Quizás por ello se da cinco minutos más para estirar las piernas y desperezar la mente. Para coger fuerzas y cargarse de valentía. Cinco minutos, o veinte, quién sabe, que se convierten en un maravilloso monólogo interior, en una conversación consigo misma, en un viaje por momentos que marcaron su vida, en una vorágine de pensamientos en apariencia dispares pero siempre coherentes que nos dibujan a una madre luchadora y conciliadora, sostén de una familia marcada por la humildad, las drogas, la desestructuración y la oscuridad de una habitación sin ventanas.
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Con esta novela corta pero intensa, no pensada para llevar a la playa (en palabras del propio escritor) por su complejidad y por implicar al lector más allá del mero entretenimiento, Pablo Ramos cierra su trilogía sobre Gabriel Reyes, el hijo de María, un tipo devastado por el alcohol y las drogas, dado a elegir siempre el lado más salvaje de la vida, que en esta entrega nos es mostrado desde el retrovisor de su madre, a través de la mirada de una mujer que lo quiere, lo sufre y siente una especial devoción por él. Quizás por su tendencia a lanzarse al abismo sin paracaídas. Quizás porque con Gabriel todo empezó a ir mal desde el momento en el que su carácter chocó con el de su padre y entre ambos se levantó una muralla de hielo que ni el cálido verano porteño logró nunca derretir: Y sin embargo, eso: odiabas a este hombre, justo al hombre que no podías odiar. Si un hijo no encuentra los valores en su padre se convierte poco a poco en un hombre vulnerable, en un infeliz, en un paria.
Con la única compañía de la luz de una luciérnaga que se golpea contra la madera, con su marido dormido y ausente, como ha estado gran parte de su vida, María nos relata en esta breve novela la vida de una madre que podría ser cualquier madre, de una mujer que se pregunta ¿por qué nacemos predestinados a perseguir una felicidad que vive siempre donde nosotros no estamos?, de una ya abuela que se sigue desviviendo por los suyos, intentando tender puentes entre los polos de una familia que desintegra; de una señora lúcida y crítica con el capitalismo (mientras el pájaro confía en que la rama va a sostenerlo, nosotros seguimos comprando confianza con tarjeta de crédito, pagándola por mes, sintiéndonos cada vez más insatisfechos, más indefensos) que aún hoy añora cada día a quienes de alguna forma u otra marcaron para siempre una vida que seguramente no es la que soñó, pero sí la que le tocó en suerte en ese siempre imprevisible sorteo cuya mano inocente es el destino.
*Artículo publicado originalmente en el tercer número de Madresfera Magazine.