Una mujer llora en la cocina. De repente mira a su marido y le dispara a bocajarro: “Quizá no me gusten los hombres”. Este comienzo, que también es el final, sirve para que Glauco Revelli, el protagonista de la novela de Antonio Scurati, inicie una especie de diario en el que viaja atrás en el tiempo para buscar las causas de un matrimonio que se derrumba. Conocemos al Glauco soltero, nos adentramos en su noviazgo con Giulia, intuimos sus primeros años de casado y asistimos al nacimiento de su hija Anita (“el nacimiento es la parte más irrevocable de la existencia, lo más definitivo que hay en el mundo”), un nacimiento que también es en cierto modo una muerte: “Dejamos de ser una pareja un instante después de habernos cometido en una familia”.
Hay infidelidades en las más de 200 páginas del libro, pero uno tiene la sensación de que Glauco Revelli siente que traiciona más a su hija que a su mujer, quizás porque se siente tan perdido en su papel de padre como lo está en el de marido, quizás porque ha hipotecado su vida por algo tan abstracto y subjetivo como la felicidad: “Nuestro error había sido querer ser felices. Las generaciones que nos habían precedido nunca habían sometido el matrimonio a esa clase de hipoteca”.
Antonio Scurati sabe captar a la perfección en ‘El padre infiel’ (Libros del Asteroide, 2014) los dilemas a los que se enfrenta el ser humano en el primer tramo del siglo XXI y, en la caída en picado a los infiernos del protagonista, nos retrata con un estilo ágil, brillante y sincero su deriva existencial como padre y el despertar del sueño del crecimiento económico y del bienestar de toda una generación, egoísta y acomodada, que había perdido el ímpetu y el deseo de sus padres. “La más vistosa, y por eso mismo ignorada, evidencia de nuestra falta de generosidad con nosotros mismos, de nuestra racanería con la vida, era nuestra infecundidad generacional (…) tendíamos a olvidar que más allá de todo lo demás, desde que el mundo es mundo, tener hijos era el acto principal de cualquier pensamiento de futuro”.
La novela de Scurati, que por momentos toma la forma de un ensayo, está llena de reflexiones filosóficas sobre la paternidad y la realidad de una generación en decadencia, y repleta de frases cargadas de significado para subrayar, releer y degustar como sólo se degusta la buena literatura.
“En un susurro, para no despertar a mi esposa del sueño, acercaré los labios a su vientre tenso y diré estas palabras a mi hija: No tengas miedo, le diré, todo irá como tiene que ir. Si hay que sufrir, sufriremos; si hay que llorar, pues muy bien, lloraremos. Y luego, de una manera u otra, saldremos a flote. Esto te lo prometo. Duerme. No te preocupes por nada, y sobre todo escucha lo que te digo: no nos escuches. Cuando tú estés aquí, nosotros seremos diferentes, seremos mejores. Mejores de lo que jamás hemos sido”.
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Y mientras vemos como crece la hija de Glauco Revelli (“Los niños crecen , crecen deprisa (…) Lo que tendemos a olvidar, en cambio, es que mientras ellos crecen, nosotros morimos”); mientras observamos cómo se derrumba su mundo, nuestro mundo, (“Empobrecimiento, precarización, desindustrialización, desempleo. Crecimos con la promesa de una expansión infinita; en cambio, vivimos en un universo en contracción”); y mientras asistimos a la caída de un matrimonio que no pudo hacer frente a la hipoteca de la felicidad, el protagonista, al que se llega a querer tanto como a odiar, tiene tiempo aún de hacernos saltar las lágrimas con varios fragmentos capaces de rozar el alma de sus lectores.
Y al llegar al final uno hasta acaba deseando que el día de mañana, su hija, lo recuerde como Glauco Revelli sueña que lo recuerde la suya: “Esto ha sido, pensará, mi padre para mí. Un hombre grande y gordo, tal vez incapaz de hacer nada más, pero capaz, con su tranquilizadora, inexorable presencia, de transformar una obra de demolición en el encantador espectáculo del mundo”.
Pasen y lean ‘El padre infiel’.
*Artículo publicado originalmente en el primer número de Madresfera Magazine.