Hoy voy a expresar un deseo. Ojalá podamos centrar esfuerzos en ofrecer una educación integral. Esta aspiración es atemporal, no está sujeta a circunstancias de prosperidad o recesión, tampoco depende últimamente del contexto cultural, ni siquiera de lo que el mercado laboral demande profesionalmente.
La educación integral ya la hemos definido en numerosas ocasiones, estamos todos de acuerdo y nos emocionamos al ver los objetivos y competencias de los proyectos educativos. Pensamos incluso: ojalá en mi época hubiera habido esta oferta educativa, estos recursos.
La teoría la tenemos muy clara. Qué ocurre entonces con la dimensión complementaria, qué pasa en la práctica.
Voy a ofrecer mi reflexión fruto de la experiencia de trabajar con personas y más específicamente con mi propia persona.
Las teorías son tentadoras, suenan bien, nos conectan con el anhelo, con nuestras más nobles aspiraciones. Nos permiten además al compartirlas identificarnos y creer que somos ellas, que nos representan. Nos dejan muy bien ante otros. Parecemos ser el exponente de lo que anuncian, incluso podemos engañarnos con la autopercepción de que hemos conseguido el ideal al que apuntan.
Cuánto sabemos ya del vacío que volvemos a sentir cuando el suflé baja. Con el tiempo, comprobamos que seguimos en el mismo lugar, en la misma casilla. La teoría, incluso la admiración que nos provoca la expresión de una bella idea, no es suficiente para encarnarla. Es la vida de otros. Para que sea también mío he de practicarlo.
Como llega un padre a ser humano cuando siente su dolor por una falta de respeto de uno de sus hijos. Cuando puede pararse y sentir su malestar en ese momento, y reconoce en su pecho una sensación de opresión, y alcanza a decirle a su hija: “necesito parar un momento por favor”. Entonces hace esa pausa, explora su sentir y distingue una zona de su persona que se siente acorralada, amenazada. Y con esa presencia ante lo que está ocurriendo puede expresar: ”cuando me faltas el respeto me siento”
Aquí reside la gran responsabilidad de los adultos en la educación. Cuando practiquemos la educación integral en la propia vida, encarnaremos esa humanidad y transmitiremos la importancia de ser humanos y cómo se llega a serlo. Entonces, los menores y todo aquel que se encuentre con nosotros, sentirá el permiso y el aliento a vivir plenamente su humanidad.
O cómo una profesora mientras sube la escalera después del recreo, escucha los gritos e insultos de unos alumnos que van discutiendo. Reconoce el desagrado que le produce el tono, el volumen, las palabras Incluso nota cierta tensión en su mandíbula y decide acompañar esas sensaciones en el maxilar, en la boca Entra en clase y cuando llega a su mesa puede invitar a los alumnos a sentarse con comodidad, y les dice, que tan pronto puedan lleven la atención a lo que sientan en el cuerpo con más claridad. Les propone obtener tres cualidades de esa sensación: dónde está, de qué tipo es (presión, roce, temperatura, picor) y si cambia o se mantiene.
Poco a poco los alumnos que discutían ya no se responden a los insultos. Todavía se dedican alguna palabra pero llega un momento que no es devuelta.
La profesora ahora sugiere seguir con esa sensación clara si quieren describir más cualidades o pasar a fijarse en cómo su cuerpo respira espontáneamente, y en dónde sienten el paso del aire al entrar y al salir. Les pide que estén todavía un minuto en ese contacto y si quieren que cuenten las respiraciones que van haciendo.
Por último, les invita a compartir alguna cualidad de la sensación y les agradece su escucha y atención.
El elemento posibilitador de lo que ocurre, es la parada que aquel padre hace ante su dolor y que esta profesora hace con su desagrado y tensión. La pausa permite atender la vida que bulle en el interior y conectarse con lo que realmente es importante en cada momento. Además, permite expresar adecuadamente aquello que me sucede y de lo que ya me he hecho cargo.
Esto, si no lo hacemos los adultos, cómo aprenderán a hacerlo nuestros niñ@s?
Ya sé que es difícil. A mí también me cuesta. Puedo entender lo difícil que a veces es ser humano porque yo también lo soy. Pero, no por la dificultad, vamos a dejar de abrir una puerta sustancial y trasversal del desarrollo humano.
Recuerda que aquello que practiques es lo que puedes encarnar y será lo que les transmitas. Ánimo, será un regalo para ti y una dicha para tus alumn@s.