido y mi chiquitita se iba a dormir. No había tomado todo su biberón y al cargarla, me buscó la teta, le dí de lactar y sentí como me bajaba la leche a borbotones. No lo podía creer, ¡estaba feliz! Continuamos con la lactancia por dos meses más, hasta que ella ya empezó a comer 3 veces al día y mi producción de leche era prácticamente inexistente. Un buen día le di de lactar, se desesperó porque no había leche, yo también. Y se acabó todo. Me dio un poco de pena pero había logrado darle mucho más tiempo de lo esperado. Habíamos superado una mastitis, un viaje de 4 días al extranjero y tenía muchísima leche congelada. Me sentía satisfecha, había cumplido mi misión podía descansar tranquila.