Y se lo compré porque no es habitual, y menos publicado en una editorial como Anagrama, ver libros que hagan literatura a partir de la maternidad, que se convierte en este caso en protagonista principal de la breve novela de Darrieussecq (que me perdone si alguna vez escribo mal el apellido). Una maternidad que vivimos a través de la experiencia y las lúcidas y por momentos irreverentes reflexiones de la autora, en una especie de pequeño diario, sin fechas ni referencias temporales, que uno intuye que ha ido escribiendo en esos breves y escasos instantes de paz que tiene una madre cuando tiene a su cargo a un recién nacido que la demanda a todas horas.
Y así, a base de ideas en apariencia sueltas e inconexas, de momentos puntuales de iluminación entre toma y toma de pecho, la escritora nacida en Bayona nos narra en ‘El bebé’ una maternidad que le hace constatar que “los bebés de los demás no existían” porque él, el bebé, su bebé, “sólo existe en la continuidad íntima, en el vínculo con nosotros, sus padres; una maternidad que le hace conocer un amor del que no tenía ni idea, como ella misma reconoce (“Lo había oído contar, lo descubría a veces a mi alrededor, me lo imaginaba y era capaz de concebirlo -habría podido escribirlo-, pero no sabía que me concernía); una concepción que es sinónimo de una locura que ella deseaba y que le lleva a hacer una de las comparaciones más bonitas que se habrán hecho nunca con el concepto ‘maternidad’: “Yo deseaba esa locura. No es que la echara en falta: me daba envidia; como algo material que no poseyera. Uno de esos palacetes llamados folies, un lugar fantástico en el que vivir, aislado, mágico, inquietante, con habitaciones laberínticas y ventanas altaneras; la maternidad: una mansión sobre el mar en Biarritz.
Con este libro, además, Marie Darrieussecq me ha demostrado que desde que soy padre soy mucho más tolerante. Su forma de entender la crianza está en las antípodas de la mía en muchos sentidos y las páginas del libro plagadas de lugares comunes sobre la crianza o la lactancia. Sin embargo, pese a esas diferencias (que a lo mejor en otro momento de mi vida me hubiesen llevado a abandonar la lectura), me ha gustado localizar esos puntos de encuentro que tenemos todos los padres, seamos de donde seamos y criemos donde criemos. Al final, nuestras maternidades y paternidades tienen más semejanzas que diferencias. Todas ellas son como una mansión sobre el mar en Biarritz. Disfrutemos de las vistas.
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