Con dos años y más, los abrazos son muy sentidos, rodean con los dos brazos, aprietan fuerte y nos hacen rodar por la cama entre risas. Los te quiero valen millones y van cargados de todo el sentimiento del mundo. Con dos años ya hay secretos que contar al oído, siempre es un papá o mamá más alto que bajo con el que nos derrite lentamente. Con dos años la risa de bebé se ha convertido ya en una carcajada contagiosa y loca que nos ha conquistado y que ha llenado de vídeos la memoria de nuestros teléfonos móviles.
Los dos años gastan ya sus primeras bromas, como cuando me llama para que entre a la habitación en la que su padre y él han puesto una zapatilla o un peluche en el dintel de la puerta. Los dos años enseñan a ponerse zalamero, como cuando viene con las manitas tras la espalda y cara de pillo para que le ponga los dibujos. Y aún y todo, los dos años traen cosas de bebé desperdigadas, como cuando al lavarse los dientes se coge con los dedos el labio superior y lo levanta para llegar mejor con el cepillo.
Con los dos años pasados sabe qué ropa quiere y qué no y de vez en cuando le gusta pintarse bigote y parche en el ojo. Pesa ya demasiado y la espalda duele, y mucho. Las contracturas por los agobios del trabajo y las lumbares se quejan. ¿Pero cómo no vas a seguir cogiendo a un grandullón que lo es a ojos de todo el mundo menos de sus propios padres?
Los dos años pasados (y a pesar de que no hable) dan confianza como para que se meta en las conversaciones de mayores, sobre todo en las que tratan de cosas que a él le interesan, o tanta como para asentir con la cabeza cuando me explican a mí algo y él está cerca, como si en realidad nos hablaran a los dos.
Los dos años hacen que las vacaciones y los fines de semana en que no trabajamos sean los mejores días del año. Con los dos años las noches son más largas que antes y los madrugones vienen acompañados de risas, de peleas en la cama y desayunos largos.
Con dos años largos dormir la siesta juntos sigue siendo un placer, como cuando medía menos de medio metro. Te tumbas junto a él, le coges de la manita, le acaricias el pelo o simplemente pones tu cara junto a la suya, jugando a acompasar la respiración. Y entonces te das cuenta de que va creciendo, porque ya no respira tan rápido como cuando era más pequeñito. Aunque su carita no cambie y sea la misma.
Los dos años y casi tres de maternidad dan seguridad, tanta como para disfrutar del viaje ya sin culpa y casi sin temores y sin mirar apenas hacia atrás. Porque lo que viene adelante ilusiona mucho. Los dos y casi tres años son imperdibles. Son meses de carreras, de disfrutar esos últimos retazos del bebé que ya no queda, de jugar a cosas de mayores, de cantar logros y de pensar en grande.
¿Me ayudas a reivindicar los dos años?
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